El orden

Tráfico fluido tras los atascos, dicen estos días los titulares de la prensa. Es lógico que la fluidez suceda al atasco, del mismo modo que detrás de la tempestad viene la calma y después del sábado el domingo. Pero parece que decir cosas evidentes tranquiliza. A los niños les gusta escuchar el alfabeto porque las letras ocupan siempre el mismo sitio. La repetición nos hace creer en la existencia de un orden inmutable. El efecto invernadero nos mata y América le ha dado un corte de manga a Kioto, pero si cuentas hasta diez, te quedas tan tranquilo. ¿Por qué? Porque el dos sigue viniendo después del uno y el tres antes del cuatro. No pedimos a nuestros gobernantes que sean sensatos (de hecho, no lo son), sino que sepan recitar los meses del año y los días de la semana y los reyes godos y los artículos de la Constitución.
Hay órdenes inmutables sobre los que se asienta el caos de este universo contingente. Un amigo mío que no sabe inglés estuvo en Londres y conoció a una chica que no sabía español. Aprendieron a contar hasta cien cada uno en el idioma del otro y sus conversaciones se reducían a eso, a intercambiar números. 'Uno, dos, tres, cuatro', decía ella. 'Cinco, seis, siete, ocho', contestaba él. A veces hablaban en inglés y a veces en castellano. Y se entendían perfectamente. Ella vino a España y, tras unos meses de convivencia, se casaron. Yo cenaba en su casa con frecuencia y tuve la oportunidad de comunicarme con ellos recitando el sistema métrico decimal. Parecían muy enamorados y duraron más que la mayoría de las parejas que conozco. Se separaron un día que ella dijo: 'Diez, once, doce, trece'. Y él respondió: 'Catorce, dieciséis, diecisiete'.
La ausencia del quince en la respuesta de mi amigo introdujo en la relación una cantidad insoportable de desorden. Se miraron como si no se conocieran. Entonces ella empezó a decir los números en cualquier orden, que era su manera de discutir, y él respondió con el abecedario. No duraron ni dos meses, y la verdad es que daba pena verlos. La Operación Salida mata mucho, más que cualquier otra cosa, pero podemos soportarlo porque tenemos la seguridad de que tras los atascos llega el tráfico fluido. Viva el orden.
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