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Columna
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Sonrisas y Lágrimas

Elvira Lindo

Qué haces cuando tu santo, aquél con el que te levantas, desayunas, declaras a Hacienda; tu santo, el de en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, con el que cenas y escuchas a Carlos Llamas, con el que veías Tómbola, con el que sacas al perro y descubres un pornocajero, al que esperas a la salida de la academia esa a la que va los jueves y al que esperabas cuando iba a la academia de conducir, académico y escolar a un tiempo, el que llevó la 'L' un año, cuando íbamos a la misma velocidad que los Picapiedra en el Troncomóvil, ese santo que mira con preocupación al cielo y a su albaricoque, ese santo que es mi santo, con el que me acuesto y que me levanto, y demás actividades que debe imaginar el lector de un matrimonio en la flor de la edad; ¿qué hace una, digo, cuando su santo presenta un libro? ¿Utiliza una su columna para hablar de dicho libro o se hace la digna y es que ni lo nombra? Todas estas preguntas de corte ético me he hecho esta semana. ¿Qué harían si en mi caso se vieran Cela con Marina, Dinio con Sonia Moldes, Estíbaliz con Sergio o, se me ocurre a bote pronto, Ana Botella con Aznar, en el caso hipotético de que el presidente se decidiera a publicar sus poesías? (¡que lo haga, que lo haga!), ¿qué harían ellos? Pues, probablemente, se dejarían de reparos absurdos y hablarían sin pudores del libro en cuestión.

Allá voy: mi santo presentó esta semana su libro en sociedad. Leyeron unos fragmentos dos buenos amigos: Paco Valladares y María José Alfonso. 'Mira -me dijo Juan González, ese jefazo de Alfaguara que quiere irse a vivir en concubinato con una vaca-, dos ídolos de cuando yo era pequeño, Diego de Acevedo (Valladares) y La Niña de Luto (María José)'. Cuando terminaron la lectura tanto el público como el autor tenían lágrimas en los ojos. Yo también me emocioné, lo confieso, pero no tanto como a la mañana siguiente. Entra mi santo en la cocina y me pilla escuchando la radio y sonándome los mocos. ¿Qué pasa, Lindurri? Nada, le contesté hipando, que cada vez que sale el presidente de Iberia en el anuncio de la venta de acciones, yo qué sé, me emociono, se me olvidan las horas de espera, los días en que te han perdido la maleta, inclusive la bandeja de la comida, todo se olvida y te queda sólo el lado humano: ese presidente conmovedor que recuerda a aquel mítico Manuel Luque, que salió en el anuncio para salvar el detergente Colón, porque creía en su gente y dio la cara. Y cada vez que sale por la radio el presidente de Iberia se me pone un nudo en la garganta, y me acuerdo del Informe semanal del pasado sábado, que se sumaba también a la emoción de la privatización y acababa el publirreportaje con el anuncio de los niños voladores del futuro unidos por una empresa común (también lloré con dicho reportaje).

¿Y qué mejor homenaje a Iberia y sus niños voladores que tomar un avión para que mi santo difunda su libro a los cuatro vientos? Nos fuimos a Barcelona Don Quijote y Sancho Panza, o lo que es lo mismo, mi santo y yo. Nada más pisar la Ciudad Condal una azafata de tierra se le echó a mi santo literalmente encima. Yo acompaño a mi santo en sus promociones para evitar esas efusiones femeninas que pueden distraer al autor del que ha de ser su único amor: su Obra. Los admiradores son imprevisibles, ésta parecía que estaba loquita por él y le suelta: 'Me encanta usted como escritor, sobre todo El invierno en Lisboa, lo que ha escrito después (ponía como cara de asco) no me convence, como lo siento lo digo'. Mi santo empezó a echar pestes de la tan celebrada relación escritor-lector. La pagó conmigo porque nada más llegar La Vanguardia titulaba en primera plana: Primer caso de 'vaca loca' en Cataluña y me dijo: 'Cariño, cómo te esfuerzas en robarme el protagonismo'. Hay quien piensa que mi santo es serio y no tiene sentido del humor. Yo encuentro que a veces lo tiene en exceso. Para mí llegar al aeropuerto de Barcelona es llegar a la ciudad del señor Galindo. Una vez, Anita Saura, de seis años, la niña de Carlos Saura y Eulalia Ramón, tuvo un encuentro mágico con el señor Galindo en dicho aeropuerto. Eulalia los presentó. El señor Galindo dio un beso a la nena y Anita se quedó hipnotizada mirando a aquel hombre de su misma estatura, y aún hoy no sabe si fue real el encuentro o lo soñó. Son muchas las veces en que Sardá hace saber que lo cómico de la pareja que forman Galindo y él es la diferencia de estatura. Por una vez lo cómico estuvo en la igualdad.

Mientras mi santo concedía entrevistas a diestro y siniestro yo me fui al bar porque me conozco y sé que si me quedo en las entrevistas empiezo corrigiéndole y acabo contestando yo, que sé mucho mejor que él lo que piensa. Dónde va a parar. Mientras le esperaba pacientemente, casi como una de esas esposas chinas que salen en las películas, me leí el libro de Inma Monsó, Todo un carácter, la historia de una de esas madres dominantes que muchas llevamos dentro. Además de reírme con la forma de contarlo de la Monsó, recapacito: yo antes me tenía por una de esas madres demócratas, asamblearias, pero con los años se me ha ido quitando esa tontería de la cabeza. Hace poco fuimos mi hijo y yo al cine a ver Casi famosos en la que sale Frances McDormand de madre histérica dándole continuamente la charla a su hijo sobre los peligros de la droga y el rock and roll, y me dijo mi vástago: 'Mami, igual que tú'. Esto se lo aguanté porque aún quedan restos de aquella madre progre que fui, pero en los últimos días le he prohibido terminantemente hacerme reproches. Cada reproche se lo penalizo quitándole dinero de la paga y me funciona fenomenal. Lanzo esta idea por si otras madres quieren seguir la pauta. A la vuelta del bolo tuvimos un retraso de dos horas en el aeropuerto de Barcelona. Mi santo me dijo: 'Esto, para que te emociones con el presidente de Iberia'. Durante el vuelo me quedé dormida y soñé que veía por la ventanilla a los niños voladores. Uno de ellos se volvió y me saludó: era el señor Galindo.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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