EL GRAN INCESTO
¿Televisión basura o espectáculo?Mercedes Milá (50 años), abadesa del convento de clausura unisex Gran Hermano, no ha detectado la erección de un miembro de la popular orden cuando el novicio se levantó de la cama y paseó protuberante por varias dependencias de la comunidad. El milagro ha tenido lugar en los primeros días del concurso que se prolongará durante tres meses. Y Milá duda de que se haya producido el hecho. '¿En serio?', pregunta incrédula. Totalmente en serio, aunque parezca una broma, respondo. Y entonces ella irrumpe en el internado para que los vigilantes corroboren el fenómeno. '¿Habéis visto esa erección?'. Las redactoras del programa dicen que sí. El director, también. Así que la abadesa, educada como Dios manda en el Sagrado Corazón de Jesús, dice: '¡Pues me lo he perdido, qué bien, qué saludable!'.
Ahora estamos a las puertas del convento de la orden fundada por el holandés John de Mol, en Guadalix de la Sierra, el mismo pueblo donde en tiempos del franquismo se rodó Bienvenido, Mr. Marshall. Mercedes Milá añade que si Franco levantara la cabeza y viera el concurso 'enfermaría de los siete males y moriría en el acto, con o sin erección'. Luego, el director del programa, Ricardo Ontiveros (32 años), periodista vasco procedente de la universidad opuesdeísta de Navarra, explica pormenores de la vida de la comunidad. Desea ayudarme en esta difícil materia de entender lo que ocurre detrás de los muros y, con cierta cautela, rompe la regla y permite que acceda a la llamada Cruz de Cámaras. 'A la prensa no le dejamos entrar, pero, por ser tú, adelante'. Doy las gracias y, con la normal excitación, irrumpo en la Cruz de Cámaras, que no es más que un estrecho corredor totalmente a oscuras, como el corredor de la muerte, que discurre a lo largo del perímetro del convento pegado a las paredes del edificio. Y pronto advierto, entre los negros paños protectores y el silencio obligatorio de los cámaras, a varios hermanos allí enclaustrados. Conteniendo el aliento reconozco a Fran rascándose los cabellos como si tuviera piojos. Parece el ministro Cañete, pero todavía es Fran, el ganadero extremeño, y cuando un ganadero se rasca de este modo frenético es porque algo va muy mal. Los cámaras reciben orden de acercarse al cráneo de Fran mientras sigo adentrándome por el corredor y me estremezco al ver al otro lado de un cristal que aparenta ser un espejo a la hermana Eva, la del piercing en la lengua, que anuncia a voz en grito y en paños menores que va a bañarse en la bañera. Los cámaras nos aproximan a Eva. Pero ésta, como si se lo oliera, cambia de idea y en lugar de bañarse empieza a darse mejunjes en el rostro pegada al espejo, y allí saca la lengua, que es larga y grande, y creo que me la va a obsequiar. Las cosas se ven de otro modo desde el corredor. Los hermanos parecen más humanos que en la pantalla. Incluso la casa, que es un espantoso alarde de mal gusto, cobra mejor aspecto. Es más acogedora. Sus 130 metros cuadrados aún soportarían mayor desorden y un alud de rollos de papel de cocina volcados sobre los restos de comida que llenan la mesa del refectorio. Después veo el confesionario con la butaca del color de las llamas del infierno. Necesito persignarme.
Luego, el director Ontiveros vuelve al asunto de la erección del hermano Ángel y opina que 'eso nos pasa a todos, y además llevaba puestos los calzoncillos', lo cual es cierto. Añade que en los planes de la productora Zeppelin no se incluyen sesiones de desnudo integral a menos que, aun siendo la audiencia superior a los cinco millones de seguidores, muchos menores de edad, 'se metan dos hermanos en el retrete no para hacer sus necesidades, sino para hacerse una declaración de amor'. Eso ya justifica la imagen.
Veo el retrete. Los infrarrojos, que dan a los dormitorios una luz espectral de depósito de cadáveres, dotan en cambio al WC de una tonalidad atractiva. Sin ser una tacita de plata, es, tal vez, lo más logrado del convento. Pero las hermanas lamentan que algún hermano tenga tan mala puntería y demuestre no acertar en el tiesto. Los hermanos hacen causa común. Replican acaloradamente que ellos aciertan muy bien. Y no necesitan sentarse para mear como les sugiere una hermana. Se enzarzan, pues, en una escatológica discusión que, por suerte e imperativo de la convivencia, les precipita a unos en los brazos de otros, con masajes entre los sofás, los cojines y el peluche de una infantil novicia, todo ello bajo el manto de la Santa Patrona del Magreo.
