La emoción de la casta brava
En cuanto el toro saca casta hay emoción en el ruedo, todo tiene importancia y en la plaza no se aburre ni dios, dicho sea con perdón y sin ánimo de señalar.
Los novillos de Sánchez Arjona, no bonitos de presencia, ni guapos de cara, traían la meritada casta Coquilla; hasta en los carteles venía una mención a la histórica marca, y dieron de ella un recital.
Un lujo, los novillos de Sánchez Arjona. Hasta los mansos, que de esto también hubo. El primero desarrolló la mansedumbre clásica, mucho recelar capotes, mucho huir de las plazas montadas, mucho quedarse al abrigo de las tablas. Pero tan pronto el matador le presentaba la muleta, ya estaba tirándose a ella, con las del beri.
El matador, que era Juan Alberto, hijo de Algemesí (industriosa población valenciana) puso pundonor y coraje en su faena, pese a las peligrosas intemperancias del manso con casta brava (de lo que luego se hablará).
Arjona / Alberto, Jiménez, García
Novillos de Sánchez Arjona, discretos de presencia; fuertes, excepto 4º y 6º; con casta, algunos mansos; nobles, aunque sacaron genio. Juan Alberto: media estocada caída y bajonazo infamante (silencio); pinchazo -aviso- y estocada caída (palmas y saludos). César Jiménez: pinchazo, estocada, rueda de peones -aviso- y se echa el toro (minoritaria petición y dos vueltas al ruedo); estocada (escasa petición y vuelta). Iván García: pinchazo bajísimo, dos pinchazos bajos, media atravesada baja -aviso- y se echa el novillo (silencio); pinchazo hondo y estocada corta ladeada (palmas). Plaza de Valencia, 12 de marzo, 3ª corrida fallera. Dos tercios de entrada.
El lote más difícil se llevó Juan Alberto pues el novillo cuarto llevaba el estigma de la invalidez, perdía las manos, caía y, sin embargo, durante el último tercio sacó un áspero temperamento, y se resistía a seguir los dictados de las suertes que el espada valenciano intentaba pisándole los terrenos.
En una de esas, el novillo inválido alcanzó a Juan Alberto, le derribó y, al verlo en el suelo, hizo por él sacando toda la fiereza de la casta brava que llevaba dentro. Cuadrillas afanándose en torno, revuelo de capotes, no conseguían distraer al novillo, que perseguía al torero caído; y aunque el hombre rodaba por la arena y se revolvía queriendo huir, el novillo le lanzaba furiosos derrotes lo mismo al bulto que al aire, por si alguno le alcanzaba. Parecía que tiraba con revólver. Un coleo del banderillero Montoliu logró sacar de allí al novillo, que siguió tirando cornadas, hasta dando brincos, y arrebató capotes, espantó coletudos y en una de sus sacudidas acabó tirando al propio coleador.
Muchos taurinos de ahora (y sus gacetilleros áulicos; menuda panda) no aceptan que estos comportamientos sean propios de la casta. En realidad niegan la mayor -el fundamento de la casta-, y sólo se la reconocen al toro docilón. Sale el toro tonto y dicen que su bucólico conformar es justo la casta brava. Estamos buenos con la grey de taurinos y de gacetilleros áulicos que tienen tomada por asalto la fiesta.
Con semejante premisa, la novillada de Sánchez Arjona habría sido, efectivamente, un horror. Bueno, nadie está en posesión del dogma. Pero en el ruedo se vio el cúmulo de lances y de emociones que se producían a lo largo de la función, y los tres espadas gozaron del general reconocimiento a su valor y a su torería.
Trascendía al tendido el mérito enorme que suponía torear aquellos novillos encastados. Una disposición casi heroica hacía falta para consentirlos e intentar dominarlos.
César Jiménez, que es muchacho ceremonioso de estudiados ademanes, desarrolló a la hora de la verdad una torería de primer orden. Se echó de rodillas en diversos pasajes de su primera faena, ligó con excelencia una tanda de redondos y bulló lo necesario para que parte del público le pidiera una oreja, finalmente no concedida pues no había quorum.
El quinto novillo desarrolló poder, derribó una vez con estrépito, romaneó violentamente otra y al acabar el tercio le pegó una arrancada terrible a un peón, que pudo alcanzar indemne el burladero de puro milagro. Después cambió el novillo, se puso reservón y César Jiménez hubo de porfiarle mucho para sacar algunos pocos pases de indudable mérito.
Menos oficio se le apreció a Iván García aunque a pundonor no le ganaba nadie, y capoteó voluntarioso, banderilleó entusiasta, ensayó muleteos indudablemente valerosos mas ineficaces para resolver los problemas de las embestidas distraídas e inciertas. Por dudarle en un muletazo a su primer novillo, sufrió un achuchón pavoroso. Por eludirle al novillo sexto el cruzamiento y la presentación de la pañosa donde se debe, acentuó su renuente condición.
No hubo orejas pero sí la emoción consustancial a la casta. Los novillos de Sánchez Arjona la tenían en abundancia Los toreros que los lidiaron, también.
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