Una casa de altura
La experiencia acumulada en la 'Mir' durante 15 años ha hecho posible la Estación Espacial Internacional
La Mir marca un hito en la conquista del espacio, tal vez menos espectacular que el primer vuelo al cosmos (Yuri Gagarin, 1961) o la llegada del hombre a la Luna (Neil Armstrong, 1969), pero probablemente de mayor trascendencia. Sin su experiencia de 15 años, que ha demostrado que el ser humano es capaz de vivir largas temporadas en el espacio, habría sido imposible, por ejemplo, que la Estación Espacial Internacional (ISS) se hiciese realidad.
La Mir puede considerarse una nieta de las primeras estaciones orbitales Saliut. Es, ha sido, la primera y última representante de la tercera generación de laboratorios cósmicos rusos y se ha mantenido allá arriba casi el doble que la Saliut-7, que a su vez, dobló la vida de su antecesora. Pero esta longevidad de la Mir no estaba planificada: prevista para permanecer cinco años en órbita, triplicó las expectativas, y muchos cosmonautas, técnicos y políticos piensan que podría haber seguido funcionando varios años más.
La ayuda de EE UU fue la que permitió completar el complejo de 135 toneladas
En tiempos de la URSS, era costumbre que las grandes construcciones y logros económicos coincidieran con alguna fecha gloriosa del PCUS, el entonces único y todopoderoso Partido Comunista de la Unión Soviética. El año 1986 debía pasar a la historia como el año del XXVII Congreso del PCUS, y nada mejor que celebrar el acontecimiento marcando un hito en la carrera espacial. El regalo que en un principio pensaba hacer la astronáutica rusa al congreso era lanzar, por fin, el transbordador Burán, en el que trabajaba ya desde hacía una década. Pero dos años antes de la cita, los responsables del programa comprendieron que no lograrían terminar a tiempo el transbordador y decidieron apostar por una estación de nueva generación.
Los trabajos habían comenzado años antes, pero en 1979 fueron congelados, ya que se decidió concentrar todos los recursos y esfuerzos en el Burán. En 1984, todo cambió y los soviéticos reanudaron febrilmente el programa de la Mir.
Las prisas se cobraron su precio. Así, la red de cables del módulo base de la futura estación resultó ser una tonelada más pesada que lo calculado, lo que no permitía al cohete portador Protón-K ponerlo en órbita. Lo único que pudo hacerse para remediar el fiasco fue desmontar parte de los equipos del módulo para dejar en tierra el peso sobrante. Ese material fue llevado posteriormente en una nave de carga Progress.
Los responsables de la construcción de la Mir calculaban que en un año ensamblarían en órbita todos los módulos del complejo orbital, pero la realidad fue muy distinta: la URSS se desintegró en 1991 sin que el gran mecano estuviera montado. Se logró acoplar el módulo astrofísico Kvant, el de investigaciones biológicas Kvant-2 y el tecnológico Kristall. Quedaron inconclusos: el militar Spektr y el ecológico Priroda.
La crónica falta de fondos hacía imposible terminar el complejo. Paradójicamente, el que había sido principal rival en la carrera espacial y enemigo número uno en la Tierra vino a salvar la situación. Estados Unidos necesitaba obtener experiencia de largas estancias en el espacio con vistas a la entrada en servicio de la Estación Espacial Internacional (ISS), y sus cosmonautas empezaron a volar a la Mir, lo que permitió completar el complejo de 135 toneladas que hoy está previsto que se desintegre en su mayor parte en las capas densas de la atmósfera.
En sus 15 años de existencia, la Mir se convirtió en un centro de investigaciones en el que se desarrollaron 55 programas científicos en áreas muy diversas. Algunos de ellos estaban ligados a la conquista del espacio, mientras que con otros se buscaba profundizar los conocimientos sobre el planeta azul y desarrollar nuevas tecnologías. Desde los 400 kilómetros de altitud, se efectuaron estudios ecológicos, biotecnológicos, médicos, de detección de yacimientos minerales, astrofísicos, etc. Entre otras cosas, se logró fabricar en órbita semiconductores y otros materiales con características físicas mejores que sus equivalentes terrestres. También se cultivaron plantas y se produjeron medicinas.
