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Columna
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La derecha innombrable

Bernardo del Rosal ya es Síndic de Greuges, al canto de un duro de la unanimidad. Bernardo del Rosal es catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Alicante. Luis Fernando Saura Martínez, que le precedió en la titularidad del cargo, fue profesor de la misma. Y Salvador Forner, director general de Universidades, también. Se ve que Eduardo Zaplana, que un día trató de ocupar el campus lucentino, con una tropa camuflada con la indumentaria del mormón, hasta que abandonó, con el orgullo vapuleado, ha recurrido a estrategias más sutiles. Tanto, que, desde entonces, la Universidad de Alicante no ha parado de ofrendar nuevas glorias a la Generalitat. Es algo de las cajitas chinas.

Al nuevo Síndic de Greuges que es persona de trato afable, bien dispuesto y se supone que imparcial, le ha faltado tiempo para proclamarse profesional liberal, lo que no solapa su condición de funcionario, aunque sí ratifica su ejercicio de la abogacía. Y ha añadido que en lo político es independiente. Lo que resulta más evasivo. ¿Independiente de cualquier partido, es decir, sin carnet, sin militancia o con una militancia bajo cuerda, y sin hacer votos de obediencia?. Pues parece muy oportuno. ¿Independiente de esta o de esa otra ideología? La cosa ya no está tan clara, qué quieren. Con el manual de los más rancios, pero usuales términos, se es de derechas o se es de izquierdas, sin que nadie tenga que ruborizarse, aun en una democracia de poco calado como la que soportamos. Incluso con esas indefiniciones nos pasamos por el forro el artículo primero de la Constitución que reconoce el pluralismo político. Pero, ¿a qué pluralismo se refiere? Si aquí la mayoría se confiesa apolítica, que es una declaración subliminal o cuando menos eufemística, y una manera de hacerle guiños a la derecha; o se abstiene en las elecciones, que es otra manera de hacerle un corte de mangas a una socialdemocracia en estado gaseoso y desaborida, sólo nos queda el pluralismo de la mercancía, de las marcas y de las famas. Que no es si no el deseo de agazaparnos tras la impostura. No sólo no hacemos historia, sino que nos salimos de la historia por el sumidero del centro, donde todas las inmundicias se confunden, giran en el torbellino y concluyen en la cloaca.

La izquierda tiene alergia a la izquierda; y a la derecha le avergüenza la derecha. La izquierda se institucionaliza en una oposición de besalamano; la derecha teme su memoria llena de fantasmas y matarifes. Ignora que hay una derecha no necesariamente montaraz y lerda, sino dialogante, tolerante y de talante responsable. Pero unos y otros, acuciados por la inseguridad, por el recelo, por una mala conciencia y por la cesta de los votos de oro, se inclinan por la anfibología y se llaman progresistas, liberales, radicales, que es tanto como darle un repaso al XIX. Estamos liquidando la política, desollándola, desoyéndola, desproduciéndola. Ni siquiera los jefes de Gobierno se pronuncian al respective. Y para qué, si todos son centristas. Aznar, a estas horas que dan la mayoría, ni eso. Así, que bien mirado, no es nada extraño que un Síndic de Greuges o dos, se indefinan, se alejen, no de los partidos, sino de la política misma, como si fuera un veneno, en vez de un ejercicio que se supone digno, sacrificado y de buen ver; atributos que no se pueden transferir a la mayoría de quienes la practican. Un acto de servicio, casi heroico, a la sociedad, que suele venir a menos o a más, según de dónde se mire, y quedarse en pavoneo, ventajismo y utilidad de cercanías.

Se comprende entonces que un señor alcalde a quien requebré llamándole ama de llaves de la ciudad, se subiera por las paredes en un brinco de cólera. Y sólo pretendí decirle que el vecindario, aunque temporalmente, le daba su confianza y ponía bajo su custodia la plata, las sábanas de holanda y la vajilla de Sévres. Lo más fino de su ajuar. Pero no lo entendió. Y así le va: nunca ha pasado de cochero.

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