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Tribuna:COYUNTURA ESPAÑA
Tribuna
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Señales de alarma

Tras dos meses en los que la inflación parecía haber iniciado una tendencia a la baja, el dato último de febrero ha vuelto a sorprendernos negativamente con un nuevo repunte de casi dos décimas que la ha llevado al 3,84%. Al analizar los datos de los meses anteriores, ya señalaba que la nueva tendencia bajista no podía darse como consolidada, pues se basaba en el mejor comportamiento respecto a los mismos meses del año anterior de uno de los componentes más volátiles del IPC, la energía, mientras que el núcleo que determina su evolución a medio plazo, la llamada inflación subyacente, todavía mantenía su marcha ascendente, no siendo previsible su flexión a la baja hasta la segunda parte del año. Hasta que este cambio de tendencia de la inflación subyacente no se produzca, las únicas alegrías que cabe esperar provendrán del comportamiento de la energía y de los alimentos sin elaborar, lo que no ha ocurrido en esta ocasión.

La temida espiral precios-costes-precios parece estar ya funcionando y a la larga conducirá a un frenazo en el crecimiento

En febrero la energía ha vuelto a subir, aunque de forma más moderada que un año antes, lo que ha restado una décima a la tasa de inflación interanual. Pero ello ha sido más que contrarrestado por los alimentos sin elaborar que, si bien han bajado ligeramente (es normal que bajen en este mes tras las alzas de diciembre y enero, lo han hecho en mucha menor medida que un año antes. La causa fundamental es el efecto de las vacas locas sobre los precios de las carnes sustitutivas del vacuno (cordero, cerdo y pollo).

Ahora bien, lo más preocupante de los datos de enero es la evolución de la inflación subyacente (3,24%). Aunque era previsible que continuara al alza, lo ha hecho en mayor medida de la prevista, debido a la mala evolución de los componentes que en principio cabría considerar menos inflacionistas por estar más expuestos a la competencia, los alimentos elaborados y los bienes industriales no energéticos. Tampoco se quedan cortas las subidas de muchos servicios, como el transporte público o los servicios médicos. Todo ello se explica en parte por el proceso, todavía inconcluso, de traslación a los precios finales del encarecimiento de la energía como materia prima que interviene en todas las fases productivas, pero también empiezan a observarse comportamientos basados en los intentos de recuperar el poder adquisitivo perdido por la subida del petróleo o en expectativas inflacionistas superiores al objetivo oficial del Gobierno y del BCE.

La tan temida espiral precios-costes-precios parece estar ya funcionando. Esto es muy peligroso, pues a la larga conducirá a un frenazo en el crecimiento y en la creación de empleo más intenso del que ya se está observando. La situación requeriría un endurecimiento de la política monetaria, pero no cabe pensar que el BCE suba los tipos de interés para atajar la inflación española cuando esto no es un grave problema en el resto de la UEM. El Gobierno debe utilizar todos los medios a su alcance, incluido un endurecimiento de la política fiscal, pues aunque los efectos directos de ésta sean discutibles en intensidad y plazos de actuación, ello serviría como un aviso serio a los agentes económicos de que el país se juega su potencial de crecimiento si no se atajan las actuales presiones inflacionistas.

Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas para la Investigación Económica y Social (FUNCAS).

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