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Entendiendo a Fidel

El autor afirma que las recientes declaraciones del líder cubano sobre Argentina son fruto de una estrategia

Las declaraciones de Fidel Castro sobre Argentina en la clausura del reciente III Encuentro Internacional de Economistas fueron desafortunadas y descomedidas. Los términos utilizados no corresponden ni al espíritu ni a la práctica diplomática. No obstante, el carácter impolítico de sus palabras no debe ocultar la impronta estratégica de su argumentación. Es por ello útil evaluar el interés, las razones y los objetivos de Cuba en el incidente.

En ese sentido, es irrelevante detenerse en la habitual crítica de Castro al neoliberalismo y su aplicación en la Argentina de hoy. Lo fundamental es comprender sus sugestivas afirmaciones en torno a la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de Naciones Unidas que se reúne en marzo y abril próximos para tratar, entre otros, el tema de Cuba. Según Castro: "Hace poco alguien hizo unas declaraciones impúdicas afirmando que van a mantener la misma posición que tuvieron en Ginebra el año pasado en la Comisión de Derechos Humanos... Sé lo que están haciendo nuestros vecinos . Han enviado embajadores a todas partes buscando promotores... Andan buscando a Argentina para estas aventuras... Han enviado... representantes buscando reclutar a alguno que presente su moción."

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Lo primero que hay que subrayar para entender adonde apunta Castro es la relevancia de la votación en la CDH. La sesión de 2001 es trascendental tanto para Estados Unidos como para Cuba. No hay que olvidar que George W. Bush ganó estrechamente la dudosa elección de noviembre gracias al voto cubano anticastrista de Florida. Bush debe mostrar ante estos electores claves su dureza contra Cuba. Su objetivo máximo es superar el número de países que ha acompañado a Washington en la condena a la isla; su meta mínima es preservar la cantidad de respaldos que logró Bill Clinton el último año.

Cuba, a su vez, enfrenta una situación particular: para responder a sus críticos, Castro ha ido liberando reconocidos disidentes como René Gómez Manzano y Félix Bonne. De las personas que Washington exige poner en libertad sólo Vladimiro Roca permanece encarcelado. Este hecho, que en el caso de haber triunfado Al Gore hubiese podido suavizar el tono crítico del Gobierno estadounidense, para Bush no tiene ningún impacto.

No obstante, aunque Castro pierde frente a Bush, la coyuntura parece ofrecerle una inmejorable oportunidad: parte de los 53 miembros de la CDH se renueva en 2001. Los nuevos miembros por Europa (Bélgica) y Latinoamérica (Costa Rica y Uruguay) son cercanos a Washington. Ahora bien, entre los nuevos miembros por África (Argelia, Camerún, República Democrática de Congo, Kenia, Libia y Sudáfrica) y Asia (Malasia, Arabia Saudita, Siria, Tailandia y Vietnam) hay muchos amigos de La Habana. El objetivo máximo de Castro sería evitar, como logró en 1998, una resolución crítica; su meta mínima es impedir que crezca el consenso en su contra.

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Desde mediados de los 80 Estados Unidos ha venido liderando mociones contra Cuba en la CDH. Los resultados fueron, por lo general, fallidos. En los 90 el esfuerzo de Washington contra La Habana resultó más exitoso debido al total apoyo de Europa occidental y el de algunos países periféricos; entre ellos Argentina. Pero el apoyo a las mociones contra Cuba presentadas por EEUU fue declinando. Por ejemplo, en 1994 hubo 24 votos a favor de la condena, 9 en contra y 20 abstenciones. En 1995, las cifras respectivas fueron 22, 8 y 23; en 1996, fueron 20, 5 y 28 y en 1997, fueron 19, 10 y 24. En 1998 fracasó el intento de Washington para condenar a La Habana en materia de derechos humanos.

En los últimos dos años se produjo un viraje cargado de simbolismo: las mociones condenatorias contra Cuba fueron presentadas por Polonia y la República Checa, dos países con pasadas experiencias comunistas y en la senda de ser miembros plenos de la OTAN. En 1999 hubo 21 votos a favor de la condena, 20 en contra y 12 abstenciones y en 2000, los datos respectivos fueron 21, 18 y 14. En 2001, Polonia tiene un Gobierno controlado por ex comunistas y la República Checa está viviendo un fuerte desencuentro con Cuba a causa de unos espías checos. A principios de febrero, a semanas de una nueva votación, el Canciller argentino Adalberto Rodríguez visitó Washington para conversar con su homólogo estadounidense Colin Powell. Previo a su viaje a Estados Unidos, el ministro indicó que en la agenda de conversación con el secretario de Estado se trataría el tema de Cuba. A su vez, al parecer desde el área de comunicación del Gobierno, se indicó que Argentina votaría este año respecto al asunto cubano como el anterior. Sin duda, es en este contexto general en el que deben ubicarse las expresiones de Castro sobre Argentina.

Washington y La Habana saben que la votación de 2001 es crucial. Por ello, la distribución de fuerzas en el seno de la CDH y la lógica política interna en los países miembros resultan vitales. Estados Unidos busca aumentar la cantidad de países que auspicien una moción contra La Habana, instar a más gobiernos a cabildear por votos y reducir el número de abstenciones. Cuba busca lo contrario; que menos países promuevan tal moción, poner a más gobiernos a la defensiva y propiciar el rechazo y la abstención.

Argentina podría ser entonces un referente importante. Si Fidel está en lo cierto, Estados Unidos estaría buscando que un país democrático intermedio, no europeo, promueva la condena; lo cual tendría un efecto sobre las naciones menos desarrolladas. Cuba estaría buscando evitarlo. Si bien ambos saben que Argentina no cambiará su voto, piensan que puede cambiar su actitud. Entre 1999 y 2000 Argentina no vivió un viraje ideológico trascendental, no conoció un debate público sobre su política exterior, ni incrementó sus atributos tangibles de poder. Por ello no fue sorpresivo que, aunque con otro argumento, el Gobierno de Fernando de la Rúa votara igual que el de Carlos Menem sobre Cuba.

Sin motivos para optar en 2001 por la abstención, el cambio argentino podría ser de actitud: sumarse a los promotores activos de una moción. Pero si en Washington o en Buenos Aires alguien especuló con esa hipótesis, Castro la destruyó con sus comentarios. Una Argentina ofuscada diplomáticamente (y dividida internamente) no puede encabezar una iniciativa de condena; esto sería visto como un acto de represalia y no como un gesto por convicción. La racionalidad estratégica de Fidel habría logrado una meta: silenciar a Buenos Aires (¿y a otros países medios?) en la CDH.

Juan Gabriel Tokatlian es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés, Buenos Aires (Argentina).

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