Emborracharse a los 14 años
Centenares de menores compran sin dificultad bebidas alcohólicas en los bajos de Aurrerá, en Argüelles
El fisco multiplicaría sus ingresos si, como ha propuesto el defensor del Menor, Javier Urra, fueran multados los padres cuyos hijos menores de edad se emborrachen. 'Los míos tendrían que pedir un crédito', bromea Carlos, un chaval de 14 años que, 'como cada sábado', según dice, se acerca a los bares de la zona de Aurrerá a tomar unas copas con sus compañeros del instituto.
Encajonada entre las calles de Gaztambide y de Andrés Mellado, en Argüelles, los bajos de Aurrerá (un semisótano al aire libre de unos 80 por 20 metros) parecen un templo dedicado al consumo de alcohol. Cada fin de semana, desde primera hora de la tarde, centenares de jóvenes de 'entre 12 y 16 años', según Ovi, un amigo de Carlos, acuden a 'beber, ligar y reír'. 'Los mayores vienen más tarde', añade. Decenas de bares compiten para captar su atención con carteles luminosos que anuncian los mejores precios para las copas. '20 chupitos por ordenador, 999 [pesetas]', luce un local anunciando la llegada de las nuevas tecnologías a la hostelería. La máquina en cuestión no suministra las bebidas, sino los tiques que, tras elegir entre decenas de opciones, pueden cambiarse por las copas en la barra del establecimiento.
Que Carlos y Ovi tengan 14 años (cuatro menos que los establecidos por la Ley 5/2000, de Garantías de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia, para poder comprar alcohol) no les supone ningún problema. 'Nos colamos en todos los bares', se ufanan. Y si tuvieran algún problema, las tiendas de alimentación de los alrededores compiten para ofrecerles mercancía en forma de botellón (una botella de licor y otra de refresco para mezclar).
Camareros y dependientes de toda la zona parecen estar demasiado ocupados sirviendo alcohol a toda velocidad como para entretenerse en requerir el DNI a los chavales (como ha propuesto Urra a la Asamblea de Madrid).
En la calle de Gaztambide, una gran pizarra anuncia con enormes letras las mejores ofertas del día en un establecimiento: güisqui escocés y cola, 1.995 pesetas; lo mismo, pero en versión nacional, 1.550; ginebra o ron y limón, 1.650. En el interior, decenas de menores hacen cola para comprar. 'Conseguimos lo que queremos sin ninguna dificultad', sentencia Marcos, de 15 años, mientras da cuenta de un mini (gran vaso con capacidad para un litro de bebida) de cola y güisqui. 'Y si nos preguntaran la edad, ningún problema: entra uno que ya haya cumplido los 18, y ya está', apostilla.
Adentrarse en los bajos de Aurrerá es como hacerlo en un gran bar al aire libre: el suelo está pegajoso por las bebidas derramadas, el ruido de las conversaciones y la música es ensordecedor, y se pueden ver numerosas personas con evidentes signos de haber consumido más alcohol de la cuenta.
No es raro ver a chicos llevados a rastras por otros. Como Laura, una joven a la que sus compañeras de fiesta ayudan a subir las escaleras. Todas llevan mucha piel a la vista para estar a sólo 10 grados centígrados a las 20.40 de una noche de invierno. 'Ya ves qué problemón. Tenemos que estar en casa antes de las doce, y a ver qué hacemos ahora', se queja Marta. 'Somos vecinas, y, si una se pasa [con el acohol], nos cae la bronca a todas', añade Jennifer mientras sostiene a Laura. Ésta apenas puede balbucear palabra, pero sonríe sin cesar. 'Es que no he comido nada', se disculpa. Las tres cursan primero de ESO y tienen 15 años. Con sus ropas y el maquillaje aparentan ser mayores de edad.
Otro comercio, en la calle de Andrés Mellado, parece desde el exterior una castiza y tradicional panadería. Sin embargo, en el interior todo es muy internacional. Una sonriente mujer oriental trabaja frente a una enorme estantería repleta de licores: ron del Caribe, tequila mexicano, aperitivos italianos, güisqui escocés, ginebra inglesa y vodka ruso; todos ellos, con su hermano español a precios más económicos.
La única bebida nacional que domina con fuerza es el vino en tetrabrik, utilizado para elaborar calimocho (vino con cola). Los jóvenes que entran y salen de la tienda sólo cogen su cartera para pagar: nunca para identificarse. 'Esto es una vorágine', comenta un resignado vecino que vive en un piso sobre esa zona de bares desde hace 17 años. 'Hemos visto emborracharse a generaciones de madrileños', añade.
A partir de las diez de la noche se produce un lento pero firme relevo generacional. Los más jóvenes se van retirando hacia casa, mientras llegan otros mayores. Fernando tiene 18 años y nunca llega antes de las diez y media. 'Antes, esto está lleno de críos', afirma.
A su espalda, entre los bares, y cerradas a cal y canto, se pueden ver las puertas de la parroquia de San Ricardo y una Unidad de Seguridad de la Policía Municipal.
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