Atención a la inflación
A pesar de los paños calientes y de las atropelladas explicaciones del Gobierno, la subida del IPC en el mes de febrero (0,3%) confirma la desastrosa evolución de la inflación en España, tanto en términos absolutos (la tasa interanual sube una décima y se sitúa en el 3,8%) como relativos, porque también ha aumentado la subyacente, que excluye la volatilidad de los alimentos y la energía. A pesar de los malos resultados en Francia y Alemania, donde los precios anuales se han disparado hasta el 1,4% y el 2,6%, respectivamente, puede haber aumentado el diferencial de España con la media europea, establecida hasta ahora en 1,3 puntos.
Las explicaciones del Ejecutivo son, una vez más, inservibles y tendentes a echar la culpa a todos menos a él mismo. Pero culpar de la inflación a las vacas locas ya no se sostiene, desde el momento en que un análisis rápido a la estructura de los precios en febrero demuestra que los costes industriales siguen subiendo y que los de los servicios crecen sin freno, hasta el 4,5% interanual. De la misma forma, los hechos han demostrado que excusas esgrimidas con anterioridad, como que la elevada inflación española se explicaba por la expansión de la demanda interna, también son falsas. Los precios aumentan a pesar de la desaceleración de la demanda.
Las profecías oficiales anunciando un descenso de los precios a finales de primavera o a principios del verano carecen de credibilidad; y si por casualidad alguien confía en ellas, bien puede argüir aquello de 'largo me lo fiáis'. En todo caso, debe aceptarse ya públicamente que el objetivo del 2% es una entelequia. El problema tiene más profundidad de lo que reconoce el Gobierno. Es un hecho que el crecimiento de los precios energéticos durante los 10 primeros meses del año pasado ha contaminado los costes industriales y de servicios; y que esta contaminación está contribuyendo a arrancar una espiral de precios-salarios; y la pérdida de competitividad de la economía, cada vez más evidente, puede colapsar el crecimiento a medio plazo. Éste es el riesgo que el Gobierno debe afrontar, aunque esté más interesado en culpar de la inflación (sic) al síndrome de Kreutzfeldt-Jakob.
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