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Columna
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Menos mal que nos queda 'Parsifal'

Elvira Lindo

Entra mi santo en casa en un estado de excitación extrema y me grita desde el recibidor: '¡Lindurri, Lindurri!'. Y yo pienso: qué querrá éste. Porque siempre que me llama con dicho apelativo es que me va a pedir algo. Me enseña dos entradas: 'Las conseguí, Lindurri, no sabes lo que me ha costado'. Son entradas para Parsifal, esa ópera de Wagner que, dejando a un lado sus bondades musicales, dura ¡cinco horas! Qué alegría, le digo, y acto seguido llamo a un amigo boticario que me proporciona lexatines sin necesidad de ir al psicólogo. Como sospecho que no va a ser suficiente para que yo aguante cinco horas a Wagner (sin que me entren ganas, como decía Woody, de invadir Polonia), me voy a mi clase de yoga-chikun a fin de prepararme espiritualmente. Y en esto que estoy haciendo la postura del guerrero cuando me doy cuenta de que a mi lado está Bicoca del Fresno. Bicoca, cómo estás, le pregunto en voz baja porque cuando haces la postura del guerrero se supone que tienes que estar superrelajada. Pues, chica, regular, dice. Bicoca está regularcilla porque ha visto que en nuestro gimnasio del cogollito social del barrio de Salamanca se ha colado Ania, de Gran Hermano, y la verdad, si aquí se va a dejar entrar a cualquiera, apaga y vámonos, Viruca (Viruca soy yo). Intento consolarla diciéndole que también tenemos entre nosotras a Isabel Sartorius y Marisa de Borbón, y para terminar de animarla le digo que el otro día José Manuel Lorenzo, director de Canal +, me confesó que desea conocerla y tener un encuentro cultural en el mítico cajero-porno. Lo de Lorenzo es cierto: se presentó a comer conmigo vestido de Versace y de Donna Karan para contarme dos cosas: que Bicoca le ponía y que se va a Praga a hacer de vampiro en Blade II, de Guillermo del Toro.

Esta semana no he parado de comer (y gratis). Con esta vida cultural que llevo, le digo a mi santo, estoy cada día más gorda. No, cariño, me dice, tú siempre estás perfecta. Yo me reboto porque tengo la sospecha de que me lo dice para que le deje vivir tranquilo. Le cuento que el otro día me encontré a Armas Marcelo, que me sacó en su programa de libros, y Juancho va y me dice: 'Pues hablaste muy fluidamente y fíjate que me habían informado de que eras poco habladora'. Mi santo se descojona y me dice: 'Cuando vea a Juancho le diré que tiene que cambiar de documentalista'. Tengo sentido del humor, pero, la verdad, las ironías sobre mí me molestan bastante.

Digo que no he parado de asistir a comilonas. Fui a la comida del jurado del Premio Alfaguara al Palace. No es por nada, pero Parsifal me persigue: llego a la rotonda y ¿a quién veo comiendo en el buffé?, a Parsifal en persona, o sea, a Plácido Domingo. Tentada estuve de acercarme y decirle que me estaba tratando con Lexatín y yoga-chikun de cara a la inmersión wagneriana, pero que si, por favor, podría abreviar este domingo un poquillo la representación a fin de aligerar el asunto de cara a espíritus primarios. No tuve valor porque sé que a mi santo, que es como superconservador, le hubiera parecido una salida de tono.

Me incorporo a la comida alfaguareña y soy testigo de cómo el jurado llama a México a la Poniatowska y le dice que su novela ha ganado el concurso. A los postres, ya cargaditos de vino y superados los nervios que todo concurso conlleva, el jurado se relaja y soy testigo de la siguiente conversación, que por su interés cultural paso a reproducir:

-Cuando deje el estresante mundo de la edición -dice Juan González, jefazo de Alfaguara-, me gustaría retirarme al campo y vivir con una vaca.

Se hace un silencio que rompe finalmente Jesús de Polanco:

-No te lo recomiendo, las vacas dan mucho trabajo.

-Me da igual -dice González-, yo la querría como a un perro.

-Una vaca da más trabajo que un perro -insiste Polanco-. Yo te recomendaría un cerdo, dan muchas más satisfacciones.

Entonces mi santo interviene en su calidad de presidente del jurado.

-Estoy de acuerdo con Jesús, en mi casa tuvimos vacas y cerdos. Y los cerdos son infinitamente más inteligentes.

Me da rabia que mi santo siempre tenga que juzgar a los demás por su grado de inteligencia, la verdad. No me gusta que los demás puedan pensar que es un pedante. Finalmente, Juan Cruz añade, no sin melancolía:

-Os confieso que desde que vi El cerdito valiente no he podido volver a comer cerdo.

Con esto quiero que ustedes perciban que en dicha sobremesa no sólo había un nivelazo de cultura importante, también hay que destacar el nivel de humanidad que se respiraba. Melancólicos y culpables, a qué negarlo, por todos los cerdos que nos habíamos comido en nuestra vida, fuimos a la Casa de América, donde se iba a dar a conocer a la ganadora, la princesa Poniatowska. Entre los periodistas asistentes había un tipo misterioso que llevaba en la cabeza un gorro andino de colorines. ¿Sería el guardaespaldas de Polanco? Me parecería interesante que los guardaespaldas tuvieran esos detalles de indumentaria según el acto al que asistieran con su jefe, y más en una empresa con tanta raigambre en América Latina como es Alfaguara.

Para acabar de revolcarme en la vida social asisto al acto de presentación de Nicolás Redondo Terreros. Allí está Savater, que me cuenta lo cansado que está de vida pública: 'Seguro que en el juicio final me dirán: como has sido tan malo en esta vida, en vez de al infierno, te vamos a mandar a un cóctel'. Se lo cuento a mi santo: ¿No crees, cariño, que después de esta intensa semana deberíamos renunciar a Parsifal y quedarnos esta tarde en casa? Y me dice: 'Que no, ya verás cómo Parsifal nos ayuda a relajarnos, Lindurri'. Y yo, ante lo que me espera, Lexatín va, Lexatín viene. ¿A que voy esta tarde y ronco?

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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