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Columna
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Marcelino

Marcelino Iglesias, presidente de la comunidad aragonesa, se está convirtiendo en el chivo expiatorio de la política española. De un lado, el partido de Aznar lo ha designado como víctima predilecta de constantes ataques que hacen de él un blanco perfecto al que culpar de todas las maldades atribuidas a los socialistas. Para ello alegan como excusa su doble oposición al Plan Hidrológico y a la Ley de Extranjería, pero en realidad les viene muy bien tomarlo como cabeza de turco para dividir a la oposición y distraer la atención pública, tapando todas las cositas que revelan el mal gobierno del Gabinete Aznar. Y por eso el lunes pasado el PP se inventó un órgano interno donde congregar al coro de sus barones territoriales para que lapidasen a Marcelino, denunciando al unísono su presunta 'insolidaridad'.

Pero lo más curioso es que, del otro lado, el PSOE ha picado, cayendo en la trampa de culpar también a Marcelino de sus dificultades internas. Por eso le acusa de insumisión con la excusa de que las Cortes de Aragón eleven recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Extranjería. En realidad, quienes más desobedecen a Ferraz son otros: como Bono, que se coliga con Zaplana; Ibarra, que acepta los sobornos de Matas; o incluso Maragall, que ha sacado en el Parlament de Catalunya una propuesta unánime de diálogo que contradice al pacto antinacionalista de Zapatero y Aznar. Lo que pasa es que Ferraz sólo se atreve a llamar al orden al pobre Marcelino, y aun eso no directamente sino por la impropia boca del portavoz Caldera. Y es de temer que a modo de exorcismo se sacrifique a Marcelino, ofreciendo su cabeza en bandeja para que la expiación genere mayor cohesión interna.

¿Y por qué Marcelino? Quizá por ser el eslabón más débil dada la encrucijada en que se encuentra, allí donde se cruzan todas las múltiples líneas de fractura (cleavages) que atraviesan la historia española. Zaragoza está en el centro del triángulo que une a castellanos, vasconavarros y catalanes, simbolizando el legado histórico de la Corona de Aragón que, al decir del austracista Ernest Lluch, representa la constitución confederal de España. Y no por casualidad son Aragón, Cataluña y Baleares los territorios que más se oponen con muy sólidas razones al Plan Hidrológico y a la Ley de Extranjería. De ahí que Aznar, en su cruzada de reconquista nacional de España, persiga ante todo a Marcelino, ya que todavía no se atreve con Maragall. Lo malo es que busque para ello la colaboración involuntaria de Zapatero.

¿Qué pasa con Zapatero? Desde que dio la sorpresa de vencer a un Bono incapaz de inspirar confianza, el nuevo líder del PSOE ha descrito una suave trayectoria ascendente. Su imagen de calma, contrapuesta a la crispación paranoica de Aznar, le ha dado un resultado excelente en las encuestas de opinión, que valoran mucho mejor su serenidad que la mala sombra de su fúnebre rival. Pero con eso no basta. El político no vive sólo de imagen, pues además necesita buenas razones y hazañas que contar. ¿Cuáles son los hechos de Zapatero? Su único éxito ha sido firmar con el PP un pacto antiterrorista que Aznar creía no necesitar, y que sólo aceptó por la presión de la calle. Aquel afortunado hallazgo aficionó a Zapatero, y ahora quiere seguir firmando pactos, empezando por la Ley de Extranjería. Pero creo que se equivoca en el fondo y en la forma. No es legítimo amenazar con recursos inconstitucionales para ofrecer un pacto que sólo hará reír a Aznar. Y por lo demás, si quiere afianzarse, no debe pactar.

Para hacer oposición hay que liderar el antagonismo que atraviesa la sociedad civil. Pues de no ser así, se cae en centrismos consensuados y arreglos corporativistas, que alienan al electorado dejándole creer que se trata de los mismos perros con distintos collares. Por eso hace falta que Zapatero levante la voz, encarnando la protesta cívica contra un Gobierno arbitrario, injusto y oligárquico. Pero para eso necesita buenas razones: ¿cuáles son las ideas-fuerza que argumentan narrativamente la singularidad del proyecto político de Zapatero?

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