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VISTO / OÍDO
Columna
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Defensor del Pueblo

Es un cargo equívoco. Viene de las lenguas germánicas antiguas; el Ombudsman era agente que mediaba entre los poderes y los hombres en un sentido de defensa, apoyo o ayuda. Suecia nombró este funcionario y su oficina al comenzar el siglo XIX, otros países la imitaron, y se extendió desde la creación de las Naciones Unidas. En España vino tras Franco como Defensor del Pueblo, y su uso se extendió a otros cargos paralelos: el Defensor del Niño, el del cliente o el del empleado en las grandes empresas. Aquí tenemos el Defensor del Lector, ejercido sucesivamente por empleados nombrados por la dirección y, sin embargo, con muy buena percepción de su independencia y mucha ayuda. Han sido, y es hoy, de buena fe. En un caso así es valioso: dentro de lo posible.

El Defensor del Pueblo me intrigó y me preocupó desde el principio. En la Edad Media escandinava era un progreso; tiempos de poderes únicos y brutales. Aún lo eran cuando Suecia lo oficializó seiscientos años después. Naturalmente, los ombudsmen fueron los primeros decapitados o fusilados; o fueron los servidores ocultos de los gobiernos. La intriga que me produjo cuando le vi de cerca, en Madrid, al inaugurarse la democracia, fue saber para qué iba a servir: al pueblo, que es la democracia, como ha de defenderse de sí mismo. El pueblo es un parlamento que nombra al Gobierno, el cual segrega la Administración. El Poder Judicial está separado, estudia una carrera, y unas oposiciones que le califican, y unos compañeros sabios que le destinan donde deben para que cumpla no sólo su justicia, sino la ley que ha elaborado el pueblo por el Parlamento.

Tardé poco en comprender que el Defensor estaba indefenso ante los poderes establecidos; y en ver que esos poderes estaban mezclados por una sola clase, a la que pertenecía el Defensor. Tardé muy poco más en ver que no hacía nada. Los he conocido de buena fe, inteligentes, tontos: pero sujetos por la ineptitud de su cargo. Los inmigrantes no son ciudadanos y no tienen derecho a defensor, las cárceles no han mejorado, sino que ha aumentado la población penal y hay torturas; las mujeres están indefensas en casos de agresión, y los maridos que sufren bajo un poder imperativo no se liberan. Las empresas abusan, los sueldos se contienen. ¿Qué puede hacer el Defensor? Quizá sentarse a llorar. Quizá creer que, en conciencia, su dictamen coincide con el del Gobierno. Que es, en definitiva, quien le nombra.

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