El procesamiento en Caracas de un guerrillero del ELN mejora las relaciones entre Colombia y Venezuela
"El incidente ya está encaminado por la ruta que nosotros confiamos produzca los resultados que todos queremos", dijo el martes el ministro de relaciones exteriores colombiano, Guillermo Fernández de Soto, complacido por la detención y el proceso judicial que se inicio en Caracas a José María Ballestas, guerrillero del Ejército de Liberación Nacional (ELN), acusado, entre otros delitos, de haber secuestrado un avión comercial con 40 pasajeros.
Una detención previa del guerrillero y su inmediata liberación se convirtió en las ultimas semanas en la mecha que puso, una vez más, en la cuerda floja, las relaciones de Colombia y Venezuela.
El tono del ministro fue conciliador. Afirmó que, el próximo viernes, el presidente colombiano, Andrés Pastrana, y su homónimo venezolano, Hugo Chávez, sin agenda y sin horario, se reunirán en la ciudad de Guyana, en la Orinoquía venezolana, para "con gran transparencia y gran franqueza", dar una nueva directriz a las tensas relaciones.
Y le restó importancia al que podría convertirse en un nuevo y peligroso episodio generado por lo que algunos dan por cierto: la amistad peligrosa entre el Gobierno de Chávez y la guerrilla colombiana de las FARC y el ELN.
Según El Universal de Caracas, el Gobierno del país vecino ayudó a Germán Briceño, Grannobles - hermano del Mono Jojoy, jefe militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, (FARC)-, acusado del asesinato de tres indigenistas norteamericanos hace dos años, para que saliera herido de Colombia rumbo a Cuba. "No, no sé nada sobre eso", dijo el ministro a los periodistas.
En agosto de 1999, el analista Alfredo Rangel afirmó: "Las relaciones diplomáticas entre los dos países no volverán a ser normales mientras Chávez esté en el poder y continúe el conflicto armado en Colombia".
Los roces no han cesado. Han provocado más de un titular de prensa sobre la "inocultable relación de Chávez con insurgencia colombiana", varios episodios de agresiones verbales , han hecho exclamar más de una vez a los analistas: "ésta fue la gota que rebasó la copa", y han causado más de un llamamiento a consultas al embajador en Caracas.
La lista de hechos que han generado desconfianza en Colombia es larga. Destaca la insistencia de Chávez en participar más allá de lo permitido en las negociaciones de paz. "Somos soberanos y podemos reunirnos con quien nos dé la gana en Venezuela", ha dicho muchas veces al referirse a su interés de negociar con elenos y miembros de las FARC.
Se suma el ingreso clandestino de oficiales venezolanos en la zona de distensión donde dialogan el Gobierno colombiano y las FARC; la detención de cuatro venezolanos en mayo de 1999 en un operativo contra las FARC en una zona fronteriza (los cuatro quedaron en libertad luego de protestas y mediaciones de funcionarios venezolanos); la denuncia hecha por un ex antiguo hombre de confianza de Chávez, quien asegura que el mandatario pactó con la guerrilla para mejorar la seguridad en la frontera de 2.219 kilómetros, pacto que favoreció a la guerrilla; la presencia, en noviembre del año pasado, en Caracas, de dos delegados de las FARC en un foro sobre el Plan Colombia que, según las autoridades de este país, puso en el mismo plano de importancia a la insurgencia y al Gobierno colombianos; y por último, aun sin resolver, el caso del aeropirata detenido y puesto en libertad que ahora es juzgado en Caracas por un delito menor, la falsedad en documentos. Ballestas esta además enredado en otro confuso hecho: el de una avioneta de Avior, secuestrada y devuelta días después por las FARC a Venezuela.
Para Chávez todo esto no es más que una campaña de difamación orquestada por Estados Unidos y por la "oligarquía bogotana" para "debilitar su proceso bolivariano".
El ex ministro de Relaciones Exteriores colombiano Rodrigo Pardo, analizó hace pocos días la situación con cabeza fría. Aunque habla de la "imagen confusa de una Venezuela cercana a la guerrilla" , y cree que el episodio de José María Ballestas "va demasiado lejos", piensa también que "la mala relación es un incentivo para que se desborde la intervención de Venezuela en el proceso de paz". Y remata su reciente columna en el diario El Tiempo : "La razón y la serenidad son mejores consejeros que la ira y el intenso dolor".
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