Raíces
El apego, la querencia al lugar de origen es un sentimiento común en el alma humana. Todos en mayor o menor grado amamos nuestras raíces. El problema llega cuando estas raíces no nos corresponden. El viento azaroso de la existencia nos hace nacer a uno y a otros en distintos lugares y la suerte como intangible no debería medir diferencias. Pero lo hace. De eso se ocupa el ser humano, que se saca realidades de la chistera. Parece pues que todos lloramos, unos de nostalgia y otros por pérdida de identidad. Unos por dignidad y otros por indignidad. El tono grisáceo es un buen color, aunque nos mojemos. La incertidumbre social, el indeterminismo de saber quién es quién es un concepto esencialmente moderno. De sociedades avanzadas. No nos podemos aislar, simplemente es imposible, no existe en la naturaleza ninguna fuerza comparable al axioma existencial inherente al ser humano de procurarse una vida mejor. Somos todos extranjeros, a veces incluso de uno mismo, como argumentaba el filósofo accidentado. La libertad tiene mucho más que ver con lo que buscamos, que con lo que somos. Nuestro lugar en el mundo, ese monstruo excluyente que regurgita los nacionalismos, es una hipótesis falsa, válida sólo para las teorías de algunos. Un científico jamás renunciaría al principio de universalidad, y un humanista citaría a John Donne: 'No hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti'.
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