Sexo de curas y monjas
Las relaciones sexuales de curas y monjas, descubiertas por Cáritas, publicadas y reconocidas por el Vaticano, no pueden extrañar a los lectores de La traca, El frailazo o El motín, y de escritos más serios (El monje, de Lewis); y de psicoanálisis y sociología. Menos a los que no hemos considerado jamás el sexo como pecado o corrupción, sino como un derecho y una libertad. La excusa de estos misioneros es que no se atreven con las nativas africanas por la extensión del sida. Me horroriza la tortura moral de hombres y mujeres obligados a la castidad y su sensación de infierno. La caída moral de las novicias que entran en religión por la pureza. No creo mucho en estas violaciones. Me parece que el informe de Cáritas (corroborado por el Vaticano), hecho por mujer, se inclina a la inocencia de la mujer, forzada y maltratada, y por la lujuria del varón. Y el machismo feroz de la Iglesia distingue entre los castigos: a las monjas se las separa de la orden; las embarazadas no pueden volver a sus casas y van a la prostitución. Quizá alguna busque una patera... Los sacerdotes sufren dos semanas de retiro forzoso: no más.
La culpa está en la obsesión religiosa por la castidad, en la maldición al sexo. El sexo es fuerza básica que anima a los seres, y desviarla de su función original de procreación no es malo: una victoria más de la evolución inteligente contra las cárceles, las trampas, las fuerzas aviesas de lo que llamamos naturaleza. Nada está parado, nada inmóvil. Creo que en España estamos empezando a liberarnos de la larga monstruosidad clerical, que hacía de ellos sus primeras víctimas.
Lo que importa de estos atormentados es lo que realmente están haciendo en muchas áreas del mundo a favor de unos seres abandonados de la humanidad: la que les conquistó a sangre y fuego, les esclavizó, les violó y colonizó a su provecho y, finalmente, les ha abandonado. No dejo de pensar nunca en la alegría que teníamos en los años sesenta cuando comenzaron las independencias de los países abatidos: y era que, después de maltratarles, les estábamos abandonando. Pobre clero de misiones, poniendo esparadrapos a cambio de estampitas, sustituyendo las leyendas nativas por la hagiografía falsa y repugnante, enseñando la castidad y violando, violando, violando.
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