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Tribuna
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Horizonte de la nueva izquierda española

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Diego López Garrido

En ningún país de la Unión Europea hay un dominio político tan amplio e intenso de la derecha y centro derecha como en España. Es verdad que la mayoría absoluta del PP está siendo manejada torpemente, y la sucesión de Aznar es un factor desestabilizador cada día más fuerte. No obstante, su mayoría se nota en todos los ámbitos, no sólo en el de las instituciones políticas, sino en el económico -a través de una potente red de influencias en las compañías privatizadas- y muy particularmente en el campo mediático, aprovechando de modo implacable el insólito modelo gubernamental de la TV y radio españolas, que no solamente permite un poder sobre RTVE, sino también sobre las televisiones privadas y las concesiones de radios. Esa influencia se extiende además a la prensa nacional o a la descapitalizada prensa regional, con enorme dependencia de la publicidad que nace en las instituciones.

Los destellos centristas del Gobierno (pensiones) son cada vez menos frecuentes, y una corriente cultural insolidaria o elitista avanza en el pensamiento social y en cuestiones claves de futuro, como la inmigración o la educación o las inseguras relaciones laborales.

Donde menos se proyecta este Gobierno es en Europa, enfrentado a un medio ambiente de gobiernos progresistas. Aznar no ha encontrado el modo de salir del aislamiento que le entregó en brazos de algunas maniobras británicas. Su gran esperanza es el triunfo de Berlusconi el 13 de mayo, lo que, unido a los resultados de la izquierda en las municipales francesas últimas, podría suscitar en la derecha del sur de Europa un atisbo de cambio de tendencia.

Este es el panorama que tiene delante la izquierda española, en el que todos tienen méritos y deméritos. La mayoría absoluta del PP es mérito de éste en cuanto ha logrado la agrupación en una sola propuesta política, -salvo parcialmente en Cataluña y Euskadi- de todo el espectro conservador, sobre la base de mensajes elementales, mediáticamente amplificados y eficaces. Sin embargo, esa mayoría se ha nutrido del agotamiento del viejo proyecto socialista, y de una pérdida de referentes sociales de éste, que ha conducido a una fragmentación, por tanto desmovilización, del electorado progresista. Por eso, el horizonte de la izquierda española pasa por algo que siempre hemos enfatizado: convergencia, renovación y cercanía de los ciudadanos.

Hoy, el desafío de la 'causa común' y de la unidad de la izquierda sigue presente, aunque a través de una confluencia política que la haga creíble. Eso está siendo posible entre el Partido Socialista y Nueva Izquierda, porque hace años que comparten políticas, aunque tengan orígenes culturales y vinculaciones sindicales y sociales diferentes. Es aún difícil entre IU y PSOE. Faltan algunos pasos para que la tradición comunista -declinante por razones histórica obvias- y la socialista se encuentren en un proyecto común. Lo que es claro es que ese proyecto tiene como espacio eje el del socialismo democrático, que es el que en España y en Europa ha liderado -y puede y debe liderar en el futuro- las alternativas de gobierno progresistas.

En consecuencia, es el Partido Socialista quien tiene la responsabilidad de relevar a la derecha en el poder. A estas alturas hay algo nítido: sólo lo hará si culmina la renovación que recibió un fuerte impulso de credibilidad el 35º Congreso, que clausura una etapa y abre otra que asume pero pretende superar el pasado.

El Partido Socialista tiene un reto: ser visto como un nuevo Partido Socialista. Si no es así, no será un proyecto ganador, porque no logrará construir la alternativa que la izquierda española aún no ha configurado. Esa renovación tiene una dimensión orgánica, la del pluralismo, el debate y la democracia interna, que va a abordar la Conferencia Política del PSOE del 21 de julio, y que quizá sea la más compleja; pero también tiene una dimensión externa: reconstruir la mayoría social de progreso que se rompió en 1996.

El PSOE tuvo una razón social en 1982, que era consolidar la democracia después de un golpe de Estado, integrar a España en Europa, y edificar un Estado de Bienestar homologable al europeo. En un contexto de desplome del centro derecha, el pueblo español le dió 202 diputados y diputadas al PSOE para hacerlo.

En la actual coyuntura, cuando aquella misión se cumplió, se le pide otra cosa al Partido Socialista: que dé respuesta a la globalización sin reglas y sin crecimiento sostenible, a la quiebra de la cultura del Estado de Bienestar y a la ruptura de la cohesión de nuestra sociedad. Lo primero requiere una estrecha alianza supranacional para hacer una Europa social y política, mediante una Constitución que dé a esta Europa una legitimidad europea de la que carece y sin la cual podemos caer, como advierte Jürgen Habermas, en la desintegración, en la renacionalización involutiva (lo que ya empieza a pasar a consecuencia de las vacas locas o la fiebre aftosa, expresión del fracaso de un determinado modelo agrícola).

De la izquierda -por tanto del nuevo Partido Socialista- se espera asimismo que recupere y modernice el vigor del Estado de Bienestar, protector y prestacional -que la derecha ha ido debilitando en tantos campos, seguridad, vivienda, sanidad, educación, administraciones públicas- y que cohesione y profundice el Estado autonómico, siendo capaz de implicar en esa acción a los nacionalistas democráticos.

Y, sobre todo, el nuevo Partido Socialista necesita recomponer, sobre bases diferentes, la alianza social progresista que permita cambiar el Gobierno español. No es nada sencillo, porque la sociedad del siglo XXI tiene poca relación con la de 1982. Es una sociedad en la que los factores de dispersión y de contradicción de intereses se han potenciado. ¿Qué tienen que ver las inquietudes de las clases urbanas emergentes ligadas a la Nueva Economía con los jóvenes abstencionistas que no ven claro ni su futuro, ni su trabajo, ni su ubicación en la escala social, o con los millones de rostros de la exclusión, como los llama el Informe de la Fundación Encuentro sobre la sociedad española en 2001: desde los niños de familias pobres desestructuradas hasta las personas mayores dependientes, desde inmigrantes irregulares a parados de larga duración sin cobertura, desde personas con minusvalías a mujeres y niños sometidos a violencia doméstica, desde madres solas jóvenes y de rentas bajas a habitantes de barrios marginales y zonas rurales deprimidas, desde población analfabeta a drogodependientes?.

¿Cómo unir a quien más necesita la igualdad y la libertad?. Pero la razón de la izquierda es ésa; agrupar a la sociedad civil en torno a una política ofensiva por la cohesión, la igualdad de sexos, la no discriminación, la modernización, la protección frente a la sociedad de riesgo, haciendo posible un pacto entre Estado y sociedad, en el que ésta tiene que asumir importantes tareas de vertebración asociativa y de servicios, y aquél de redistribución, justicia y regulación.

En cada país europeo, después de dilatados periodos de gobierno de derecha, los progresistas y la izquierda, en especial la socialista, han elaborado su propio modo de hacer el camino. En el Reino Unido, la tercera vía de Blair, aun con irregularidades, ha potenciado una interesante política para la sociedad del conocimiento. En Francia, la izquierda plural dirigida por Jospin ha desarrollado la política social posiblemente más a la izquierda de Europa. En Alemania, Schröeder ha logrado consolidar una política de componente europeísta con los Verdes. Cada uno responde a lo más característico de su momento, y sus elementos sociales específicos. En España, la alternativa de los progresistas a un Gobierno que comienza a experimentar una constante erosión social pasa por un socialismo democrático que apueste sin reservas por ser una nueva izquierda unitaria y plural .

Diego López Garrido es diputado del Grupo Socialista y secretario general de Nueva Izquierda.

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