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ESTRELLA MORENTE | EL PERFIL

Una artista inevitable

La historia de Estrella Morente es la historia de una artista inevitable. Nadie ignoraba cuál iba a ser su destino. En la contraportada de la carpeta de su primer y único compacto hay una foto de una niña descalza -¿cuatro, cinco años?-, ataviada únicamente con una falda larga, de baile, y una pañoleta sobre el busto desnudo. Está de medio lado, con los brazos abiertos a lo largo de la cinturilla, y las piernas separadas. La sombra le vela los rasgos de la cara, pero tiene un perfil decidido, apuesto, inquieto. Luce, como ahora, el pelo largo, que le cae en rizos sobre los hombros alzados, y parece que sólo espera una orden, o el comienzo de la música, para girar el cuerpo. Es una de esas fotos infantiles que resumen, como se comprobará pasados los años, una vocación.

La foto la hizo su madre, Aurora Carbonell, La Pelota, quizá con el convencimiento de que, más que una imagen simpática, estaba probando la dirección de un destino. Entre la niña y la mujer de veinte años de rasgos angulosos y mirada pensativa que aparece en las fotografías restantes no sólo hay el parecido abrumador con el adulto en que el niño se ha convertido sino una semejanza más radical y precisa que refleja un destino común: el arte.

Estrella, en efecto, era una artista inevitable, aunque sus primeros tanteos tuvieron que ver más con la danza que con el cante. Bailaba Estrella y también aprendía a tocar el piano, pero estaba claro que, géneros aparte, emergía una creadora. Tenía siete años cuando el guitarrista Sabicas encajó su voz en un disco: cantó una taranta. Desde entonces no cupo duda de cuál sería el medio en que expresaría su creatividad.

Pero en Estrella no sólo había una propensión natural hacia el baile o el cante. Su propia familia constituía una abrumadora incitación a no seguir otros caminos que esos. Su padre, Enrique Morente, es el mayor innovador del cante de los últimos años; su madre, Aurora, una excelente bailaora. Además es sobrina de Antonio y José Carbonell (cantaor y guitarrista, respectivamente), y nieta de Montoyita, a quien le ha rendido tributo en su primer trabajo discográfico, Mi cante y un poema. Incluso los veranos en las playas de Almuñécar eran otro estímulo invencible. Los Morente y la familia de Camarón de la Isla se juntaban para descansar a su modo: fiestas, cantes, guitarras. De esa red era imposible escapar sin abrir la boca, marcar un compás o ensayar un baile.

El único enigma, por tanto, se reducía a una cuestión temporal: cuándo surgiría Estrella Morente. Lo cierto es que apareció poco a poco, como si alguien la retuviera por prudencia, para no malgastar su condición. A los 16 años tuvo una fugaz presentación en la ceremonia de la inuguración de los Campeonatos del Mundo de Esquí de Sierra Nevada; cantó en directo con Chano Lobato y Juan Habichuela; comenzaron a menudear sus apariciones en recitales aquí y allá, casi siempre con su amiga Marina Heredia; en 1997 prestó su voz para uno de los trabajos discográficos más audaces de su padre, junto con el grupo Lajartija Nick, Omega.

Las opiniones de quienes escuchaban a Estrella eran unánimes. Carmen Linares dijo entre bromas y veras: 'Esta niña nos retira', y Peter Gabriel quedó aturdido por la belleza de uno de sus temas, Los Pastores.

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Con esas mimbres sólo faltaba tejer su primer compacto, que antes que un disco era una expectativa. No se precipitó Estrella. Con buen criterio aceptó encomendar la producción artística y el cuidado a su padre. Enrique quiso para su hija, que heredó la voz de su abuela paterna, Encarna, un trabajo clásico pero lleno de astucias: unas alegrías que parecen emerger de un disco de pizarra pero unas bulerías de una belleza extraña y futura sobre un poema desgarrador de Juan Ramón Jiménez.

Una coherencia al estilo de los Morente cruza de lado a lado el trabajo discográfico. También una línea de orgullo y de defensa de sus criterios artísticos marca la personalidad de esta mujer que aguardaba desde hace años su completa eclosión artística. Estrella tiene una apariencia amable, risueña, pero esconde un carácter visceral, capaz de amar y desdeñar con igual convicción.

Para la carpeta de sus disco Estrella ha escrito una torrencial lista de agradecimientos hacia las personas que viven en sus tres mundos: Granada, Madrid y Sanlúcar de Barrameda. A todas las describe con rasgos gruesos y precisos. Hasta que llega a su padre: 'Dos mil borrones, cientos de folios y no consigo resumir lo que quiere agradecerte'. Silencio, pues. Estrella canta.

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