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Reportaje:

¿HACIA DÓNDE VAN LAS ESPAÑOLAS?

La mujer actual se distancia del feminismo que niega la diferenciaEl retrato de la mujer española de hoy la presenta llena de contradicciones y todavía más preocupada por la estética que por la salud

La imagen acuñada de una mujer sólida, compacta, heredada del feminismo de la igualdad, se hace trizas cuando nos acercamos a la mujer real. Lo revelan los nuevos estudios de mercado y la experiencia de las mujeres que llevan tiempo trabajando y atendiendo las necesidades de otras mujeres desde la consulta del psicólogo, el médico, el gimnasio, la moda o la asistenta social. 'Fuertes por fuera y frágiles por dentro'. Éste es el retrato robot que nos ofrecen de la mujer de nuestros días.

'Las mujeres, después de años de luchar por hacernos con un lugar en el mundo, nos estamos parando a reflexionar sobre lo que queremos conseguir y cómo', dice Isabel Yanguas, de 59 años, una de las primeras mujeres que rompió el famoso techo de cristal en nuestro país, como vicepresidenta de Tapsa, una multinacional de la publicidad donde ha trabajado 15 años, y miembro de la Federación Española de Empresarias y Directivas (Fedepe). 'En mi época era tan urgente conseguir unos derechos básicos y primarios, que lo prioritario era crear las condiciones para acceder a la universidad o cambiar leyes discriminatorias. Una vez superada esa etapa, la mujer se enfrenta ahora al dilema de cómo compaginar la vida profesional y la personal. Pero eso es algo que ya no puede resolver sola, sino con la implicación de los hombres, es una tarea que atañe a la sociedad entera'.

LA MUJER DE HOY CREE QUE SE HA LIBERADO, PERO HA ENTRADO EN UNA CÁRCEL AÚN PEOR: SU CUERPO

La doble dedicación, trabajo y vida familiar, se vive como un conflicto irresuelto por las mujeres de toda edad y condición, sean asistentas domésticas a tiempo parcial o ejecutivas de postín. La mayor presión y competitividad laboral -'no conozco empresa donde se trabaje menos de 10 ó 12 horas', dice Yanguas-, junto con unos hombres que son los menos dispuestos a participar en las tareas domésticas de Europa, hacen de las españolas las más estresadas del continente según numerosos estudios. Ello explicaría por qué las españolas son las más reacias de la Unión Europea a tener hijos, con una tasa de natalidad del 1,15% por mujer.

'En un estudio que hicimos en 1998 entre las trabajadoras del metal, encontramos que desde las obreras manuales a las ingenieras con cargos de responsabilidad, su principal preocupación era quedarse embarazadas y perder el empleo. La flexibilidad laboral y el empleo precario han aumentado este problema. Incluso las que tienen un contrato estable se encuentran con que, tras una baja maternal, a menudo las presionan desde la dirección para que abandonen, ya sea poniéndoles horarios incompatibles con el cuidado de los hijos o trasladándolas de lugar', cuenta Cecilia Castaño, catedrática de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid.

El embarazo es visto como la causa principal de las bajas cifras de ocupación femenina -el 37% frente al 55% de los hombres-, así como de la discriminación salarial: las españolas ganan un 26% menos que el hombre, lo que hace de su nivel de salarios uno de los más bajos de Europa. 'La sociedad debe asumir la atención a los niños, con leyes que protejan la baja maternal y servicios sociales como guarderías gratuitas, asistencia en el hogar, atención a los familiares mayores, como se ha hecho en Suecia, al darse cuenta de que era la única forma de combatir la caída de la natalidad y el envejecimiento de la población', dice Castaño, haciéndose eco de una reivindicación presente en la mayoría de foros sobre la mujer.

