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Reportaje:

La sangre de la Alhambra

Abiertos al público nuevos recintos del monumento que explican su ingenioso sistema hidráulico

Siempre se ha visto la Alhambra de Granada como una representación terrenal del paraíso musulmán. Pero la Alhambra es también un ser vivo, con corazón, con ojos, con pulmones, con sangre. Una sangre que fluye por todos los rincones de ese mundo misterioso y brota, alegre y silenciosa, entre los arrayanes y los jardines. La magia del agua, su entramado, las inteligentes soluciones que los musulmanes granadinos idearon para abastecer la ciudadela podrán ser contemplados ahora por los visitantes después de años de trabajos de rehabilitación. Los poderosos albercones de la Alhambra estarán al descubierto a partir de esta semana.

Las albercas del Patio de los Arrayanes o del Partal no eran sólo espacios ornamentales y de exquisito lujo. Además de ofrecer quietísimas aguas que ejercían de espejo del monumento, tenían su utilidad práctica: eran inmensas reservas de agua que se iba depurando y que servía para el abastecimiento del recinto nazarí. Tampoco eran las únicas: en lo más alto del Generalife, guardados por torreones de vigía, se encontraban los albercones, grandes depósitos de agua construidos para alimentar a los huertos y huertas de toda la ciudadela.

El monte de la Sabika, sobre el que se asienta la Alhambra, carece de agua propia, de manantiales. Los primeros andalusíes que empezaron a levantar la Alcazaba (la proa de la Alhambra) y el Generalife se las ingeniaron para, seis kilómetros más arriba de la colina, tomar agua del río Darro y desviarla a la Acequia Real o del Sultán. La acequia regaba los huertos reales, que estaban presididos por un palacete.

'Siempre habíamos sentido mucha curiosidad por conocer el sistema hidráulico de la Alhambra', explica Jesús Bermúdez, arqueólogo del recinto monumental. 'En 1989, tras algunas excavaciones, empezamos a encontrar restos de acequias. Desde entonces hemos estado trabajando para conocer todo el entramado'.

Nuevas zonas

Éste es, tal vez, el mayor proyecto del director del Patronato de la Alhambra y el Generalife, Mateo Revilla, quien, tras años de trabajos apenas perceptibles para los turistas, ha decidido abrir al público interesado el itinerario del agua alhambreña. Las nuevas zonas podrán ser visitadas dentro del ciclo El espacio del mes, en el que, en grupos de 25 personas como máximo, podrá accederse a unos rincones que, si bien no resultan especialmente llamativos, tienen un gran interés cultural y de ingeniería.

La joya de la corona del nuevo itinerario es, sin duda, el Albercón de las Damas, una construcción nazarí de 19 metros de largo por 14 de ancho y con una profundidad de 1,40 metros. El albercón está situado bajo una balaustrada que, en su época, debió de servir de espacio de recreo para los sultanes. A su lado, jalonando las diferentes terrazas que suponen los abruptos saltos de terreno, hay varios pozos, algunos de ellos de casi 18 metros de profundidad y de los que, a través de las norias, se iba extrayendo el agua.

'Una de nuestras interrogantes era descubrir si todo el sistema era de la misma época o si se trataba de obras hidráulicas diferentes', explica Bermúdez. 'Descubrimos que hubo una primera época, muy originaria, que se abastecía de la Acequia Real, y que luego hubo una segunda intervención, un nuevo desvío de la acequia, posiblemente por el aumento de la necesidad de agua'.

El público tiende a confundir la Alhambra con un palacio cuando, en realidad, se trata de una ciudadela real. Además de los palacios nazaríes, el recinto albergaba comercios, talleres artesanales, espacios para curtir y colorear las pieles, casas, establos, huertas y huertos. Todo se nutría del agua, un agua que, desde los albercones, llegaba hasta los palacios nazaríes a través de un delicado acueducto.

Los albercones de la Alhambra no son todos originales. De los tres que ahora podrán contemplarse, sólo uno, el de las Damas, es nazarí. Otro situado a su lado, con las mismas dimensiones, aunque sin ornamentación alrededor, fue impulsado por el arquitecto Torres Balbás en los años veinte. No fue una intervención vana: tenía como función apoyar al otro en el abastecimiento hidráulico del monumento. El tercero fue un trabajo hecho en los años sesenta.

Comprender las arterias de la Alhambra, la forma de resolver los problemas que las necesidades planteaban, hacen que el visitante no sólo se estremezca por la belleza del entorno, sino por la inteligencia que se oculta tras el lujo de un paraíso.

Un hombre observa uno de los albercones de la Alhambra.
Un hombre observa uno de los albercones de la Alhambra.MARÍA DE LA CRUZ

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