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¿Está en forma Jordi Pujol?

Francesc de Carreras

Aunque todo el mundo lo sabía, él no lo había dicho. Ahora se ha comprometido en público: Pujol no se presentará a las próximas elecciones autonómicas y, por tanto, a partir del fin de semana pasado ya no puede dar marcha atrás. Aunque las elecciones se anticipen, el candidato será Mas. O, mejor dicho, quizá lo ha hecho público porque sabe que no habrá elecciones anticipadas.

La nueva doctrina oficial convergente tiene dos ejes principales. Por una parte, el pacto para la financiación autonómica va por buen camino y el acuerdo parlamentario con el PP parece que será durable. Por otra, a partir de ese pacto estable, lo que se pretendía se está consiguiendo: hay un sucesor de Pujol claro que debe consolidarse y un proyecto de federación de CiU que, si hay un triunfo en las próximas autonómicas, pasará a ser un partido unificado.

¿Es esto el cuento de la lechera o bien tiene visos de realidad? No seré yo quien se exponga a contestar taxativamente a la pregunta, pero es probable que el presidente de la Generalitat y la coalición que encabeza estén comenzando a salir de la profunda depresión en la que se hallaban desde las pasadas elecciones autonómicas.

En efecto, el último ciclo electoral fue un notorio fracaso para CiU. En las locales, en las europeas, en las autonómicas y, para remachar el clavo, en las generales. Nunca se les habían puesto las cosas tan cuesta arriba. De junio de 1999 a junio de 2000, Pujol pasó su particular vía crucis, con una cruz cada vez más pesada. Se le notaba en el físico: cambió la expresión de su rostro, la mirada se le tornó más huidiza de lo normal; iba cabizbajo en los actos públicos; contrariamente a lo que es habitual, en lugar de hablar de proyectos sólo daba excusas.

Pero el Pujol de ahora, el que hizo declaraciones a Francino el martes pasado en TV-3, es ya otra cosa: de nuevo el Pujol infatigable, que sabe explicarse y encontrar el tono didáctico, familiar; el buen comunicador que sabe poner los ejemplos precisos para que sus argumentos sean entendibles por todos. Tras su renuncia pública, parecía haberse quitado un peso de encima: cubierto un ciclo de renovación, se le veía con la sensación de estar culminando un giro político que, desde hace unos meses, tenía milimétricamente planificado. El Pujol del martes en TV-3 medio dio la impresión de que había recobrado la seguridad en sí mismo de los buenos tiempos.

En septiembre pasado tuve una larga conversación con un estrecho colaborador de Pujol, discípulo suyo en política y persona de su total confianza. Le pregunté: '¿Cómo está el presidente?'. Me contestó rápido: 'Ha vuelto de vacaciones como una moto'. Desde entonces he ido observando sus movimientos hasta hoy.

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Creo que Pujol resolvió durante el verano las dudas que se le habían ido acumulando durante el ciclo electoral último. Tras hacer un repaso a los 12 meses anteriores, llegó a la siguiente conclusión: era necesario hacer un viraje hacia la moderación nacionalista y debía preparar el relevo en presidencia. Ante todo, él no debía repetir como candidato, había que dar la sensación de cambio. Un primer paso era hacer el congreso de Convergència sin traumas internos, pero renovando a la dirección que había protagonizado una línea política que tuvo como momento álgido aquel gran error que fue la Declaración de Barcelona, con la foto de Pere Esteve junto Arzalluz y Beiras. Tras ello, debía ungir a Artur Mas como sucesor con todos los honores: lo nombró conseller en cap para que quedara bien claro. Por su parte, la designación de Francesc Homs como consejero de Economía mató dos pájaros de un tiro: por una parte, tendía puentes de nuevo con un roquismo que ya estaba en retirada; por otra, no sólo era el hombre más capaz para negociar en Madrid un nuevo sistema de financiación de las haciendas autonómicas, sino tambien el más preparado para reanudar -en lo posible- las relaciones con los sectores del empresariado catalán que, en los últimos tiempos, se estaban escorando excesivamente primero hacia Maragall y, tras las elecciones generales, hacia el PP.

Además, para completar el plan, y ello quizá no estaba previsto, tuvo la fortuna de que un Duran Lleida que se le escapaba de las manos se viera, primero, inmerso en los peores momentos del caso Pallarols, y después, de que sus ideas renovadoras fueran derrotadas en un congreso de Unió que constituyó un claro triunfo pujolista. En esta situación, que Duran haya vuelto mansamente al redil convergente por la vía de una federación ha sido, aunque lo intente disimular, cosa relativamente fácil.

Probablemente, Pujol ha cubierto ya los principales objetivos que había urdido durante el verano. Sólo le falta culminarlos mediante un satisfactorio acuerdo sobre financiación autonómica que le justifique el pacto con el PP. Si con todo ello habrá conseguido enderezar el rumbo de CiU sólo se sabrá, definitivamente, en las próximas elecciones. Pero el necesario giro tras los últimos fracasos ya se ha dado.

Ahora bien, las dificultades de Convergència en los próximos meses y años no se le ocultan a nadie. Por una parte, el nacionalismo va de baja: el poco eco que en los ciudadanos ha tenido la campaña de la CAT en las matrículas y el escaso entusiasmo que suscitan las selecciones catalanas de fútbol son hechos evidentes. Si las aspiraciones nacionales han llegado a su techo máximo, el pujolismo queda, sin duda, muy tocado. Por otra parte, el acuerdo parlamentario con el PP está sumiendo en el desconcierto a buena parte de las bases de Convergència y a los círculos nacionalistas. El desenlace de tal pacto no está claro, lo cual puede afectar, además, a una estabilidad parlamentaria que Pujol necesita para consolidar a Mas como su sucesor.

Pero, junto a eso, Convergència tiene algunas ventajas. En el PP, Alberto Fernández y Dolors Nadal están haciendo una excelente labor en la política parlamentaria, pero la ausencia de Piqué hace que el partido no haya encontrado todavía su lugar natural en la sociedad catalana. Los socialistas, por su parte, todavía no han sabido hacer una oposición que les dé un mínimo de credibilidad como futuro gobierno. Da la sensación de que sólo esperan ganar por los fallos del adversario, no por méritos propios: es la manera más segura de no ir a ninguna parte. Ahí, en los méritos propios, es donde se está esforzando un Pujol cada vez más en forma.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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