_
_
_
_
Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Análisis clínico

La vida hospitalaria de uno había consistido siempre en visitas fugaces a parturientas cuyo agotamiento era una coartada perfecta para tal fugacidad, o a enfermos por lo general lacónicos por razones naturales. Se agradecía que unas y otros parecieran aliviados cuando las visitas anunciaban que ya era hora de marcharse porque no les gusta molestar y recomendaban al valetudinario o a la mamá reciente -con la propensión por lo obvio que suele caracterizar a los visitantes en las clínicas- que se abstuvieran de fumar, de beber y de domar mustangs en el Rodeo Anual de Tucson, Arizona.

Por tanto, una clínica, para la mayoría de personas, suele ser un lugar de paso, tan poco estimulante pero tan inevitable como los pasillos del metro. Si el visitante, además, resulta que vive de sobresalto en sobresalto a causa de la aprensión o la hipocondría, la visita se convierte en el remedo exacto de una carrera de 100 metros lisos en la que los atletas vayan dejando cajas de Ferrero Rocher por doquiera. Pero un día resulta que es uno mismo a quien se tiene a salvo, enmarañado en un complejo entramado de catéteres y electrodos y se da cuenta de que el universo de quienes cumplen con el caritativo precepto de visitar a los enfermos es mucho más importante de lo que pueda sospechar jamás alguien que esté sano y cuente con seguir estándolo siempre. El tópico según el cual las visitas se agradecen es absolutamente cierto, incluso si, como puede llegar a ocurrir, algunas visitas tengan que ser presentadas al enfermo, que no sabe a quién le está narrando con toda la gama de detalles acostumbrada los pormenores más vívidos del preoperatorio, de la operación y del posoperatorio. El enfermo, incluso, muy metido en su papel, provee también a esos desconocidos de datos prolijos sobre el cumplimiento de sus funciones fisiológicas que en la vida normal no confiaría ni a sus íntimos. Por una parte, por pudor, y por otra, porque duda seria y atinadamente de que a sus allegados les interesen gran cosa el ritmo de sus vísceras y las secreciones de sus glándulas. Cuando el enfermo se sorprende a sí mismo explicando sin rubor la calidad y la cantidad de sus deposiciones a las visitas, es que se ha metido de lleno en la vida hospitalaria, de cuyo abrazo resulta dificilísimo desasirse, una vez que ha renunciado a su antaño férreo sentido de lo privado.

El tópico según el cual las visitas se agradecen es absolutamente cierto, incluso si, como sucede a menudo, algunos visitantes tienen que ser presentados al enfermo

Es entonces cuando se desvanece por completo el libre albedrío del que se había jactado ruidosamente durante tantos años. Cada vez que descuelga el teléfono le cuenta a la señorita de administración o a alguien que se ha equivocado de número, que duerme toda la noche de un tirón o que ya va solo al baño. El comunicante se sorprende, por supuesto, y cuelga, pero ello no arredra un ápice al enfermo, que ya se ha abandonado definitvamente a la placidez amniótica de la rutina hospitalaria. Como todos los enfermos y convalecientes, aprovecha cualquier ocasión, por tenue que sea, para hacerse agradable a las enfermeras y contemporizar con los celadores, siguiendo el antiquísimo método que consiste en expresarse con términos médicos que pilla por ahí. Por eso, habla de intervenciones en lugar de referirse a las operaciones a las que alude el común de los mortales; se complace en responder con catéteres cuando le preguntan por tubos; con la yugular o la aorta al ser interrogado acerca de sus venas e incluso de sus arterias; las pastillas de las visitas se convierten en comprimidos o cápsulas, y, como muestra suprema de fidelidad inquebrantable a la nueva religión que profesa, se deshace en elogios encendidos a la calidad insuperable del rancho hospitalario, para horror de las visitas, cada vez más impresionadas.

Entre ellas se encuentra siempre un ex enfermo que se apresura, sin éxito -pues al enfermo siempre se le da la razón diga lo que diga-, a criticar con saña el menú con el que le martirizaron a él cuando le operaron en otra clínica. La alusión a otra clínica obliga al enfermo a fulminar al ex enfermo con una terrible mirada asesina, tan encendida es su fe. Luego, se pasa al capítulo de comparar operaciones y UVI y, de nuevo, vence el recién intervenido tanto en la cantidad como en la intensidad de sus sufrimientos, en su ejemplar abnegación y en lo infinitamente más complejo y delicado que ha sido lo suyo, ante la insulsez de lo de su interlocutor, que se atreve a envanecerse de sus achaques antiguos... ¡vestido de paisano! Como si el elegante pijama abrochado a la espalda mediante unas no menos elegantes cintas anudadas no significara nada. Como si una vulgar apendicitis tuviera algo que ver con lo de nuestro enfermo, quien, indignado por la osadía del operado antiguo, se levanta más trabajosamente de lo necesario y, tras manifestar la necesidad de estirar las piernas, sale al pasillo para estar entre sus semejantes, que por lo menos llevan, como él, sus bolsas, sus sondajes, sus vendas, sus puntos, sus batas a cuadros y sus endebles piernas al aire. Ahí sí se puede tratar de igual a igual de abscesos y fístulas, de apósitos y cicatrices, de grados de veteranía y, en voz baja, del médico, ese sumo sacerdote a quien las visitas se empeñan en considerar como un ser humano corriente y le perturban durante sus apariciones hablándole de nimiedades y pidiéndole detalles inútiles.

Esto, por supuesto, no lo hacemos ni lo haremos jamás sus pacientes, quienes al formar parte imprescindible de la vida hospitalaria, no nos ocupamos de semejantes minucias y se las dejamos a las visitas. A las cuales, por otra parte, agradecemos su solicitud y, sobre todo, que nos sirvan de público.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_