¡Aleluya!
¡Uf, menos mal! La Conferencia Episcopal nos dio un buen susto. Por un momento llegamos a temer que firmaría el pacto antiterrorista. Una emanación angélica detuvo su mano en el último segundo, como a Abraham. El pacto, dijo acertadamente el post-obispo Setién, 'tiene un marcado carácter político'. La Iglesia católica, como demostró durante el Tercer Reich, de política, nada. Los judíos todavía lo recuerdan.
Para que la parroquia le comprenda, añade Setién que, de haberlo firmado, se habrían excluido los obispos vascos, los cuales son primero vascos y luego, a título ornamental, obispos. La doctrina de los vascos obispos, muchos de ellos persuadidos de que Jesús habría preferido nacer en Bilbao pero tuvo dificultades con el euskera, es inapelable: nada de sexo, nada de política.
Si la Iglesia de Roma no condena la pena de muerte, ¿cómo van ellos a censurar al gremio de verdugos vascos? En lo que concierne al 'derecho a la vida', la doctrina de los obispos es luminosa. Todo el derecho es del feto, al que debemos proteger con amor infinito e intervención jurídica y policial contundente, incluso cuando tiene la desdicha de no ser vasco. Ahora bien, si el feto se empeña en crecer, allá él. Y si le pegan un tiro, pues mala suerte. Para los obispos, el derecho a la vida es un asunto intrauterino, sin relación ni con el sexo ni con la política, de los cuales se abstienen como los pitagóricos de las habas.
Ya lo advirtió Fernando Savater, quien, además de uno de los pocos políticos sensatos que aún quedan, es un filósofo. Y decía que, para que no te maten en este bendito país, hay que ser cura o del PNV. Su juicio es empíricamente intachable, aunque apura un poco la doctrina de los indiscernibles. Pero si no matan a los vascos obispos y afines, no es por razones políticas, sino por la gran virtud de un manto que les ha proporcionado San Ignacio de Loyola a ellos solos, con el fin de que se note la diferencia. O la identidad. No sé qué es peor.
Así que los obispos nos han librado de la tentación de comenzar a considerarlos seres humanos. Podemos estar tranquilos, continúan siendo lo de siempre, pastores de fetos.
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