Lo que no dicen las mujeres en los foros públicos y se conoce menos de las españolas de hoy son preocupaciones, motivaciones, obsesiones, alrededor de las que gira su vida cotidiana, que cuadran muy poco con la imagen heredada del feminismo de la igualdad que siguen cultivando las mujeres en público. Son aspectos de una mujer más competitiva y menos comunicativa, que cada vez se prodiga menos en confidencias con las demás, y que sólo salen en la consulta del psicólogo o el médico, pero que no pasan desapercibidos a las agencias de publicidad.

El peso creciente de la mujer en decisiones que antes eran terreno privativo del hombre, como la compra de la vivienda, el coche o el tipo de fondos de inversión, unido al tradicional dominio de las compras para el hogar, productos de belleza y ropa para toda la familia, ha hecho de ella el principal objeto de observación de los estudios de mercado. Así, del banco de datos utilizados para elaborar el tradicional TGI sobre los hábitos de consumo de los europeos, un estudio realizado por Kantar Media Research para el mayor grupo de multinacionales de la comunicación y al que están suscritas las principales marcas mundiales, ha surgido un segundo estudio dedicado específicamente a la mujer, el llamado Informe sobre las mujeres europeas.

Los especialistas de márketing han descubierto que las estadísticas con una batería de preguntas y respuestas a un gran segmento de la población que luego se cruzan para saber qué opina o quiere la mayoría, sirven de poco para analizar los complejos comportamientos y motivaciones del ciudadano de hoy, sobre todo en el caso de las mujeres. Así, el Informe sobre las mujeres está basado en cuestionarios 'más cualitativos, en los que a una misma persona se la somete a 250 frases relacionadas con actitudes y estilos de vida', cuenta Patricia Cid, una de las responsables de Kantar Media Research en España. Es lo que permite no sacar conclusiones del tipo de la mayoría de mujeres son así o quieren esto y dirigir de forma certera el mensaje a su meta, sea un perfume, un refresco light o un coche. Porque, como han descubierto los publicitarios, las mujeres no son un bloque homogéneo.

Así, en el Informe sobre las Mujeres Europeas se las divide en cuatro generaciones: la Generación @, o criada a los pechos de internet; la New Wave, formada en la era del diseño, y la cultura yuppy de los ochenta, en la que la gratificación inmediata sustituye a la ideología; las Baby Boomers, que crecieron en la época de desarrollo de la posguerra, formadas en la cultura del esfuerzo sostenido, y las Mayores. También se las diferencia según sus estilos de vida y cultura nacional.

Diferentes entre sí y, al tiempo, una suma de lo que ha sido y quiere ser, cada una viene a ser una especie de campo de batalla en el que pelean la mujer de ayer y la de hoy. Más parecidas al hombre, con un gusto creciente por el cochazo y el símbolo de estatus y, al mismo tiempo, en busca de la diferencia, con un ansia de redescubrirse como mujer. Es lo que están también detectando desde todos los ámbitos mujeres que no viven de cargos representativos, pero están en contacto todos los días con los problemas de otras mujeres o viven de atender sus necesidades y deseos.

Así, en la consulta del ginecólogo, como la de la doctora Carmen Menéndez, se ve cómo 'a la mujer le sigue preocupando más la estética que la salud, sobre todo a partir de los 40 o 45 años. Incluso mujeres a las que les dices que tienen antecedentes, un factor riesgo de cáncer de mama, parecen más preocupadas por el cambio del cuerpo o por no engordar que por el cáncer. Y lo mismo sucede con las más jóvenes, que se resisten a tomar la píldora por miedo a engordar. Pero es el cambio de estatus hormonal en la menopausia, sentirse mayor, lo que se vive con más preocupación'.

Eso hace que más mujeres, cuando se enfrentan al dilema de tener que optar por la terapia hormonal sustitutoria, se inclinen por asumir los riesgos que pueda conllevar a favor de retrasar el envejecimiento, y también que se preocupen por mejorar sus hábitos y calidad de vida, con una alimentación más sana y ejercicio. Gracias a ello, hoy vivimos la 'revolución de las cincuentonas': 'Cada vez tenemos más mujeres que se conservan estupendas y se dan cuenta de que pueden vivir de forma óptima a esa edad en que sus hijos ya son mayores y tienen más tiempo para ellas mismas'.

