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Columna
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Crimen y lectura

El camino, como siempre desde que trajeron los aspersores, estaba lleno de barro. Intransitable por los muchos agujeros y baches, daños ocasionados como consecuencia del paso de tractores. En el cacharro de su marido, sentada sobre el guardabarro, iba María, una cortijera, camino del pueblo para hacer la compra que tres días a la semana la llevaba de la soledad agobiante de la finca -donde solo estaban ella, Emilio, los dos hijos y las bestias- al relativo bullicio pueblerino.

Llegaron dando botes y saludando a los conocidos. Luego, su hombre dejó el vehículo delante del bar escogido para pasar esas horas y ella se marchó a hacer las compras. Unas ordenadas y otras para su familia, en el comercio de siempre. Ahí se hablaba animadamente de algo que patrocinaba el Consistorio: clases de alfabetización. María era absolutamente analfabeta; solo oía la radio con copla española y la tele estaba copada por los varones de la casa con el fútbol y los concursos.

'Si nos apuntamos, podremos ver las revistas, entendiendo. Escribir, y leer los periódicos'. Fue el argumento que convenció a la mujer para, inmediatamente, ir a la plaza y matricularse sin consultar a su pareja. Este, si había bebido un poco de más, le pegaría, 'lo justo'. Más para su sorpresa, no dijo nada hasta llegar a su casa.Allí, mientras comían, dijo: 'Cuidado con el maestro'.

Siguieron yendo al pueblo los mismos días, solo que regresaban una hora más tarde por las clases de lectura y escritura; al principio, ceros y palotes y más tarde, antes de lo esperado, palabras y frases. Emilio esperaba fuera del aula, vigilando a ella y al profesor, que a mediados de curso la felicitó con unos diplomas y un abrazo inocente, no como la paliza que recibió de su marido cuando regresaron a casa. 'Te lo dije: cuidado con el maestro'. Se acabaron las letras.

No volvió a llevarla. La encerró quitándole hasta la radio para que no supiera del mundo. Pero un día llegaron revistas y periódicos que María había pedido humildemente, pues nunca había tenido uno.

Se fue a la cuadra con su tesoro y comenzó a leer: 'Jesús Gil y Gil acusado de llevarse 500 millones'. 'Esto es una broma', pensó. Pasó la página para ver una hilera de muertos de piel oscura: '10 emigrantes mueren ahogados al naufragar una patera en la que viajaban'. No entendió muy bien las palabras, pero si la fotografía. Otro titular con una imagen estremecedora: 'Mata a su mujer a puñaladas en Granada'. 'El submarino de la muerte'. 'Hacen falta 6.450 millones para tratar las vacas locas'. ¿Habría tanto dinero en el mundo? Otro periódico: 'Multitudinario entierro de los fallecidos al desplomarse una nave en Sevilla'.

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Horrorizada, iba a tirar los diarios y semanarios al barranco, dispuesta a suplicar a Emilio que le devolviera el transistor con sus coplas, cuando oyó la voz vinosa del marido a su espalda: 'te dije que no más letras'. Tenía el hacha en la mano y la mirada turbia.

Cuando recibió el primer golpe pensó que mañana sería noticia y que no querría leer ese periódico.

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