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Un amistoso con mucho prestigio en juego | FÚTBOL
Columna
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Si todos fueran Helguera

Santiago Segurola

El fútbol español digiere mal una situación que le lleva a la esquizofrenia. Mientras los clubes viven un periodo de esplendor, y levantan preguntas en la escena internacional sobre las causas de sus espectaculares éxitos, la selección no sale del estupor que provocó su fracaso en la Eurocopa. No parece normal la diferencia entre el saludable estado de los equipos y la decaída atmósfera que se observa en la selección. Analítico por naturaleza, Guardiola dedicó ayer la mayor parte de su intervención ante la prensa a situar al equipo nacional frente a la realidad. Lo que dijo no invitaba al optimismo. Declaró que los resultados obligan a colocar a España por detrás de las grandes potencias, en la frontera de los cuartos de final de los grandes torneos. 'Así nos lo enseña la historia', manifestó el jugador del Barcelona. 'No conviene despertar expectativas que después suenan exageradas', añadió. Quizá por prudencia o porque no era el momento para grandes debates, Guardiola no entró a desentrañar las razones de su pesimismo.

No parece sencillo el diagnóstico de las causas que afectan al mediocre rendimiento del equipo nacional en los grandes torneos. La falta de una tradición ganadora, el papel secundario de los jugadores españoles con respecto a las estrellas extranjeras, o, por qué no, la ausencia de un número apropiado de futbolistas de primer nivel mundial: todos esos argumentos se han utilizado profusamente tras el fiasco de la Eurocopa. Pero tampoco hay motivos suficientes como para pensar en una rendición.

Más que pensar en alcanzar el título en la Copa del Mundo o en la Eurocopa, la selección tiene el desafío de alcanzar el nivel que ha obtenido la Liga. No hace muchos años, se hablaba del campeonato español con el mismo pesimismo que ahora se utiliza con la selección. Nuestros clubes prometían más de lo que daban. Frente a la eficaz maquinaria italiana, se decía que los equipos españoles no eran competitivos, no disponían del número suficiente de grandes jugadores, flaqueaban en lo táctico y ofrecían un juego atractivo, pero banal. Más o menos, son los reproches que ahora se hacen a la selección.

Se tenía la impresión de que aquel fútbol no tenía futuro y que los clubes estaban condenados a penar en el segundo nivel europeo. Por si acaso, se destacaba la larga sequía del Madrid en la Copa de Europa como prueba irrefutable de las carencias del modelo español. Se tiroteó a la quinta del Buitre y se ninguneó al Bar-ça de Cruyff. Tras la derrota frente al Milan en la final de Atenas se aseguró que el fútbol español era pura hojarasca y que el porvenir estaba en la militarización italiana. Seis años después, Italia está en crisis y España se ha puesto de moda. ¿Por qué? Porque nuestros equipos son competitivos, versátiles y están libres de complejos.

De la misma manera que los clubes fueron capaces de derribar los prejuicios instalados en el fútbol español, la selección está obligada a hacer lo mismo. Tiene que alcanzar el mismo punto que Italia, donde la abundancia de estrellas extranjeras no hiere las prestaciones de la selección. Allí los jugadores italianos son tan complementarios en sus clubes como aquí los españoles.

Sin embargo, Italia acude sin complejos a los grandes campeonatos, guste o no su juego. Puede que Guardiola no tenga razón en su frío pesimismo. Puede que no haya que recordar constantemente la falta de historia de la selección española. Puede que sean necesarios jugadores como Helguera, capaces de proclamar que se sienten los mejores del mundo. Algunos le tacharán de ingenuo. Otros, de vanidoso. Pero siempre es mejor el exceso de fe que la abundancia de lamentos.

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