Las investigaciones en los cambios que produce la ingravidez en el ser humano han sido vitales tanto para preparar los programas de rehabilitación de los astronautas cuando vuelven a las condiciones terrestres como para hacer posibles los vuelos de larga duración y preparar con ellos la conquista futura de otros planetas del sistema solar, empezando por Marte. Estos trabajos fueron al principio semiclandestinos. Los primeros equipos para efectuarlos fueron llevados al espacio de contrabando, sin que pasaran la inspección habitual de los militares en el polígono de Baikonur (Kazajstán). Y ello debido a la filosofía de los responsables del programa espacial. 'Mis naves deben volar, los acoplamientos deben realizarse sin percances y los cosmonautas no deben morir en las misiones. En cuanto a la ciencia, puede esperar', solía decir Yuri Semiónov, diseñador general de Energuia, la empresa que construyó la Mir.
Ya los primeros experimentos demostraron que todos los cuerpos biológicos pueden sufrir modificaciones celulares e importantes mutaciones en el espacio. 'Al comienzo de los vuelos orbitales, los médicos que examinaban a los cosmonautas en Tierra testimoniaban que los cosmonautas no habían sufrido cambios durante la misión, y nosotros afirmábamos que sí', recuerda Galina Nechitalilo, ex jefa de las investigaciones biológicas en las estaciones orbitales rusas. Hoy, todos los especialistas son conscientes de que, en la ingravidez, el corazón y los pulmones sufren modificaciones, cambia el metabolismo y los huesos se desmineralizan. Estos conocimientos han permitido elaborar ejercicios para minimizar los cambios que produce la ingravidez y evitar complicaciones serias de los astronautas cuando regresan a la Tierra.
Los cosmonautas recuerdan hoy con humor algunos de los primeros experimentos. Por ejemplo, con las codornices. No fue fácil hacer que estas aves nacieran en órbita. En una misión anterior a la Mir, cuando hubo que romper los huevos y se vio que a los polluelos les faltaba la cabeza, Valeri Riumin exclamó: 'Ya sabía yo que los cosmonautas no necesitábamos de nuestra cabeza en el espacio'. Después, ya en la estación orbital, las aves nacieron con normalidad. Por supuesto, las crías, además de volar, hacían sus necesidades, y con mucha frecuencia. El problema surgió de inmediato: la aspiradora diseñada para recolectar los excrementos no funcionaba. Alexandr Balandin se ríe hoy de aquellos días en que por toda la estación volaban más excrementos que aves y él tenía que limpiarlos.
La Mir recibió a 104 astronautas, la mayoría de los cuales no fueron rusos o soviéticos (42), sino norteamericanos (44). Esta paradoja se explica por el programa Mir-Shuttle: los transbordadores estadounidenses llevaron a 37 astronautas en sus nueve viajes. Aunque Pedro Duque no llegó a viajar a la Mir, España tiene el récord por el número de seres vivos en la estación espacial rusa: las 480 moscas del vinagre que nacieron y murieron en órbita.
La estadounidense Lucid Shannon tiene el récord de permanencia femenina en órbita con 118 días; el ruso Valeri Poliakov, el del vuelo más largo con 438 días; y su compatriota Serguéi Avdéyev es quien más días ha volado en órbita: 746 en tres misiones. Este último tuvo que doblar la estadía en el espacio en su última misión debido a las penurias económicas de Rusia: el lugar destinado a su relevo en la nave Soyuz lo ocupó un cosmonauta eslovaco.
Los rusos viajaron a la Mir en 27 naves Soyuz y recibieron alimentos, oxígeno, combustible y equipos en 58 naves de carga Progress. El 13 de marzo de 1986, Leonid Kizim y Vladímir Soloviov se convirtieron en la primera tripulación de la Mir; la última, compuesta por Serguéi Zaliotin y Alexandr Kareli, regresó a la Tierra el 16 de junio de 2000.
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