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Tribuna:EL DEBATE
Tribuna
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No hay excepción francesa

No hay excepción francesa. La habría si estuviera claro que en Europa había triunfado un modelo del que sólo Francia se hubiera alejado. Pero no me parece una hipótesis real. La construcción europea sólo ha sido posible y sólo es fuerte en la medida en que Europa no ha entrado en conflicto con las diversas naciones que la componen. Dicho de un modo más preciso: Europa no se ha constituido como un Estado, ni como una sociedad, ni como una nación. Ello quiere decir que la participación en la construcción europea siempre se ha visto marcada por culturas e intereses nacionales. Lo que de particular ha tenido el papel desempeñado por Francia es que este país, al que con tanta frecuencia se ha acusado de nacionalista y de cerrado, es el que más ha contribuido a la creación europea. Puesto a hablar de excepción, estaría más justificado hacerlo de la británica, porque Gran Bretaña, a pesar de ser hoy proeuropea, es a la vez donde se encuentra Londres, ciudad global, es decir, uno de los dos grandes centros financieros del mundo. La excepción inglesa consiste en intentar combinar ese famoso espíritu atlántico con el espíritu europeo, de estar en el continente y, a la vez, separado de él. Así, puedo seguir hablando de todos los miembros de la Unión Europea, y al hacerlo habría que empezar, evidentemente, por Alemania, no sólo porque la reunificación del país ha sido para ella un objetivo central, sino porque las mejores cabezas de Alemania siguen sin fiarse de su propio Estado y piensan que sólo una construcción europea ampliada puede protegerla contra un retorno del nacionalismo alemán. En lo que a España se refiere, el argumento es fácil porque cada español tiene conciencia de que el renacimiento y la modernización de su país están identificados con la construcción europea y con el papel que España desempeña en ella.

Las fuerzas económicas no se sitúan por encima del resto de los aspectos de la sociedad

Se puede argumentar prácticamente lo mismo de Italia, puesto que casi todos los italianos consideran que únicamente el objetivo de una integración real en Europa puede salvarles de la debilidad, de las enfermedades o de la corrupción de su sistema político.

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Esta moderada posición que acabo de exponer desgraciadamente se ha visto desbordada en los últimos años, es decir, desde la salida de la escena política de Jacques Delors, no ya por un federalismo exacerbado, sino, por el contrario, por un retorno a los intereses nacionales, como se pudo comprobar en la cumbre de Niza.

Si tuviera que imaginarme la sociedad francesa bajo otros aspectos distintos a su posición en Europa, no tendría problema a la hora de hacer unos razonamientos análogos. Quizá la característica más importante de la historia de Francia sea la que, con tanta razón, subrayó Tocqueville: ha sido el Estado el que ha hecho a Francia. Algo que ha ocurrido en muchos países, por ejemplo, en Japón o Brasil, mientras que otros, como Gran Bretaña y, aún más, Holanda, estuvieron dominados por el tema de las libertades económicas y públicas.

Llegados a este punto, hay que subrayar que, desde el punto de vista histórico, Estados Unidos ha estado muy próximo a Francia. Los conceptos que han dominado el pensamiento colectivo en ambos países han sido los de nación y república; digamos también que en estos dos casos ganó Rousseau, mientras que en los de Gran Bretaña y Holanda lo hizo Locke.

La cuestión real es: ¿están las especificidades nacionales o regionales a punto de desaparecer, ya sea debido a la integración europea ya sea por la famosa globalización? Creo que no. El mundo contemporáneo está dominado tanto por el desarrollo de los intercambios internacionales como por la creciente visibilidad de los particularismos. Para establecer un mínimo de relaciones entre un sistema económico internacionalizado y unas culturas religiosas, políticas o étnicas, no hay mejor instrumento que las instituciones representativas existentes, no sólo a nivel nacional, sino también a nivel regional, a condición de añadir que la oposición entre la nación y la región no corresponde a ninguna realidad. Ninguna región ha reclamado pertenecer a Europa frente a la nación a la que pertenece, como lo prueba el caso de Cataluña.

En la misma medida en que es imposible, como siempre lo ha sido, analizar a las naciones desde una óptica culturalista, y por tanto nacionalista, es inaceptable pensar que un orden económico internacional puede hacer que desaparezcan todas las formas de organización social o política que se encuentran por debajo de él.

Tras una década dominada por esta peligrosa ideología, descubrimos que las fuerzas económicas no se sitúan por encima del resto de los aspectos de la sociedad, debido tanto a que los Estados intervienen con fuerza en todas las economías como a que los factores no económicos del desarrollo económico no cesan de adquirir una importancia cada vez mayor. Pronto será imposible hablar de excepción porque ya lo es hablar de tendencias generales y de sistema hegemónico.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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