Pañuelos de papel
Le veía cada mañana, con la primera luz, sorteando los coches, ofreciendo sus pañuelos de papel; se llamaba Juan. Un montón de años, una gorra raída y una colilla prendida en sus labios mostraban sus pocas pertenencias. Después de mucho tiempo, un día menos ajetreado de lo habitual me fijé en él, levanté la mano y, presto a mi solicitud, corrió renqueante hasta mí; le entregué una moneda que, nervioso, me cambió por un paquete de pañuelos. Fue entonces cuando, curioso, le pregunté su nombre. Así, en el tiempo, animamos una conversación que hablaba de su historia. Y en mi perplejidad comprobé que, con mayor o menor fortuna, se parecía a la de todo el mundo.
Hace tiempo que su esquina es ocupada por otra persona. También ofrece pañuelos de papel y, como el amigo Juan me dijo un día: 'Son como nosotros, puedes ignorarlos, te hacen el servicio, se usan y se tiran'.-
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