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Columna
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Memoria

Junto a las pirámides de Egipto, entre dioses y reyes que fueron sepultados hace 4.000 años, me llega la noticia de la muerte de un viejo amigo de juventud, el fiscal Jesús Chamorro. En El Cairo hoy sopla el jamasin, un viento que trae polvo del desierto y en él escribo una oración a orillas del Nilo. En este lugar cualquiera puede ser eterno porque aquí la inmortalidad es un costumbrismo y el Libro de los Muertos lo forma la memoria de los amigos que ya se fueron. Por fuera Jesús Chamorro era pequeño y modelado como un jockey; por dentro tenía una inteligencia de superdotado y un carácter que desafiaba a cualquier breña de la serranía de Gata, en la raya de Portugal, donde nació, hijo de carabinero. Fue estudiante de leyes en Salamanca, como los clásicos más duros, pero recibido de fiscal descubrió los placeres de este mundo en Valencia y allí le conocí cuando explicaba Derecho Penal en la facultad y yo era su alumno. El recuerdo me trae ahora, entre el polvo del desierto que viene de Libia hasta El Cairo, el sonido de aquellos tranvías, el olor de los limoneros que penetraba en el aula. Entonces yo ignoraba que aquel profesor auxiliar era un marxista acérrimo, un pequeño rey de la conspiración; sólo sabía que usaba la ironía para cambiar el universo, un empeño que lo convirtió en un empecinado frente a todas las derrotas hasta la lucha final que lo dejó postrado en un sillón de orejas, pero ni los más acendrados adversarios le han negado nunca su sentido de la amistad y su mente privilegiada. Durante unos días me he paseado en Giza y Saqara entre tumbas milenarias alimentado de faraones, momias y esfinges. La eternidad es aquí una especie de folklore y uno puede jugar un poco a montar en la barca de Osiris para que lo lleve el otro mundo y regresar al hotel a la caída de la tarde para tomar un whisky. El agua del Nilo trae esa parte de tu memoria que habías olvidado hace miles de años. En cada mota de polvo del desierto está concentrado el infinito con los aullidos de todos chacales. En medio de este culto funerario que no deja de ser estético me ha llegado la noticia de la muerte del amigo. De pronto he sentido que el Libro de los Muertos se abría por una página verdadera. En ella no sólo estaba escrito para la eternidad el nombre de Jesús Chamorro, sino también una parte mía que también se había ido. Viejo amigo, ¿recuerdas?, ahora estarán floridos en Valencia los mismos limoneros.

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