Gibraltar
A mí me gusta Gibraltar como es. Preferiría lo que algunos de entre ellos piden ahora: su independencia. Un pañuelito de colores tendido en la bahía del viento levante, un puñado de personas bilingües, hispano-inglesas. Me gustaba, en los tiempos en que iba tanto, un café cantante andaluz, bañarme en la diminuta piscina del hotel, subir al monte a ver los monos. Hubo un tiempo en el que tuve mi cañón -artillería de costa, Ceuta, posición del Pintor- apuntado a él; y en él, Anthony Burgess, soldado, apuntaba el suyo hacia mí. ¡La guerra mundial! También me gusta Ceuta, sus murallas, sus hoteles frente a la otra costa. No tengo manías de nacionalidades, y quisiera que la tierra fuera del que vive en ella: del que la trabaja, decían los rebeldes de antes, y por poco se salen con la suya. Y Tánger, internacional; luego, con el Estatuto: hasta que se marroquinizó. Beirut, antes de los falangistas libaneses. Antes de Sharon.
Las ciudades, las tierras de nadie. Veo ahora el fastidio posimperial de Blair y la arrogancia paleta de Aznar cuando los gibraltareños -los llanitos- piden esa independencia. El ardor patrio de éstos que entregan Rota y mandan soldados a Kosovo y una fragata al Golfo me resulta insufrible (exagero: lo sufro todo muy tranquilo. Los rojos hemos bajado a la Tierra para sufrir); más bien grotesco. Hablan estos gobernantes del Tratado de Utrecht: qué cerebros anquilosados. Gibraltar es de sus chicas esbeltas, sus policemen andaluces, sus mestizos: malteses, chipriotas, árabes. Sus judíos. No tengo manías de nacionalidades, y cuando me dicen lo de los documentos de los vascos para ellos solos, me dan risa entre el miedo: yo no quiero documentos para nadie.
Se quejan éstos: dicen que en Gibraltar prospera el contrabando libre: pero no tiene comparación con el protegido de Galicia. Con las puertas del metro de Madrid, que hierven de tabaco de contrabando, y más hervirán si lo suben ochenta pesetas en impuestos. De todos los contrabandos el peor es el de los Estados. Gavilanes de cielo corto. En cambio, Gibraltar absorbe trabajadores del vecino español y exporta turismo hacia nuestro sur. (Marruecos arruinó Tánger y a sus ciudadanos cuando lo absorbió; sería idiota y malo que lo hiciéramos con los gibraltareños y los españoles del Campo).
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