Las nuevas posibilidades de dilatar la juventud que ofrece la medicina y un mejor conocimiento del envejecimiento y el propio cuerpo, no impiden que 'las mujeres vivan hoy con verdadera agonía cumplir años', según Lali Ruiz, una de las educadoras físicas que más han estudiado los beneficios del ejercicio sobre la salud de las mujeres. 'Antes, la mujer sentía que la edad la enriquecía, había hecho el bien a su alrededor, tenía más afectos, más hijos, más nietos. Ahora, por muy en forma que se mantenga, vive cada día que pasa como una cuenta atrás aterradora. Hemos ganado en derechos, pero creo que la mujer ha perdido la capacidad de estar bien consigo misma'.

Ruiz, autora de numerosos libros y creadora de un método personalizado de gimnasia, presume de estar en contacto con unas 10.000 mujeres a través de sus tres locales en Madrid. Gran parte de su clientela, al igual que la de la Menéndez, está formada por mujeres de clase media alta y profesionales bien situadas. Mujeres que lo tienen todo para sentirse seguras de sí mismas, pero que se desmoronan en cuanto se miran al espejo: 'La mujer de hoy cree que se ha liberado, pero ha entrado en una cárcel aún peor: su cuerpo. Vive disgustada y aterrorizada de su cuerpo, al que odia, mira con asco y del que se avergüenza. Sólo hay que ver con qué saña se emplea contra sí misma con la lucha contra la celulitis, con dietas para adelgazar malas para la salud, y gimnasias que en lugar de trabajar a favor del cuerpo, literalmente lo machacan, por no hablar de las torturas en quirófano. La celulitis es un invento del mercado para vender a la mujer los tratamientos y productos dietéticos más absurdos. La mujer necesita más grasa en el cuerpo que el hombre -alrededor del 33% frente al 26%-, porque las hormonas femeninas se almacenan en el tejido graso. El tejido graso siempre se presenta en grumos, lo que hace que, al tener menos músculo, se vea más en la mujer que el hombre. Librarse de toda la grasa conlleva inevitablemente desequilibrios hormonales, como la pérdida de la regla. La mujer pretende alcanzar un cuerpo que no se da en la naturaleza porque no ha aprendido a aceptarse'.

Ni las políticas ni las profesionales más emancipadas, aquellas que más han luchado por adueñarse de su vida, de su sexualidad, se libran de esa tiranía de la belleza: 'En cuanto adquieren poder adquisitivo, se gastan fortunas, a menudo un tercio del salario se va en productos para mejorar la apariencia física que no sirven para nada, y las profesionales, más que ninguna, incluidas las políticas'.

'Lo importante es estar mona, es un mensaje que las madres, incluso las que se tienen por más emancipadas, siguen transmitiendo a sus hijas'. Según Ruiz, esta obsesión por la belleza forma parte de una competitividad creciente, en la que 'tener buena imagen es uno de los principales requisitos para el éxito'. Pero es también un 'reflejo de carencias emocionales y afectivas de mujeres que se sienten cada vez más solas, y ansían ser amadas, aceptadas', lo que tal vez explique que sean mayoría absoluta en la consulta del psicólogo tanto como en la compra de libros de autoayuda. Ello no quiere decir ni que sean más consumistas o con más problemas emocionales que el hombre actual, coinciden otras profesionales, pero mientras el hombre tendería a evadirse de sus problemas con el alcoholismo, la mujer tiene una mayor tendencia a rumiar sobre sus problemas, lo que puede llevarla más fácilmente a encontrar una solución, pero también a deprimirse y a adicciones hoy bien estudiadas como la de la 'compradora compulsiva', señala a su vez la diseñadora Sara Navarro.

