El carnicero
De lo que se trata es de cortar la carne como se debe y él lo hace como nadie; lo sigue haciendo, aunque a veces cruza por su rostro la flor seca de la melancolía y ahí están, terribles y afilados, dispuestos, los cuchillos quietos, las manos sobre el mostrador, los ojos que ven pasar. Lleva años luciendo ese traje de rayas verdes, le conozco como si hubiera estado en el mismo patio del colegio, sé que siempre tuvo así la mirada, pero ahora los que le vieron siempre en ese sitio tratan de saber más de él, como si fuera el principal damnificado de una guerra que cada día conoce un capítulo que diezma más su moral. Pero él no deja de bromear con los demás, pasen o se queden, compren o sigan de largo: él tiene su clientela, ya volverá.
A veces le veo, los sábados, delante del género, viendo cómo pasan a su lado los viejos clientes, en busca de otros puestos donde están las frutas, las chacinas, el pescado, las aceitunas, el pan; él no ha perdido el humor y se ríe de la suerte (de la mala suerte) sobre la que se le pregunta. Su vocación está ahí, junto al mostrador, cortando filetes, repartiendo chuletas de cerdo o de cordero, adivinando el apetito o la evolución del gusto de los que siempre han estado al otro lado preguntándole por la calidad de lo que vende. Algunos se le acercan ahora abiertamente, cómo está su ánimo. 'Peor están ustedes, ahí fuera parece que hay miedo, no hay por qué, ahora esto que parto está mejor que nunca'.
En algunas esquinas del mercado he visto que algunas carnicerías se cierran o cambia de objetivo el destino de su comercio. Las noticias golpean cada día desde un sitio u otro del mundo y la plastilina con la que se han señalado estos comercios cada día se multiplica más, como una fiebre. El carnicero sigue ahí, mirando al vacío de la clientela, el restaurante sigue abierto, con su carta disminuida, las vacas... Mi madre decía de las vacas: 'Las vacas miran con ojos llenos de melancolía/porque saben que a su leche le echan agua cada día'. Melancolía infinita la que siente ahora una profesión que aguarda a que el temporal devuelva a ese lado del mostrador la confianza que siempre se tuvo en el amigo que nos corta el género como si fuera para él.
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