Hay que decir que ni hermanos ni hermanas hicieron voto alguno de castidad, aunque sí de obediencia a la abadesa, que exige un escrupuloso acatamiento a la regla del fundador. Ni libros (ni siquiera la Biblia), ni lápices que no sean de labios, ni naipes, ni tele, ni radio, ni música, ni maquinilla de afeitar eléctrica ni vibradores están autorizados en la clausura. Todo eso queda en el mundo exterior, pecaminoso y complicado que habitan los telespectadores. Ellos, los hermanos, hacen aquí una vida sencilla, aburrida y básica. Uno confiesa que se muere de asco y pide un parchís. Pero la voz del invisible Zeppelin le contesta que ni hablar, que se hagan cartas ellos mismos con papel de váter.
La hermana Eva sufre un percance. Se ha tragado la bolita del piercing que lleva en la lengua. ¿Qué hace ahora? ¿Resignarse a que se le cierre el agujero? ¿Buscar entre las heces la bolita, lavarla y ponérsela en su sitio? No, hermana. Por bolitas u otros cilicios que no quede. La productora facilita el repuesto, que pasa por el torno a la interesada. Difíciles y arriesgadas decisiones que el director y su equipo de colaboradores (130 en total) deben tomar sin tardanza.
Por su parte, la abadesa lamenta que, a pesar de la popularidad del concurso y del éxito internacional de los hermanos por todo el mundo, todavía sus amigos le ponen el sambenito de hacer televisión basura. Y esto, recalca Milá, no es basura cuando se trata de un espectáculo entretenido que encima hace reflexionar. '¿Por qué en lugar de criticarlo no se ocupan de estudiar el fenómeno Gran Hermano en la sociedad española?', pregunta. Luego añade que le gustaría que 'se reconozca el mérito de este equipo anónimo de grandes profesionales, porque en cuanto a los méritos míos ya han sido reconocidos en otras muchas ocasiones'. Cuando uno visita el corral de las gallinas y asiste a las peleas de los frailes por los huevos, y la ve luego a ella en el plató con los papás y mamás de los hermanos y hermanas, Milá despierta una mezcla de admiración y compasión a partes iguales.
Ahora la veo hincar el diente a un pincho de tortilla como si el pincho fuera el muslo de un crítico hostil de su programa, y afirma que le parece estupendo que el concurso enganche a niños de sólo nueve años y a ancianos de 90 que están solos y ven en los hermanos y hermanas una reencarnación de su propia familia. ¿No es bonito?
En cuanto al lenguaje de los internos, Milá sostiene que es el que, nos guste o no, se habla en la calle. Si una penitente en el confesionario dice que nominar es un putadón, lo expresa así porque en la calle se dice eso mismo. Y si cada dos por tres se intercala la palabra hostia, rehostia y joder es porque esas palabras, lo mismo que megasuperguay, están en boca de todo el mundo, incluso de las personas que aseguran ser bienhabladas. Otra cosa es que la Academia las ignore. Y otra cosa sería falsear la realidad. La virtud principal de Gran Hermano es, insisten sus defensores, mostrar con la mayor naturalidad del mundo esa cruda, plana, banal o estúpida realidad.
¿Qué haríamos cualquiera de nosotros encerrados tres meses en un manicomio transparente? ¿Qué gran hermano no acabaría cometiendo un pequeño incesto?
Desde el punto de vista económico, los internos quieren ganar esos 20 millones de pesetas al cabo de 100 días. Para ello aceptan delatarse unos a otros y desempeñar el papel de verdugos. Cada semana ejecutarán a un reo. O lo empujas tú al patíbulo, o él te empuja a ti. Hasta el trance asesino los hermanos se ceban, bailan, beben, se acarician, copulan, cuentan chistes malos o se ponen gafas de sol porque la intensa luz artificial del convento no hay quien la aguante. Sufren sus ojos para ofrecernos lo mejor de ellos mismos. El casting los aleccionó. Por algo fueron elegidos entre 100.000 aspirantes.