Es sobre ese malestar emocional sobre el que cae el bombardeo mediático y publicitario. Según Ruiz, 'la mujer fue educada para adoptar verdades que se le entregaban desde fuera como credos; la aceptación era una virtud. Por ello, acepta ahora tan fácilmente las verdades que le vende la publicidad. Creo que a las mujeres les falta desarrollar libertad de criterio. En cuestiones trascendentes sobre quiénes son, sobre su cuerpo, su salud, su vida, no deberían dejar que se las respondan otros, y menos aún toda esa maquinaria publicitaria'.

'Con una coraza fuerte de cara al exterior y frágil por dentro', así resume la sexóloga Rosario Castaño a la mujer de hoy.

Esa mujer de doble vida entre la profesional que se muestra en el exterior pisando fuerte, haciendo valer sus derechos, y que cuando está a solas consigo misma mantiene una relación vergonzante con su cuerpo, es algo que puede verse también en la consulta del ginecólogo: 'El síndrome premenstrual es una realidad; nuestro cuerpo, nuestras hormonas, son diferentes a los de los hombres, pero las mismas profesionales que te piden ayuda en privado, públicamente tratan de presentarse como las iguales del hombre. Viven sus cambios hormonales como un estigma, con miedo a ser ridiculizadas o atacadas por el hombre si tienen la regla o la menopausia. Gracias al feminismo estamos donde estamos, pero ahora debemos hacernos conscientes de nuestras diferencias biológicas. Reconocer que la mujer se deprime más, que sus cambios hormonales la hacen más vulnerable, es un paso necesario para tratar con los problemas, y ocupar nuestro lugar en el mundo sin complejos. Sólo estaremos en nuestro sitio cuando podamos hacerlo sin olvidar lo que somos'.

Ocupar un lugar en el mundo, la gran epopeya del feminismo, es una batalla que se libra hoy por caminos mucho más intrincados de lo que pensaron las mujeres que hace 20 años hicieron de la igualdad su bandera. En tiempos regidos por el Dios Mercado, con una competitividad sin precedentes en las relaciones laborales, y en los que el vacío de ideologías y valores ha sido llenado por 'la gratificación inmediata y el todo vale', en palabras de Isabel Yanguas, también entre las mujeres de hoy encontramos 'una tendencia a echar mano de todos los recursos a su alcance, incluidas las armas tradicionales'.

'La mujer de hoy es una mujer de dos caras, y eso puede verse en la moda', dice también la diseñadora Sara Navarro. 'Por un lado busca prendas cómodas, zapatillas deportivas de marca, que corresponden a la mujer activa que hace gimnasia o lleva a los niños al colegio, y por otro prendas de una hiperfeminidad que no habíamos visto desde la mujer objeto de los años cincuenta. Pasados los años ochenta, de colores neutros, trajes unisex, cortes masculinos, con los que la mujer se quería presentar como igual al hombre en el puesto de trabajo, asistimos ahora a una necesidad de reivindicar la parte femenina, con una moda que pone de relieve las formas del cuerpo, con zapatos de punta fina'.

'La etapa de igualdad ha llevado a un distanciamiento entre sexos. La soledad creciente de la mujer de hoy, la necesidad de hacerse amar y desear, la recuperación del diálogo perdido con el hombre', tiene mucho que ver con ese revival, según Navarro. Pero también con una competitividad en la que el físico es uno de los aspectos que se valoran más en el caso de la mujer. 'La mujer ha utilizado siempre la provocación como un arma de seducción. Lo que, en una época de trabajo inestable, con chicas que no saben cómo conseguir o mantener un puesto de trabajo, hace que sea hoy más cierto que nunca el tópico de la secretaria que utiliza sus atractivos físicos como un arma para ligarse al jefe o promocionarse'.

