Pegapases y de los malos
Los toreros serían buenos pero los pases que pegaban eran malísimos. Los toros habrían costado un dineral pero no valían un duro.
Parece -¿verdad?- como si uno estuviese a la contra (hay quien lo dice y hasta quien lo propala) y, sin embargo, qué más quisiera que poder hablar de toros, de toreros, de toreo, sin advertencia alguna de trampas y corruptelas.
La corrida fue por enésima vez en la feria, en el milenio recién estrenado y en el que pasó a la historia, un fraude descarado. Y el fraude, que empezó por los toros, acabó por los toreros y su pegapasismo lleno de trucos.
Los toros traían la presencia de los novillos. Hubo una excepción, el que saltó tercero a la arena, que ese lucía tipo de becerro y además estaba inválido. El presidente lo devolvió al corral y el novillejo de vistosa capa, hierro Martelilla, que salió en su lugar -un cárdeno moteao salpicao capirote botinero- regresó al corral también por su manifiesta invalidez. Compareció el segundo sobrero, proveniente de la casa Bohórquez y tampoco tenía trapío para corrida de toros.
O sea, que no había manera.
El de Bohórquez, con su pequeñez, su invalidez y su borreguez se lidió íntegramente y entre su miseria embestidora y el pegapasismo galopante que le administró Juan Bautista, una parte de la plaza entró en sopor, otra juraba en hebreo.
Llovía sobre mojado en realidad. Las palizas pegapasistas venían de los turnos anteriores que ocuparon Finito de Córdoba y Rivera Ordóñez...
'¡Piedad!'
Surgió la insperada petición de auxilio del tendido, ala de estribor según se mira para la Albufera. Voz desgarrada por el sufrimiento extremo; incógnito aficionado, probablemente, perdido entre la masa triunfalista que tenía tomados todos los puntos cardinales del coso y se enseñoreaba de ellos con estruendosos olés y ovaciones.
El triunfalismo no terminó (ni decaerá jamás mientras dure la moderna tauromaquia) aunque sí sus manifestaciones, pues llegó un momento en que a la masa triunfalista le faltaban motivaciones y clavos ardiendo para seguir vitoreando la nada absoluta.
Al pegapasismo de Juan Bautista no se le encontraba ni técnica ni sentimiento. Su faena al sexto toro, un poco más animada que la que aplicó al tercero (aunque igual de plúmbea), la concluyó mediante un feo bajonazo, con lo cual más le habría valido escapar por la gatera disfrazado de torrentí.
Todo es mejorable, no obstante, y le superó Rivera Ordóñez con un pegapasismo de proporciones catastróficas. Rivera Ordóñez recibió al quinto toro a porta gayola tirándole dos largas cambiadas, lo que, siendo meritorio, no le condona el palizón de astrosos pases con que castigó a la concurrencia.
Cada uno hace lo que puede, ciertamente, en todos los órdenes de la vida, y en toreo unos poseen el don del gusto, otros no. Ahora bien, lo que no se puede es ser malo con ganas, malo por vocación, malo de pertinaz maluria, y eso revelaban las trazas de Rivera Ordóñez para torear y asimismo para matar, dando el salto del capullo.
Finito y la apasionada militancia finitista reivindican la excepción. A Finito de Córdoba o se le reconoce el arte o podemos tenerla. Sin embargo su vocación pegapasista es igual que la del resto. Vocación pegapasista en la modalidad del derechazo principalmente, que empalma poniéndose de perfil, escondiendo además la pierna contraria, y esas son las formas que se derivan de la ventaja y el truco.
En el primer toro los naturales de Finito resultaron mediocres. También en el cuarto la única tanda que ensayó, cuando llevaba ocho minutos de faena. Marcó algunos ayudados y trincherillas pero ya no eran horas, ni había ganas, ni podían aliviar el pegapasismo espeso de sus interminables faenas.
Así no hay quien aguante una tarde de toros. Y encima quieren que no se fume.
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