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Columna
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Irás y no volverás

No hace mucho, uno de nuestros despejados personajes públicos, se marcó una viruta lapidaria sobre la inmigración: si toda esta gente no existe, para qué vamos a facilitarles papeles. Para encontrar un precedente literario con tan tenebroso ingenio, hemos recurrido a Bertoldt Brecht. Brecht nos cuenta cómo un oficial nazi ordenó desenterrar e incorporar a su unidad a un soldado muerto en combate: ningún médico había certificado su defunción. Ni papeles para el más allá. Ni para el más acá. En este pellejo de buey, ahora a los inmigrantes en general se les ha montado unos juegos florales, y a los ecuatorianos, en particular, un viaje de 'irás y no volverás'. Un viaje a su origen, con promesas que Rajoy, se fuma como un tabaco. Que no sabrá un gallego de estos trajines.

Una de las pancartas de las recientes manifestaciones celebradas en Valencia y Alicante, decía 'Colón no necesitó papeles' y eso que fue a hacerse con el nuevo mundo y no a pedir un puesto de peón. Pero Colón no necesitó papeles, como tampoco lo necesitó el exilio que salió tras la guerra civil hacia muchos países americanos. Y cuando en los cincuenta se produjo la millonaria emigración económica, Europa despreció y pagó a españoles con y sin papeles. Pero eran gentes audaces, necesitadas e imaginativas que iban a agenciárselas de cara a la adversidad, como ahora magrebíes, americanos y gentes de los países del Este, llegan a España, en menor proporción, y nuestro Gobierno les saca la ley y un palmo de narices. El programa de estas lumbreras para los ecuatorianos parece cosa de birlibirloque; pero enganchó en el País Valenciano a 2.824 que volverán a su país para una vez 'regularizada su situación' efectuar un hipotético regreso. Veremos en qué queda este truco. Y eso que se movieron bien el colectivo de inmigrantes y la plataforma de apoyo de Alicante y los cientos de personas que en Valencia formaron una cadena de Santo Tomás a la Delegación del Gobierno, para condenar la política de inmigración y la lastimosa Ley de Extranjería del Ejecutivo de Aznar, tan mezquina, que 'ni ha resuelto las pretensiones de los inmigrantes, ni el problema de los empresarios'.

Poco antes de que Mariano Rajoy, recién ascendido a Interior sentenciara: 'los inmigrantes sin contratos serán rechazados'; Eduardo Zaplana, se colocó al pairo, y pidió en el Día de Andalucía, 'respeto para ellos, como en otros tiempos, otros países lo tuvieron con nosotros'. Y eso que Rajoy es un gallego emigrante sólo que en lugar de hacerse las Américas, se hizo La Moncloa después de echarle mucho talento para sacar de la chistera un presidente conservador.

Pero España sabe mucho de estas cosas. El clero de Valencia se exilia de su Arzobispado, por su recelo hacia la administración económica, 'ya que nadie sabe qué se hace con el dinero en el Palacio'. Los sacerdotes sufren en su curia lo mismo que los magrebíes o los ecuatorianos: van de ventanilla en ventanilla. A los primeros, les echan todo el peso de la burocracia sobre su evangélica vocación; a los segundos les dicen: váyase usted hoy.

Aquí todos somos un poco inmigrantes, emigrantes, peregrinos, viajeros, topotontos y poco leídos en la cosa de derechos humanos y principios constitucionales. No resulta ya ni paradójico que al fiscal especial de accidentes laborales, Miguel Gutiérrez, le reprendan por poner en su informe anual: 'La instrucción suele desenvolverse entre las ambiguas fronteras de la pasividad instructora, la ignorancia de lo que hay que hacer, la rutina y el soterrado deseo de archivar o sobreseer el asunto o como máximo declararlo falta. Esto suele ser, repetimos, salvo excepciones, la cruel realidad'. La cruel realidad de un índice de siniestralidad laboral que nos sitúa en el primer lugar de Europa. Y también ese informe ha incomodado. ¿Será que quieren que emigren cuantos incordian? La utopía, lo sabemos ya, es el planeta. Y el planeta es de la humanidad. Marianito, anda, mírate en Eduardo.

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