Redescubrimiento de la seducción femenina que vuelve a traer a primer plano 'uno de los problemas irresueltos que más preocupa a las mujeres jóvenes: el acoso sexual en el trabajo, un tema del que se habla poco en público, pero de los que más sale en consulta', según observa Rosario Castaño, quien, además de su trabajo como terapeuta, atiende la consulta de las lectoras en dos revistas. 'Por una parte, saben que cuenta mucho la imagen a la hora de contratarlas, pero por otra, que deben tener mucho cuidado con las armas de seducción si no quieren que se vuelvan contra ellas. '¿Qué tengo que poner en juego para que no me echen?', se preguntan. En todas las relaciones humanas intervienen siempre elementos sutiles de seducción. La seducción es inconsciente, roza con la simpatía. Un día te has pintado más y das un beso al jefe porque estás de buen humor, y cuando te das cuenta, éste ha interpretado las cosas de otra manera. Lo que no se puede permitir del acoso es que es una situación que se da entre desiguales, y el jefe es el que tiene los recursos para dañar a la mujer. Las mujeres se han incorporado a la vida pública, pero sigue sin resolverse el código de comunicación en el trabajo o la empresa'.

Mujeres en lucha por sobrevivir en un puesto de trabajo inestable, pero también mujeres empeñadas en situarse a toda costa, en este aspecto no las pintan muy diferentes al hombre.

'No nos engañemos, a la mujer le gusta tanto el poder como al hombre', dice Yanguas, acostumbrada a tratar con mujeres directivas de todos los ámbitos. 'Quiere el poder, y cada vez quiere más. Lo que no siempre quiere decir que esté dispuesta a pactar con lo que conlleva'.

Más hombres, según Yanguas, 'se apean de esa carrera en empresas que reclaman una entrega total de tu tiempo tanto como de tu persona, lo cual es positivo y un elemento igualador', pero se diría que todavía son las mujeres las que 'más se resisten a hacer las renuncias personales que conlleva, lo que en parte explica la persistencia del famoso techo de cristal', esa barrera que se interpone a su acceso a los primeros puestos del poder económico y empresarial. 'Por otra parte, cuando accedes a estos puestos de decisión, lo haces rodeada de hombres y, aunque parezca que somos iguales, no lo somos. Entre ellos existe una hermandad o complicidad que se extiende a la vida social más allá del trabajo, por lo que a veces se toman decisiones fuera de la oficina, en las que tú no estás. Los hombres manejan sus redes muy bien. Aunque sea inconscientemente, a la hora de promocionar a otro, suelen primar la ayuda mutua. Al ver las reglas de juego, muchas mujeres se ponen un límite: aquel que permita sobrevivir de manera razonable'.

Es cuando se decide hacer eso que los americanos llaman el shifting down o levantar el pie del acelerador para prestar más atención a la vida personal, momento en el que suele surgir de forma apremiante y perentoria la pregunta: '¿Pero qué he hecho yo con mi vida?'. Una pregunta que casi siempre lleva emparejado un inventario de carencias afectivas. Y es que, si algo sigue diferenciando a hombres y mujeres, es el mayor peso de lo 'afectivo' en el sentimiento de realización personal.

Tener un hijo sigue siendo vivido como la mejor forma de colmar carencias y 'solución al sentimiento creciente de soledad. Muchas mujeres tienen muy claro que no quieren tener hijos, y ahora son más libres para hacer esta opción, pero otras pueden llegar a obsesionarse por ser madres', señala Carmen Menéndez. 'Entonces vienen los agobios de la primípara añosa -la que tiene su primer hijo a partir de los 35 años-, y si a los dos meses de haber dejado la píldora no se ha quedado embarazada, a menudo viene angustiada preguntando ¿puedo saber si soy fértil o no? Grandes triunfadoras en la profesión se encuentran ahora indefensas ante la naturaleza. Entonces, la obsesión por tener un hijo puede llevarlas a unas prisas que inciden sobre las relaciones de pareja, sobre todo cuando, además, la mujer acumula el estrés de pasar por los tratamientos con hormonas y de reproducción asistida'.

