Abstinencia y jolgorio
Las candelarias, fiestas populares del ciclo de invierno en Andalucía, ejemplifican de forma clara la mezcla entre paganismo y cristianismo
Una serie de fiestas populares del ciclo de invierno de Andalucía se inició el 2 de febrero: las candelarias, precursoras del carnaval y, no obstante, muy bien revestidas de otro envoltorio cristiano: la purificación de María. Aquí no habrá más remedio que retroceder de nuevo a la antigüedad clásica. Conviene tener muy presente que febrero era el último mes del antiguo calendario romano. Presidido por una Juno Febrilis, diosa de la purificación, en esos días se desparramaba una larga ristra de ceremonias, que se sumaban a las referidas Lupercalias, descendientes de los ritos tributados al Fauno Bicorne (vease Raíces, del pasado 7 de febrero) -más arcaicamente dios-lobo-, propiciatorios de la fecundidad en las mujeres. Luego vendrían las Quirinalias y las Terminalias, todo ello en las medianas fechas del mes, un periodo alborotado por las veleidades atmosféricas a las que siempre se les buscaron analogías espirituales, desde luego poco proclives a la templanza.
Por otro lado, venían a sumarse a este clima revuelto unas fiebres palúdicas, o malaria, cada tres o cuatro años, que eran interpretadas por la gente como envíos de una tal diosa Febris, Februa o Februata, para la purificación de muchos. Ya en Grecia, según noticias de Platón en su Apología, se abrigaba esta creencia, que luego será referida más ampliamente por Juvenal, Horacio y otros autores latinos. Según ella, el pueblo romano februaretur, esto es, 'estaba con fiebre', y creía que era la transpiración corporal, el sudor propio, el que los ungía como enfermos de esa divinidad y eliminaba los humores malignos, tanto de cuerpo como -atención- de espíritu.
En algunos cuentos populares extremadamente antiguos se ve también al héroe introducirse en un caldero conteniendo el sudor de su caballo, y salir de allí rejuvenecido y deificado. De esta manera, sanos y salvos, los romanos se disponían a empezar el nuevo año, según explica Kornel Zoltan Mehesz en El mundo clásico. A la segunda interpretación, la limpieza del alma -que tampoco es exclusiva de las religiones greco-romanas, sino de otras muchas- se acogió el cristianismo para desarrollar dentro de ella su peculiar y alambicada teoría de la purificación como limpieza de los pecados y abandono místico del mundo. ¿Pero de qué pecados y de qué mundo se ha de liberar la Virgen María, que en febrero asume su condición de Candelaria?
No parece congeniar con la ortodoxia de la Inmaculada Concepción, ni con su papel de acompañante de Cristo en la Tierra, esta advocación del 2 de febrero, sin duda la más forzada de cuantas ha tenido que asumir la Madre de Dios en su múltiple versatilidad, que la llevará de un lado a otro, tanto de España como de Hispanoamérica, con ese nombre y en las más peregrinas circunstancias, intentando apagar los últimos fuegos del paganismo. La pretensión católica de inscribir estas fiestas en la exaltación del celibato y la abstinencia, mal se compadece también con los tercos simbolismos de lo contrario, la fecundidad y sus exultantes ritos preparatorios, que por doquier afloran en comilonas, matanzas y jolgorios de toda índole que rodean a estas fiestas invernales.
En cuanto a los viejos ritos de dichas candelas purificadoras de febrero, algo se vislumbra todavía por la ancha geografía andaluza, que no hace sino reafirmar su honda y misteriosa condición precristiana, por encima -por debajo- de tantas otras mezcolanzas y sincretismos, incluidos los musulmanes, que afloran mucho menos de lo que algunos pretenden. Y ello desde Alcalá la Real, en Jaén, hasta bastantes pueblos de Huelva, fronterizos con Portugal, como Aroche o Alosno. En éstos últimos se practicaba hasta no hace mucho tiempo un rito purificador de los animales, que consistía en hacerles saltar por encima de las candelas, especialmente a los caballos, que buenos rendimientos daban a sus propietarios, en los contrabandos de un país a otro.
En la campiña sevillana, en localidades como Tocina, y hasta comienzos de los años sesenta, eran muy abundantes estos días las hogueras de familia, delante de las casas, o colectivas, en mitad de la calle, a las que se arrojaban muebles y otros enseres viejos. Reminiscencias de ritos paganos adoradores del sol (representado por el fuego) y de ritos de paso, con los que afrontar, saneados de materia y espíritu, el año nuevo. Una rueda de mocitas casaderas se formaría alrededor de esas candelas, tan puras ellas como el fuego. También era costumbre esos días que las mismas muchachas se arrojaran unas a otras los cántaros viejos, cuidando muy bien que ninguno se rompiera, pues a la que tal sucedía, lo que era ese año no sacaba novio.
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