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Columna
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La década perdida

Joaquín Estefanía

La expresión década perdida, que reflejó las dificultades del subcontinente latinoamericano en la década de los ochenta, ya no es sinónimo de América Latina. Ahora se refiere con más propiedad al Japón de los noventa, cuando estalla la economía de la burbuja. Lo más preocupante es que, después de algunos picos de sierra, la situación japonesa va de nuevo a peor. Esa inquietud se intensifica en el planeta si se tiene en cuenta el enfriamiento de la economía norteamericana y los titubeos de la europea.

Los últimos datos reflejan una coyuntura próxima a la recesión con deflación (dos trimestres seguidos de reducción del PIB acompañados de caída de los precios). Algo que Keynes calificaba como 'lo peor'. Pendientes de conocerse los datos del crecimiento correspondientes al último trimestre del año 2000, el anterior trimestre (julio, agosto y septiembre) la economía se redujo en un 0,6%. Consciente de esa recesión -negada todavía por el Gobierno japonés, con mucho énfasis, en la reunión de Davos en enero- el banco central ha reducido dos veces el tipo de interés oficial en las últimas dos semanas, con el objetivo de incrementar la masa monetaria y de apoyar la recuperación. Ningún analista cree que sirva de nada y la última bala podría salir del presupuesto para el año fiscal que comienza el próximo 1 de abril.

No son las únicas cifras malas. El paro ha crecido y, lo más preocupante, la población activa se redujo por primera vez en varios meses; hay un elevado número de despidos en las grandes empresas y, especialmente, en las que hasta ahora eran consideradas el baluarte del modelo japonés. El consumo privado tuvo en el tercer trimestre de 2000 un comportamiento plano, apenas un aumento del 0,03%. Y el índice Nikkei, de la Bolsa de Tokio, está por debajo de los 13.000 puntos, por debajo del mínimo marcado en diciembre de 1985 y a años luz de los 40.000 puntos con los que comenzó la década de los noventa.

Tal acumulación de señales negativas quitan valor a las reflexiones de quienes opinaban que Japón, después de un primer semestre de 2000 relativamente sólido -en el que parecía que se iba recuperando- vivía un final de ciclo en el que la economía se estaba reiventando a través de las liberalizaciones, y no el ocaso de su poder económico. Poco queda de aquel milagro japonés que sorprendió al mundo. El archipiélago nipón ha pasado, en poco más de una década, de ser el paradigma del triunfo a perder su papel tradicional en la economía y en la sociedad, y su modelo volverse incompatible con las tendencias globalizadoras. Aquellos tiempos en los que el gigante Mitsubishi compraba el emblemático Rockefeller Center de Nueva York, en los que Sony se quedaba con una buena parte de la industria cinematográfica de Hollywood, o en los que los millonarios japoneses adquirían multitud de obras de arte (Van Gogh, Renoir, Picasso...) han pasado a la historia. Ahora son la industria y los servicios financieros japoneses los que están en el punto de vista de los tiburones occidentales.

La economía japonesa no ha podido soportar, en los meses más recientes, el debilitamiento de las economías con las que más comercia, fundamentalmente Estados Unidos y el sureste asiático (que no ha hecho las reformas que se le demandaban después de la crisis financiera que padeció a partir del verano de 1997). Como consecuencia, la balanza comercial japonesa se ha vuelto sorprendentemente deficitaria.

Una última reflexión: cuando se habla de las dificultades de Japón no se puede olvidar, al mismo tiempo, que se trata de la segunda economía más poderosa del mundo. Que el final del milagro ha creado inseguridad (en primer lugar laboral) y malestar entre sus ciudadanos, acosados además por la crisis política y los casos de corrupción, pero de ningún modo la desesperación de los países pobres o sin salida. En economía, todo es relativo.

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