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Columna
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El Quiero Y No Puedo

Elvira Lindo

Todavía no he ido a Arco'. Esto mismo le decía ayer a mi amiga Bicoca del Fresno en el gimnasio, se lo decía entre un ay y otro ay de dolor porque estábamos en el área de pediluvio, que consiste en andar sobre chinarros de río mientras te apuntan a los tobillos con chorros de agua fría. Es bastante desagradable, pero te trae recuerdos de la infancia, de cuando ibas al río y te hacías polvo los pies, sólo que aquello era gratis y aquí pagas un ojo de la cara. 'Yo tampoco he ido a Arco', me dijo Bicoca, 'pero es que, lo que yo digo, al día le faltan horas'. Mi amiga Bicoca es la mujer más ocupada que conozco, comienza la mañana con una clase de yoga Chi-kung, superbueno para que te fluya la energía; luego tiene a su entrenador personal, y el pediluvio, que es donde comentamos la actualidad cultural. Quieras que no, se te va la mañana, me dice, y la tarde entre el masaje shiatsu, el té verde con las amigas, y luego, que si el podólogo o la clase de alfabeto chino, acaba una como para morirse en la bañera. Me dirás tú cuándo voy yo a Arco.

Yo, a mi amiga Bicoca del Fresno le cuento todo menos dos cosas que nos separarían: que trabajo y que soy de Moratalaz. Tampoco le he contado que me he partido el pecho leyendo la novela Romanticismo, de Manuel Longares, donde salen miles de Bicocas en el año 75, alarmadas ante la idea de que la muerte de Franco les quitara alguno de los pingües beneficios con los que nacieron. Longares se convierte en esta novela en notario del habla y las costumbres del cogollo más rancio de España, esa gente que los fines de semana se viste de verde caqui y sombrerito tirolés y se marcha a la finca de Ávila. Yo no le digo a Bicoca que se lea la novela de Longares porque Bicoca sólo lee libros de autoayuda y a un novelista que no diré. Además, puede pensar que Longares se cachondea, y tampoco es cosa de que la literatura te vaya cerrando puertas.

A mi santo y a mí nos gustaría hacernos una posición, no en la cultura, sino en la High Society, pero claro, nos falla el árbol genealógico. Lo que yo digo, poquito a poco. El otro día nos invitaron a una velada en una de esas mansiones en que a mí particularmente me entran ganas de robar algo. El pobre camarero que servía la cena estaba avisado de que entre los comensales había un embajador, y mira por dónde, se pensó que el embajador era mi santo. Cada vez que le rellenaba la copa decía: 'Embajador... ¿un poquito más?', y a mi santo le entró la ilusión del advenedizo. 'Hijo, estabas feliz', le dije luego mientras dábamos nuestro paseo nocturno. Por cierto, delante de nuestro cajero porno de Cajamadrid había tanta gente mirando que parecía que estaban ante una instalación de Arco. Me pregunté humildemente: ¿serían todos lectores de esta sección?

A mi santo, o le toman por embajador o por camarero: recuerdo que cuando entró en esa academia a la que va los jueves y le alquilé el frac hubo un periodista (Antonio Burgos) que dijo que parecía un camarero. Me dijo mi amigo R. R. (por su columna en Babelia, / famoso en el mundo entero): 'Querida, ¿es que no ganas tú dinero suficiente para comprarle a tu marido un frac, que todo te lo echas en ti?', y yo le solté: 'Yo, a mi santo le empapelo el despacho con corbatas de Armani, pero en lo del frac, digo lo que Gimferrer, hay que alquilarlo, porque si engordas, qué haces, te lo comes con patatas'. Sé que R. R. va preguntando en altos círculos culturales si le conviene o le beneficia salir en estos artículos porque, habiendo salido en una novela de Javier Marías, no sabe si esto de que yo le cite es un bajón en su carrera de personaje de ficción. Le he dicho: 'Oye, guapo, que aquí sale gente de mucho relumbrón'. En este empeño mío por hacerme pija, fui con Bicoca a la peluquería Jacques Dessange. Había fotógrafos en la puerta y pensé una vez más: ¿será por mí? Pues no, era por Ana García Obregón, que se estaba haciendo el color. Viví una experiencia religiosa: me lavaron la cabeza tumbada. Según mi amiga Bicoca, eso de que te laven la cabeza sentada está como superpasado. A mi santo le mandé a la peluquería de enfrente, que es más barata (qué le parecerá a R. R.) porque te lavan la cabeza sentado, pero le dio la peluquera un masaje que mi santo calificó de 'turbador', dice que de dicho masaje al cajero sólo hay un paso.

Hablando de sexo: me llama un amigo gay (lo advierto, no el de siempre) y me dice que leyó mi artículo en el que contaba que entre el mundo rosa Arias Cañete levanta pasiones. Me amplía la cosa: no sólo Cañete se los lleva de calle, dice que hay elementos en el Gabinete-PP que despiertan mucho morbo, por ejemplo, me dice, no pierdas de vista a Mayor Oreja, tan formal, tan sólido, rodeado de uniformes. Cuento esta frivolidad no por gusto, sino porque me debo a la información.

En mi casa, a la hora de comer, no nos quitamos a Cañete de la boca. El otro día mi padre dijo que quiere escribirle una carta al ministro para proponerle que los excedentes de carne se los vendan a precio regalado a los jubilados: 'Al fin y al cabo, si la enfermedad se manifiesta diez años más tarde... Un bono-carne para la tercera edad'. Mi padre es así de chulo porque sabe que a él las enfermedades no le afectan como a las personas humanas. Mi padre, como personaje, es superior a Hannibal Lecter. Lo digo sin ánimo de molestar: ¿qué tal Hannibal Lindo? A mi amiga Bicoca Hannibal le pone mucho, así me lo confesó en el pediluvio: me pueden los hombres salvajes. Debe ser un vicio de las Bicocas: leí en el Vanity Fair que Jacqueline Kennedy estaba tan loca por el animal de Onassis que en una ocasión el naviero le pidió que le besara la espalda; luego, que le diera unos besitos en el culo, y cuando tuvo a la pobre Jacqueline besuqueando dicha parte, Onassis hizo lo que hizo. ¿Se acuerdan ustedes de esa adivinanza infantil que nos hacía tanta gracia: 'Entre dos piedras feroces hay un hombre echando voces?'. Pues lo mismo. A mí me gustaría escalar socialmente, pero sin pasar por trances como éste.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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