_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las mafias

La prohibición del alcohol en EE UU creó la Mafia; la de la droga ha prolongado aquella Mafia, ha multiplicado su fuerza y su dinero. Empezaron los italianos huidos del hambre, algunos irlandeses escapados de la pobreza y de los ingleses (la misma cosa). Los inmigrantes, aun legalizados, estaban discriminados: crearon un poder paralelo, porque no podían gobernar, ser rectores o alcaldes: eran pobres. Las mafias aumentaron su poder vendiendo juego, alcohol, mujeres. Sus clientes eran los poderosos protestantes anglosajones, los wasp, que prohibían el vicio -utilizo esa palabra por su expresividad literaria, no por su moral-, pero lo necesitaban.

Mafia, como denominación general, se utiliza entre nosotros para los que ayudan a superar lo que antes prohibimos. Se llama mafia a quienes traen personas que huyen del hambre, las guerras, la corrupción y las dictaduras encubiertas y llamadas democracias, de los países a los que transferimos idioma, religión, corrupción, crueldad; que explotamos en su tierra y luego abandonamos en nombre de la libertad (descolonización) sin haber creado países, recursos o economías. Huyen a millares de la muerte civil; algunos son más listos y organizan las fugas, y las explotaciones europeas por empresarios o de agencias de trabajo -mafias legales-; algunos también explotan a las mujeres que se juegan todo por venir hasta aquí, a veces con su hijo, y las colocan en la calle, en la prostitución: están mejor que en sus países. Nosotros las encarecemos: las echamos de las calles, queremos cerrar los parques donde se alquilan, y así la explotación es más cara: la seguirán ejerciendo por no morir de hambre: por poder mandar algún dinero, por si traen a alguien de allí.

Ah, ahora algunos colaboradores ingenuos de las mafias, los de la autoridad, acaban de inventar que nadie podrá traer a sus familias, pese al cristiano y pudoroso nombre de 'reagrupación familiar', si no presentan certificado de que sus viviendas son amplias: para evitar el hacinamiento. No las tiene nadie: no traen a sus familias, que vendrán clandestinamente, por las mafias. Se prostituirán, se venderán a empresarios, mendigarán: se utilizarán para vender drogas. Las drogas nunca serán legales; pero son de venta libre y todos saben en qué esquina las pueden comprar. Cada alijo encarece el producto, pero no faltará un grupo -de lo que sea- en el mercado negro. El dinero es extenso, muy favorecedor. Y el alcohol y el tabaco, cuya mafia empieza en Hacienda.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_