Sola si está sola, pero a menudo también si vive en pareja. La mujer española se siente poco acompañada por el hombre que tiene al lado, el menos participativo en las tareas domésticas de Europa. 'Sabe que la participación de la que tanto se habla ahora del hombre es superficial y que la carga real de la maternidad va a recaer sobre ella'. Lo que lleva cada vez más a las mujeres a 'asumir la maternidad, tanto si está sola como acompañada, como parte de un proyecto de vida personal'. La pareja es pasajera, la maternidad es para siempre.

Pero donde más incide la sobrecarga de tareas es sobre el sexo. 'Incluso en parejas jóvenes, se relega al fin de semana o el día de fiesta. Tras diez o doce horas de trabajo en un ambiente con mucha competitividad, llegan a casa y tienen que ponerse a hacer la cena o acostar a los niños. Eso mata las relaciones de pareja', señala Carmen Menéndez, quien, además de su trabajo médico, es autora de numerosos libros sobre mujer y salud y atiende las preguntas de las lectoras en dos revistas.

Fingir un orgasmo sigue estando a la orden del día incluso entre las más jóvenes: 'Muchas te dicen 'tengo que fingir un orgasmo', si no mi novio va a pensar que no estoy a la altura'. También Rosario Castaño detecta en las cartas de sus lectoras un conflicto permanente a la hora de abordar las relaciones íntimas: 'Qué comportamiento debo adoptar para que me quieran. Por un lado tienen miedo a parecer estrechas, pero, por el otro, a tomar la iniciativa y que el hombre salga corriendo'. Tampoco en este terreno parece servirles de mucho la edad o la experiencia: 'Incluso profesionales de éxito, con mucha educación e información, te salen a menudo con ideas irracionales sobre el sexo. Les preocupa no tener la misma facilidad para el orgasmo que el hombre. La revolución sexual no parece haberlas ayudado a aceptar que son diferentes, que su orgasmo funciona de otra manera; por el contrario, la teoría de la igualdad feminista creo que ha contribuido a una cierta confusión en esto. 'Ese divorcio del propio cuerpo se traduce', según la sexóloga, en 'un aumento de disfunciones de causa psicológica como el vaginismo'.

La llamada 'depresión del ama de casa' es el otro mal de la época: 'Desde el nivel social más bajo al más alto, se angustian porque no se sienten valoradas. No tener un rol social por el que se sientan valoradas parece crear unos problemas de autoestima que no se tenían antes', según Rosario Castaño.

El retrato que nos pintan de ellas mismas es el de mujeres más centradas y preocupadas por su propia realidad que por el mundo en el que les toca vivir. 'Ni siquiera la violencia de género preocupa lo suficiente, todas piensan que no les va a pasar a ellas. Sólo preocupa cuando o aquello que les toca directamente, como es el precio y el acceso a la vivienda', señala Montserrat Tarrero, de 49 años, una socióloga y asistente social del Ayuntamiento de Madrid, con una larga trayectoria en movimientos asociativos feministas y ciudadanos. 'La sociedad de consumo acarrea esto, cuando estás más preocupada por tu casa, por tus cosas, te vuelves más insolidario'. El compromiso social entre nosotros es cosa principalmente de jóvenes, pero incluso entre éstos, 'los varones son mayoría a la hora de implicarse en una causa ecologista o solidaria', lo que Tarrero achaca a que 'las chicas están más preocupadas por las mayores dificultades que encuentran en su entrada en el mercado de trabajo'. El caso es que las activistas de ayer no encuentran quien las siga: 'Las chicas jóvenes no están en el movimiento de mujeres. Los movimientos asociativos estamos pasando por una crisis; o incorporamos a jóvenes y nos replanteamos con ellas qué sociedad queremos para el siglo XXI, o lo tendremos muy difícil'.

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