Contradicciones
La figura de Camille Saint-Saëns nunca le resultó cómoda a la historiografía de la música. Hombre de extensa cultura -no sólo musical, también literaria-, pianista de éxito, crítico y ensayista, se resiste como gato panza arriba a la clasificación. Las referencias que se han buscado a su obra van desde Bach, Händel y Rameau a Schumann, Liszt, Wagner y Mendelssohn, pasando por Mozart y Beethoven. Demasiados nombres para un cabal entendimiento del lugar que ocupa su producción. Probablemente quien más se acercó a una definición sensata del personaje fue su amigo Gounod, citado por Romain Rolland, cuando dijo de él: 'No tiene sistema, no pertenece a ningún partido'. Ni siquiera al suyo propio, añade Rolland. Efectivamente, cuando Saint-Saëns advierte que su estética se escora hacia el wagnerismo, rompe con él, y no le da ningún miedo contradecirse con postulados anteriores: su modelo intelectual es el libre pensamiento de Voltaire.
Sansón y Dalila
Camille Saint-Saëns. Intérpretes: José Carreras, Markella Hatziano, Simón Estes, Simón Orfila, Stefano Palatchi. Orquesta y Coro del Liceo. Director: Stefano Ranzani. Producción del Covent Garden. Liceo. Barcelona, 15 de marzo.
La contradicción está también en la base de Sansón y Dalila. ¿Ópera u oratorio? En esta dicotomía ha vivido la obra desde su estreno en Weimar, en 1877. Fue concebida primero como pieza de concierto, pero acabó inclinándose por la representación. Los actos primero y tercero son efectivamente más oratorio que ópera, pero entre ellos se coloca un segundo con un gran dúo de amor de alta sensualidad: pura ópera.
Ahí queríamos llegar. En el Liceo esa temperatura no subió suficientemente: no saltó la chispa del foso y no prendió la yesca sobre la escena. La orquesta, dirigida por Stefano Ranzani, estuvo aseada, pero no arrolló. Faltos de ese estímulo, los cantantes no consiguieron inflamar al público, aunque tuvieron aciertos individuales. Markella Haztziano (Dalila) estuvo ausente, cantó su parte como si no fuera con ella y, sin embargo, aquí y allá aparecían unos pianissimi de muy buena factura. José Carreras (Sansón) fue lo más grato de la noche. Años atrás habría arrasado con la claridad de su timbre y a la vez habría hecho sufrir por su arrojo un punto insensato. Hoy es al revés: el timbre es algo más oscuro y su canto procede con serenidad, buscando los apoyos. De Simón Estes (Gran Sacerdote), tan admirado en otras funciones, mejor pensar que ése no es su papel o que no tuvo su noche. Bien Simón Orfila y Stefano Palatchi en sus breves papeles de Abimelech y un viejo judío, respectivamente.
La producción procedía del Covent Garden: debe de tener cerca de 20 años. Demasiados.Hoy aparece como puro kitsch.
Babelia
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