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Reportaje:

Bosques fósiles ibéricos

Las obras de la autovía del Cantábrico sacan a la luz secuoyas de hace tres millones de años

Para imaginar el paisaje del norte de España hace tres millones de años hay que buscar inspiración en el litoral de California, al oeste de Norteamérica, o en los bosques de China. Pinos de especies que ya no existen en la cuenca mediterránea, cipreses y hasta gigantescas secuoyas poblaban entonces la cornisa cantábrica. Lo ha revelado un bosque fósil que hace cuatro años salió a la luz gracias a las obras de la autovía del Cantábrico, y que aún analizan botánicos de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes de Madrid. Es un yacimiento 'fabuloso' que, sin embargo, nadie podrá volver a visitar, enterrado como está bajo el asfalto de la autovía. Su estudio y el de otros yacimientos da datos sobre la antigua flora y el clima peninsular.

Este grupo de paleobotánica, el único especializado en España en el estudio de maderas fósiles no carbonizadas, suele recibir soplos de agentes forestales, o simplemente de buenos observadores, alertando sobre un posible yacimiento. El aviso que en 1996 les llevó hasta Caranceja, cerca de Cabezón de la Sal, provino de geólogos de la Universidad de Cantabria que a su vez supieron de los investigadores de Madrid por un artículo publicado en EL PAÍS.

'Nos llamaron, fuimos para allá y nos encontramos con algo asombroso. Había troncos de hasta 80 centímetros de diámetro, de especies que no habíamos visto antes en la Península Ibérica', explica el botánico Carlos Morla. 'La gente creía que eran palmeras, y también estaban muy sorprendidos porque allí no las hay ahora', dice su colega Fernando Gómez Manzaneque.

Palas excavadoras

Las palas excavadoras habían tropezado con los troncos a varios metros de profundidad. Tras la recogida de muestras los botánicos volvieron a Madrid. No, no eran palmeras: había restos de una decena de tipos de árboles, entre ellos piñas de tres especies de pinos -dos de ellas extintas ya en todo el Mediterráneo-; de picea -una conífera similar al abeto-; y también frutos de hayas y maderas de secuoyas. Según los geólogos el bosque crecía sobre material depositado por el río Saja, que riega la zona y cuyo trazado ha sido muy cambiante.

Pese a que a simple vista las maderas no se diferencian de las actuales -no están mineralizadas-, el estudio de los estratos geológicos y de otros yacimientos europeos con flora parecida indicaron a los investigadores que se encontraban ante el yacimiento más antiguo con que habían trabajado: entre los dos y tres millones de años de edad, entre el periodo Terciario y Cuaternario. El carbono 14 sólo sirve para muestras de hasta 40.000 años, por lo que no ha servido aquí para una datación más precisa.

'Los cipreses no sorprenden porque hoy se ven muchos, pero sí es un resultado importante porque los actuales sólo crecen de forma natural en África, Asia y sobre todo en América', dice Morla. 'De secuoyas sí se habían encontrado restos, por ejemplo, en Cataluña. Es una especie que se extinguió de Europa hace casi dos millones de años. Estamos ante una flora que sólo se ve hoy en algunos puntos del planeta, como el oeste de Estados Unidos o el oriente de Asia'.

La lentitud de las obras de la autovía permitió a los investigadores volver cuatro veces más al yacimiento, de unos 500 metros cuadrados de extensión.

Entre los años 1996 y 1997 recogieron 50 muestras de maderas no carbonizadas, 90 de carbones y más de un centenar de piñas. Hoy se amontonan en el departamento de botánica de la escuela y son el material de la tesis doctoral de Cristina Alcalde, becada por la Comunidad Autónoma de Madrid. El análisis aún no ha terminado pero algunos resultados preliminares están publicados ya en el boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural. 'Creímos interesante dar a conocer lo antes posible el hallazgo', explica Morla.

