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Columna
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El misterio del Atlético

Lo del Atlético, lo de su afición, habrá que mandarlo de una vez por todas al diván de Freud para que pueda ser descifrado. Ya resultó un misterio la facilidad con la que el público rojiblanco reconvirtió el mayor fracaso de su historia, la tragedia deportiva que supuso el descenso a Segunda, en una aventura fantástica y hasta apetecible. Bastó entonces que echara una mano el genio publicitario que se inventó lo del añito en el infierno como eslogan para que esa hinchada se lanzara de cabeza a disfrutar del suplicio de una categoría sonrojante. No era sólo estar junto al equipo en las duras, sino vivirlo con el mismo entusiasmo, o más, de siempre. Como si enfrente, en vez del Ferrol o el Éibar, siguieran el Madrid y el Barcelona. De tal manera que el número de abonados no sólo se mantuvo, lo que ya suponía en sí una proeza, sino que se disparó hasta duplicarse.

El club había entrado en un peligroso proceso de descomposición, vigilado primero por un administrador judicial y después por un interventor, que ahí sigue, y con los dueños bajo sospecha, de continua visita a los juzgados. También el equipo se estaba rompiendo en pedazos, sin cogerle el aire a la categoría, tiritando al menor percance y rozando la humillación en escenarios inimaginables. Pero ninguno de esos sucesos consiguió quitarle al seguidor del Atlético el afán por acudir al Calderón. Ni siquiera de hacerlo con ganas de fiesta.

Es un viejo síndrome. La realidad reclama funerales, pero la gente del Atlético organiza festivales. No fue fácil entender cómo en las dos últimas finales de Copa, pese a perderlas el Atlético, era su afición la que más gritaba. Tampoco es fácil entender lo que está sucediendo ahora. Hace tan sólo tres semanas, la lógica del fútbol dictaminó que ya no había nada que hacer, que el retorno a Primera del Atlético (13º, a doce puntos del tercer puesto), debería esperar un año más. Y fue en ese preciso instante cuando la hinchada del Atlético decidió intervenir de nuevo para decir que no. Para revertir la resignación en fe ciega. Así que llegó primero el lleno impactante ante el Jaen y después, el pasado domingo, el más difícil todavía, cuando el Calderón vistió sus gradas de final de la Copa de Europa. Llegaba el Betis, un rival que caminaba a 11 puntos de distancia en la tabla, pero su visita fue disfrazada de ceremonia de celebración del ascenso.

Acabó el partido, con triunfo rojiblanco (2-1), y esa gente se quedó, no esperanzada, sino convencida del ascenso. Y traspasaron su fe a los jugadores, tan temerosos hasta ahora, que también dejaron el ascenso seguros de que el milagro es posible. Y los rivales empiezan a sentir miedo. Y hasta los más escépticos, que ya habían dado por cerrada la categoría, se han visto empujados a revisar desconcertados la clasificación. Y vuelven a descubrir que no, que la aritmética sigue desmintiendo las posibilidades del Atlético. Pero miran esa condenada sonrisa de oreja a oreja de esta hinchada, y recuerdan sus escenas de euforia y confetis del domingo... Y se sienten obligados a dudar.

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