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VISTO / OÍDO
Columna
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Anacronismo

Más acá de la sangre, estos atentados son anacrónicos. Están fuera de situación. Otros crímenes, sobre todo los sociales, están en una situación real, pertenecen a una concatenación de causas y efectos, a la novela viva del asesino y el asesinado, al contexto de lo que pasa en la vida que se transforma. Creo que el asesinato político es el peor de todos, no sin dejar de hacer distinciones entre magnicidios, atentados, terrorismo. Las violaciones condenadas ahora a los serbios, las torturas en las comisarías, los bombardeos de uniforme, las penas de muerte: terrorismo.

Desde que la guerra es, según el repugnante prusiano, 'la continuación de la política por otros medios', los crímenes de guerra son políticos, y los cometen los justos, a los que se reconoce porque son los que ganan y definen y nombran tribunales. Las penas de cárcel a los violadores y torturadores serbios no son injustas porque su delito no las merezca, sino porque se ha elegido para el castigo sólo a la parte derrotada y capturada de unos cuantos guerreros siniestros.

Querer matar a un pequeño concejal socialista de un pequeño Ayuntamiento de barriada es anacrónico, desde el momento de que no es resolutivo. La fuerza de la situación es otra. La posibilidad de que mueran quienes pasan por allí no es tampoco un azar: es la demostración práctica de la palabra terrorismo: que no haya nadie seguro. Tratan los terroristas de que no haya inocentes ni seguridad para nadie: es una imitación de las guerras, es una reducción de los bombardeos de las ciudades libres, que probablemente se inauguraron en el País Vasco, con Gernika; en Madrid, cercada.

Tienen un éxito atroz. La magnificación de sus actos por parte nuestra ha ido ayudando a que todos tengamos el temor, y que pongamos el miedo nuestro a esta situación falsa y anacrónica por encima de otros problemas políticos y sociales que responden a situaciones verdaderas. O quizá es que yo no entienda la trascendencia de la soberanía en el País Vasco y me parece fuera de situación. La libertad, el trabajo, la comida, no suelen depender de una soberanía más que de otra. Las miradas hacia los países independizados el siglo pasado -y lo necesitaban realmente: eran oprimidos y animalizados- muestran lo que valen los cambios de soberanía sin revolución real.

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