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Columna
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Zaplana estrena el PHN

Cuando un político se representa a sí mismo es que domina el arte de la levitación. El martes, Eduardo Zaplana levitó en el escenario del Teatro Principal de Alicante, ante empresarios y regantes. Zaplana estaba en gracia de Aznar. Y se interpretó en su repertorio de primeros papeles: de maquinista del AVE a heraldo de los caudales del Ebro, aunque después de mucho mantener la tela, porque lo del trasvase se le atragantaba. Cerró la función, Jaume Matas, un ministro prendido con alfileres a la cartera de Medio Ambiente, quien advirtió a los claqueros que el Plan Hidrológico Nacional (PHN) no era un proyecto de un partido político ni de un gobierno determinado, sino de todos, del Estado. Cuando un ministro nos recuerda que el Estado somos todos es que algo no funciona, porque lo acostumbrado es que el Estado sea patrimonio del Ejecutivo y de sus pájaros de altura. Y más mosqueo, cuando el ministro declamó lo mucho que se había hecho por el Segura, y anunció el trasvase Júcar-Vinalopó. A todo esto, los ecologistas que se olieron la tostada, definieron la representación de enlace matrimonial, entre las constructoras y las eléctricas, para el revolcón y al alumbramiento del PHN, un hijo que llegará con mucha pasta bajo el brazo, para forrarlos mejor, reverdecer los campos de golf, que hay que ver cómo se las ventilan en el green estos aborígenes de talega, y de paso llevar las aguas sobrantes a los cultivos. Mientras varios ecologistas, tras algunos altercados y forcejeos, con la Policía Nacional, iban a dar en comisaría, el presidente de la Generalitat recitó: los 1.050 hectómetros de agua del Ebro son irrenunciables.

Aquel día era el Día Mundial del Teatro. Así se entiende la pasión escénica y con vistas a la urna, que se puso en el estreno del PHN. Estreno que no respondió a las expectativas. No hubo, como se esperaba, grandes multitudes, ni se cortaron al tráfico las calles adyacentes al Principal. Y eso que la plana mayor del PP, la Coepa, varios ayuntamientos y organizaciones agrarias, se volcaron. Pero no parece recomendable engañar ni engañarse. Faltó capacidad de convocatoria, aunque todo se hizo con la falsilla de otras épocas: autocares gratis y presencia de las fuerzas de orden público. Entre los que accedieron al auditorio y los que se quedaron en las aceras, contemplando en una gran pantalla, la puesta en escena, difícilmente alcanzaron los 2.000. Uno de los regates lo clavó: 'Dentro están los de etiqueta, y aquí, en la calle, estamos los del campo'. Y no todos, porque algunos aprovecharon tanto derroche, para hacer sus compras en los grandes almacenes o darse una vuelta por la Explanada. A Zaplana se le aguó la tarde de esa nueva versión de la batalla del Ebro.

Y es que la semana no ha tenido desperdicio para el presidente: desde ese orgullo que manifestó José María Aznar, por las iniciativas de la Comunidad valenciana, una 'tierra fundamental para el futuro de España', hasta la Ley de Uniones de Hecho, aprobada por la férrea disciplina de voto de los diputados populares, Zaplana no ha parado de hacer bellos ejercicios de levitación. La ley, que la jerarquía eclesiástica ha criticado con toda destemplanza, tampoco ha gustado al Col.lectiu Lambda de Gais i Lesbianes, por sus ambigüedades, pero ha tenido la virtud de llevar a conservadores, de la misma naturaleza del PP, a denunciarlos por 'falso progresismo', es decir, lo que tantas veces ha denunciado la izquierda. Con el tiempo, las cosas adquieren una claridad, que termina por colocarlas en el lugar que les corresponde. No se sabe, si la visita de Aznar ocultaba algún otro mensaje, pero los intérpretes se hacen cruces. Lo cierto es que Zaplana entonó un florido catálogo de alabanzas. Y luego, levitó. Lástima que el vuelo se lo empañara una 'brutal y desproporcionada' carga de la policía, contra los estudiantes de secundaria, en Alicante. ¿Y las libertades y la libertad de expresión? A alguien se le está retrasando el reloj.

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