'Me interesa que brillen las palabras en cada frase'
Alfredo Taján (Rosario, Argentina, 1960) tenía escrito en su partida de nacimiento una palabra, viaje, el resto se lo ha ganado a pulso. Este escritor criado en Málaga, donde aterrizó con su familia a los 13 años, es hijo de argentino de ascendencia siria y de granadina. El triángulo geográfico que ha marcado su existencia le ha otorgado un toque nómada, que ahora rentabiliza. El Premio Juan March, que recibió en 1993 por su novela El salvaje de Borneo, le dio el empujón definitivo para colgar la toga, hasta entonces ejercía su profesión de abogado, y agarrar la pluma. Taján, que ha publicado también cinco poemarios, presentará hoy en Sevilla su tercera novela Continental & Cía. (Espasa Calpe).
Pregunta. Su primera novela transcurre en la isla de Borneo; la segunda, El pasajero, en Argentina, y ésta en Mauritania, ¿es usted un escritor de viajes?
Respuesta. Más que un escritor de viajes, soy un escritor que viaja. Pero el gran viaje para mí ha sido la literatura, como le ocurría a Lezama Lima, que rara vez salía de La Habana. Muchas veces con la imaginación se viaja mejor que de cualquier otra forma.
P. ¿Es verdad que su primera idea era situar toda la acción en Mauritania sin conocer el país?
R. Si. Además, el grueso de la novela, en la que he trabajado durante tres años, lo escribí antes de conocer Mauritania. Tengo amigos, como la doctora María José Sánchez, que entonces vivían allí y me interesé por el país africano. Es un inmenso desierto con el doble de extensión que España.
P. ¿Cuál fue el empujón definitivo?
R. Me lo dieron dos obras de arte. Cuando me topé con Vuelo nocturno, que Saint-Exupéry escribió después de volar por toda el África subsahariana, y el recordar que La balsa de la Medusa, el inmenso lienzo de Théodore Géricault, plasmaba el naufragio de una fragata francesa en la isla mauritana de Tidra.
P. Usted es también crítico de arte y comisario de exposiciones y el protagonista es un galerista mezclado en falsificaciones, ¿es Continental & Cía una crítica al mundo del arte contemporáneo desde dentro?
R. Es una crítica al modo en que se vive actualmente el arte contemporáneo y su parte de bluff. Al tratar el tema de la falsificación, cuestiona dónde está la frontera entre el precio y lo que en realidad vale una obra de arte. No sólo se puede falsificar una obra, sino toda una vida a través del arte.
P. ¿Piensa usted que el modelo está agotado?
R. El arte, en sí mismo, ha llegado a un callejón sin salida y, desde luego, no es una afirmación reaccionaria. Es un universo que pretende ser liberador, pero sigue siendo microscópico. El arte se mira el ombligo y ha perdido el contacto con la realidad.
P. Su escritura preciosista tiene mucho de su faceta de poeta...
R. Le tengo mucho respeto al lector y por eso me interesa que brillen las palabras en cada frase. La verdad es que no sé si es una virtud o un vicio. Construir frases tan elaboradas me frena mucho el ritmo de escritura.
P. En la novela, cuando describe la colección de arte con la que el protagonista se encuentra en Nouakchott, ¿hace una declaración de sus filias?
R. Es un guiño, un homenaje a algunos artistas, pero también hay mucho de parodia. Lo que en realidad me importa es contar la historia, una historia que tiene todos los ingredientes de una novela de aventuras pero incluye un viaje interior.
P. A veces parece un guión cinematográfico ¿es intencionado?
R. No, pero ojalá algún director quisiera llevarla al cine.
P. Con su segunda novela, El pasajero, obtuvo el Premio Café Gijón de 1996 ¿ha escrito alguna vez pensando en presentarse?
R. No, pero los premios ayudan mucho. Cuando recibí el Juan March reuní el coraje para dejar la abogacía y dedicarme a escribir y eso es para mí más importante que la dotación económica de cualquier premio.
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