Bola negra
Cuando hace un par de días me llamaron de una radio de Sevilla para opinar sobre el caso del Círculo del Liceo y su veto a las mujeres me alarmé de verdad. Ya había tenido esta semana otras dos llamadas iguales desde Valencia y desde Galicia. Quienes pedían mi opinión no eran furibundas feministas, sino chicos y chicas jóvenes de radios de esos lugares de España a quienes la bola negra a las mujeres les rompía los esquemas de la progresista Barcelona. Alguno de ellos llegó a preguntarme si eso significaba que había que poner una bola negra a la mismísima Barcelona, por carca.
Una situación -todo lo folclórica que se quiera- bien incómoda, por cierto. ¿Cómo explicar que el Círculo del Liceo es una mera anécdota en la vida de la ciudad cuando, aquí, todos sabemos que es tenido por el lugar donde presuntamente anida la crème de la crème barcelonesa? ¿Cómo hacer entender que a mí personalmente, en tanto que barcelonesa de nacimiento, no sólo me trae sin cuidado lo que pase con esas mujeres y hombres que se disputan el dudoso honor de pertenecer a un club tan respetable como antediluviano, sino que, para más inri, creo legítimo que existan clubes de hombres y clubes de mujeres si eso es lo que quieren sus miembros? ¿Cómo explicar que lo ocurrido con las mujeres que querían ser socias de un lugar tan exótico es un cuento de enredo y expresión sublime del eterno quiero y no puedo barcelonés? ¿Cómo hacer patria chica, que es lo que se espera cuando uno habla a los gentiles, sin criticar lo legítimamente criticable? ¿Cómo desligarse de ese escándalo provinciano, y por lo visto universal, de que las damas reconocidas de esta ciudad sigan dependiendo de sus señores maridos para ir a hacer negocios -que eso es lo que hoy hacen las damas- al susodicho Círculo? ¿Cómo, en fin, pretender que se reconozca la igualdad de derechos de las mujeres e ignorar el drama de la señora marquesa o de la cantante global? ¿Cómo dar a entender que esa institución no interesa a casi nadie, y que su único capital es el símbólico, es decir, lo que cada cual quiera imaginar?
No me quedó más remedio que decir que me ponía bola negra a mí misma por tener las cosas tan poco claras, lo cual, desde luego, hay que interpretarlo como un síntoma definitivo de mi propio barcelonesismo militante.
Lo del Liceo nos ha puesto contra las cuerdas, una vez más, a todos los que pensamos que la igualdad de sexos no es una cosa de derechas. Ahora, en este fantástico siglo XXI en el que los símbolos tienen, como en este caso, más fuerza de la que merecen, resulta que sí: que el feminismo es cosa de la burguesía. Ahí está esa pobre junta directiva rompiéndose los cuernos para quedar bien con las señoras. Si no tuviéramos ninguna memoria, nos alegraríamos: ¡se han convertido! ¡Al fin! Y, de paso, deberíamos dar las gracias a las transnacionales que no sólo financian el Liceo en buena parte, sino que apoyan todas estas modernidades: ¿qué es si no la queja de los poderosos? ¿Es que acaso ellos, o ellas, no pueden sentirse víctimas como cualquiera? ¡Menuda injusticia que unas señoras con posibles no puedan pagar 700.000 pesetas para participar en algo que dará envidia a sus amistades!
No estoy a favor de los que han propuesto que se disuelva el Círculo del Liceo. Todo lo contrario. Creo que, una vez más, el Círculo -y de paso el Liceo en su conjunto- es una joya que hay que conservar con sus pretensiones y sus bolas negras, con su carcundia y su modernidad, como expresión real de lo que Eduardo Mendoza llamó hace años la Barcelona prodigiosa. ¿No es un prodigio que en esta ciudad, a estas alturas, se monten estas polémicas? Es prodigioso que el Liceo y su Círculo sean aún el escaparate del poder local, ahora lleno de los aristócratas de la empresa privada y de las instituciones públicas. Lo prodigioso es que esto es, exactamente, lo que da de sí nuestra jet set; hay, pues, que conservarlo como una antigüedad, capricho del dinero privado. Un dinero privado, por cierto, que recurre al capital público para escuchar ópera. La modernidad misma, claro.
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