El hermano Alfonso se parece al Príncipe, sólo que es más bajito. El hermano Ángel recuerda al hermano Ismael (en la edición anterior) cuando levanta una ceja. El hermano Carlos, de Hospitalet, es un chulo de barrio del cinturón industrial, machista y hortera como hay miles. El hermano Fran, por solo citar a unos cuantos, el ganadero que va por libre, habla tan pronto del vacuno como de los puercos y se queja de lo poco que le dejan dormir en un lugar donde no hay reloj ni existe el calendario. Como los condenados a muerte, los hermanos pierden no sólo sus inhibiciones, sino además la noción del espacio y del tiempo.Y el tiempo pasa. Hablan y hablan para matarlo. Una hermana dice que tiene la regla y un hermano se aleja con cara de asco. Un hermano quiere abrir obsesivamente la caja fuerte y vaciarla. Otro se resiste a limpiar lo que ensucia porque le encanta que las tías limpien. El año pasado dijo uno que la casa era kafkiana y lo miraron con estupor como a un extraterrestre. Y este año, Marta, la novicia pija con coche descapotable, un caballo de montar y camiseta del Atlético de Madrid, se puso ella misma la soga al cuello al decir que no necesita los 20 millones. La clase obrera y en paro dictaron sentencia de muerte. ¿No necesitas la pasta? Pues te vas a enterar. Y así ha sido. A la hora indicada y sin clemencia del gobernador, Marta fue ejecutada el miércoles, que es siempre el día de las ejecuciones, entre espantosos e histéricos llantos de los verdugos.
Algunos creen que el resultado del concurso está amañado. Conceden a Fran, el ganadero, la victoria final. El hermano de Fran dice que es un monstruo que iremos conociendo poco a poco. Le empresa Telegenia, filial de Zeppelin, ya echa cuentas para explotar comercialmente a sus novicios y, sobre todo, al futuro primer espada. Pero Milá asegura que ganará quien España entera diga que gane, pues los votos de cada matanza se emiten desde cualquier punto de nuestro país, las veces que uno quiera, por teléfono o Internet.
Fran es un extremeño elemental y resistente que se reserva energías (por eso duerme tanto), no se empareja ni se empalma al alcance de la cámara, ni tampoco es un guaperas. Va a lo suyo, sin olvidar que está encerrado allí y no con sus gorrinos, para llevarse los 20 millones como quien no se lleva nada. Cuando los otros van a cantar maitines haciéndose arrumacos y carantoñas, él ya está de vuelta porque nunca cantó maitines. Ahora, John de Mol ya ha puesto en marcha un nuevo Gran Hermano para obesos. Se llama Big Diet (la Gran Dieta) y el ganador será el gordo que pierda más kilos a base de ayunos y otros ejercicios mortificantes.
Pero lo que importa, al final, es la fabricación barata de famosos. La fama es la meta. El mercado demanda más y más famosos a precio razonable. Cuando echaron de la casa a la primera víctima, Marta, sus verdugos lo dejaron claro: '¡Joder, tía, me cago en la leche, ya eres famosa, hostia, ya eres famosa; joder, no llores!', le decían para animarla. Después apareció Marta en el plató por la puerta grande ante la abadesa Milá, vestida con hábito Armani, y la hermana Marta ya había dejado de ser hermana para empezar tal vez otra carrera en Crónicas marcianas, Tómbola, El informal o incluso los telediarios, pues esto no es más que el principio de una nueva era.
El mercado parece estar harto de las viejas dinastías de Rosarito, Rociíto, el Benemérito Guardia, Tamara, el Falso Conde, Dinio y Ney, Boris I el zar de los Listos y el pequeño catalán Galindo, gracioso trepador de toda clase de muebles. Rostros nuevos. Savia nueva. Un nuevo estilo. Una nueva religión, reclaman con urgencia. Marta alcanzó ya la libertad al cabo de diez días de encierro y sus verdugos fueron recompensados con un cachorro bóxer que, unido a las gallinas, a los pajaritos, a los peces y a lo que pueda llover del cielo en Guadalix, promete ser una buena cabaña para el ganadero Fran. Si después de cada ejecución le regalan un bicho con alma de reo, Fran habrá solucionado su futuro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.