Especialmente de cara al lento pero imparable avance de las obras de la autovía. Los vetustos troncos están hoy bajo los carriles y la cubierta vegetal plantada en los taludes laterales. Para Morla, 'la riqueza de este yacimiento lo sitúa entre los mejores de la Península. Es una pena que no haya sido conservado, incluso como atracción turísticocultural'.

Las muestras de Caranceja comparten espacio en el laboratorio de botánica con las de otra treintena de yacimientos de toda la Península, cuya historia está a menudo relacionada con la de carreteras o presas. 'Lo irónico', dice Gómez Manzaneque, 'es que nosotros nos beneficiemos de los estropicios ecológicos'.

Doñana

No es el caso del bosque sumergido hallado en la costa de Huelva, en el Parque Natural de Doñana, también muy valioso para los investigadores y aún en estudio. Les avisó un ingeniero de Minas: también aquí los lugareños decían que las mareas más bajas del año descubrían grandes troncos de palmeras. 'La marea adecuada sólo se da unos días al año, así que esperamos casi un año entero y finalmente fuimos con el correspondiente permiso. También están apareciendo sorpresas', dice Morla. El yacimiento es del Pleistoceno (hace entre 2.5 millones y 10.000 años).

El grupo acaba de terminar también el análisis de maderas halladas en el yacimiento arqueológico de Cal Guardiola, en Tarrasa, que tiene el valor añadido de tener unos 800.000 años de edad, es decir es contemporáneo de algunos de los restos de Atapuerca. Las maderas se dataron en Gerona con técnicas de paleomagnetismo, y también se usaron dataciones indirectas de otros restos paleontológicos.

En Cal Guardiola no se han encontrado restos de asentamientos humanos pero sí de unas treinta especies de vertebrados -desde elefantes y caballos hasta anfibios y animales marinos-, y unos 2000 fragmentos de maderas fósiles. Su análisis se recogerá en la tesis doctoral de José María Postigo, en preparación.

El número de yacimientos valiosos ha crecido en los últimos tiempos más que la capacidad para analizarlos del grupo, integrado por tres profesores, dos doctorandos y un estudiante con un beca de colaboración. Los investigadores tienen que usar fungicidas para evitar el deteriorio de las muestras. 'Tenemos las maderas amontonadas en el departamento. Necesitamos fondos sobre todo para contratar a más personas y para pagar las dataciones', dice Morla.

Archivos del clima antiguo

Las maderas fósiles no carbonizadas dan información sobre el paisaje antiguo y, por extensión, sobre el clima de la época. Pero para esto último el tipo de resto paleobotánico más usado es el polen. Como explica el botánico de la Escuela de Ingenieros de Montes Javier Maldonado, 'el polen te da un registro continuo en diversos estratos geológicos de una misma zona; se observan cambios a lo largo de milenios, mientras que las maderas dan información de un momento concreto'. Pero según este experto sólo dos yacimientos de polen analizados hasta ahora en España -en Burgos y en Zamora- han permitido ya reconstruir el clima de una zona en un determinado momento. Y estos trabajos no han servido aún para validar modelos de evolución de clima. 'En España se conocen menos yacimientos que en Europa, hay menos tradición', dice Maldonado. Otro motivo para que el análisis de polen esté más extendido es que fosiliza más fácilmente que las maderas. Para que éstas se conserven bien deben estar en medios no oxigenados, aisladas de la atmósfera. Además de los yacimientos en las costas, el grupo de Montes los ha encontrado sobre todo en turberas, 'zonas de acumulación de restos orgánicos, generalmente, de musgos, con PH muy ácido', explica su colega Fernando Gómez Manzaneque. Los restos de maderas, una vez cortados en lonchas de milésimas de milímetro de grosor y observadas al microscopio, permiten en ocasiones identificar la especie, al contrario que el polen. Con el grupo de Montes colaboran expertos en polen; en análisis de anillos de troncos; y geólogos de las universidades de La Coruña, Complutense, Politécnica y Autónoma de Madrid.

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