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El sorprendente vigor de la vieja Francia

La economía francesa arroja los mejores resultados entre los 'grandes' de la zona euro

Informamos a la clientela que, a causa de las 35 horas, la farmacia cerrará los viernes a las 17 horas'. El letrero, colocado en la puerta de una botica de una ciudad de provincias, es uno de los escasos trastornos que, a veces, en el pequeño comercio o en las pequeñas y medianas empresas, la reducción de la semana laboral a 35 horas está causando a los franceses.

El cartel recuerda, acaso, los viejos métodos intervencionistas de un Estado sobredimensionado. La realidad es que ese modelo, ahora algo transformado, está resultando muy eficaz. De las cuatro principales potencias del Viejo Continente, Francia es la que mejores resultados arroja desde hace años, con un crecimiento que en el 2000 fue del 3,2% y se aceleró en el último trimestre. Muchos economistas la consideran como la 'locomotora' de la zona euro.

A finales de la década de los ochenta y a principios de los noventa, Francia dudaba de sí misma. La prensa publicaba tribunas de opinión en las que políticos, intelectuales y economistas cuestionaban el futuro de su sistema frente al arrollador ultraliberalismo anglosajón. EE UU estaba iniciando entonces su más largo periodo de crecimiento ininterrumpido.

Peor aún, a la boyante situación económica de Alemania se añadía en aquellos años su unificación con el Este, que rompía el delicado equilibrio económico y demográfico con Francia. Alemania se iba a convertir en un gigante político a escala europea que mermaría el protagonismo francés.

Confianza recobrada

Diez años después, los titulares de los diarios franceses de estos días -'Alemania incrementa su retraso sobre la economía francesa', 'Francia controla mejor la inflación que Alemania', etcétera- son sintomáticos de un país que ha recuperado en buena medida la confianza en sí mismo. Prueba de ello es que las encuestas de la Comisión Europea o del INSEE, el equivalente francés del INE, sitúan a consumidores y empresarios franceses entre los más optimistas del Viejo Continente. Uno de los más célebres, Jean-Marie Messier, el presidente de Vivendi, no duda en profetizar que Francia acabará superando a Alemania.

La ventaja de Francia frente a Alemania -con una tasa de paro del 9% frente al 9,3%, una inflación interanual del 1,7% frente al 2,3% y un diferencial en la previsión de crecimiento que ronda el 1% para este año- tiene su lado oscuro incluso para París. Al Banco Central Europeo le será más difícil aplicar una política monetaria que convenga a las dos principales economías del área del euro.

La última dosis de optimismo el Gobierno socialista se la administró a los franceses el 28 de febrero. Ese día un radiante Lionel Jospin proclamó su 'gran alegría' por haber reducido en un millón el número de parados desde que hace tres años y medio fue nombrado primer ministro. Los socialistas perdieron el poder en 1993, precisamente cuando el paro rebasaba los tres millones.

El número de desocupados cayó en enero hasta 2.119.700, el 9% de la población activa, un porcentaje que en junio de 1997, cuando Jospin accedió al poder, era aún del 12,7%. Más llamativo aún: en los últimos doce meses la cesantía entre los jóvenes disminuyó en un 17,9% y el número de parados de larga duración, en general en puertas de la jubilación, en un 25,5%.

Jospin tenía motivos para el alborozo. Ningún líder político francés hubiese podido soñar en las últimas décadas lograr tal hito. 'La economía francesa ha demostrado una increíble capacidad para generar empleo', explicaba Jean-Paul Fitoussi, uno de los economistas más prestigiosos. 'Nunca se había observado un fenómeno como éste en Francia'.

El ministro de Economía, Laurent Fabius, quiere ahora ahondar el 'fenómeno'. Se ha propuesto reducir el paro en otros dos puntos (hasta el 7%) de aquí a 2002, un objetivo que los economistas consideran razonable, pese a los ligeros indicios de desaceleración que ha supuesto la reciente caída del 5% de las ofertas de empleo que las empresas envían a la ANPE, el INEM francés.

Semana de 35 horas

El recorte por ley de las horas trabajadas no lo explica todo. Del 1,61 millones de empleos creados desde la llegada de Jospin, sólo 310.000 son achacables a la introducción de la semana de 35 horas; 292.000, a los incentivos para la contratación de jóvenes, y el grueso, al crecimiento económico.

Y éste se va a mantener gracias, entre otras cosas, a una política presupuestaria ligeramente expansionista (1% de déficit público en 2001) y a rebajas de impuestos y de cotizaciones sociales, estimadas en tres billones de pesetas entre este año y el 2003. 'La economía francesa aborda el 2001 en buenas condiciones para hacer frente a la ralentización en EE UU', aseguraba Fabius.

Le media de las previsiones de crecimiento para Francia este año es, según el último número de Consensus Forecasts, del 2,9%, de nuevo la más alto de los pesos pesados de la zona euro. Algo más optimista, el titular de Economía sitúa la subida del PIB 'en torno al 3%', y el INSEE, en el 3,2%.

Si se exceptúa la coyuntura de EE UU, sólo se vislumbra un riesgo en el horizonte francés. 'Desde principios de año las reivindicaciones salariales están en auge', recuerda Markus Heider, del departamento de investigación del Deutsche Bank. 'Aumentos salariales que no tomen del todo en consideración la introducción de las 35 horas desembocarán en un excesivo incremento de los costes salariales unitarios, lo que mermará significativamente la competitividad de la economía francesa'. 'El crecimiento de las exportaciones y de la inversión se reducirán'.

Por ahora, sin embargo, Jospin y su Gobierno viven una etapa dulce, y no sólo desde un punto de vista económico. La última encuesta publicada este mes por la revista Paris Match vaticinaba que, en caso de elecciones presidenciales anticipadas, Jospin derrotaría con el 52% de los votos al actual jefe del Estado, Jacques Chirac.

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