Santería
Hace tiempo, la reportera de este periódico Charo Nogueira trajo a nuestras páginas la novedad: había llegado al barrio de Chamberí la santería caribeña, de manos de un emprendedor argentino. Un largo recorrido para las ceremonias rituales afroamericanas más acreditadas. El asunto debe de ir viento en popa, porque, hasta la fecha, La Milagrosa -tal es el nombre genérico- tiene un local veterano y dos sucursales en el cogollo de la Puerta del Sol, síntoma de abundante clientela. Son establecimientos a pie de calle en cuyos escaparates se brinda un gran surtido de complementos para el culto de Changó, de Olokún o del mismísmo Babalú Ayé y los santos sincretizados: Eleguá es el Niño de Atocha; Ochún, la Virgen de la Caridad del Cobre; Yemayá, la de la Regla. Ni rastro de machetes para degollar al gallo en las celebraciones, del vudú; es otra cosa. Aquí pueden adquirirse jabones, perfumes, incienso, aceites aromáticos, lociones, velas para combatir la envidia, para encontrar trabajo, para enamorar al indeciso, para defenderse del malvado, alejar a los enemigos y protegerse de los maleficios, vinieren de donde vinieren.
El escenario es limpio y la atención simpática y acogedora. No fue preciso el rodeo ni la vacilación, porque hay personas jóvenes, obsequiosas y enteradas -cualidades en franca decadencia entre el comercio de la capital- que nos informan con amplitud. Folletos y hojas divulgativas pormenorizan la oferta material y espiritual para quien decida aventurarse en el frondoso laberinto de los sorprendentes cultos africanos. Da la impresión de que buena parte de la parroquia viene a tiro hecho, la mayoría mujeres caribeñas que reconocen en las estanterías el remedio de los males que la nostalgia agrava. Además de los objetos, se lee el tarot, se echan las cartas y se tiran los caracoles por personal experto y cualificado.
Hace 40 años -día más, día menos- había iniciado una relación profesional y privada con Cuba, que nada tenía que ver con el todavía régimen de Fulgencio Batista; su caída aplazó providencialmente el proyecto periodístico que Castro no hubiera permitido. Con este detalle baladí y personal, quiero incluir el impacto sentimental que me produjeron la isla y sus habitantes, un país y unas gentes mucho más avanzados de lo que lo estábamos en la antigua metrópoli. Una sensación de prosperidad intelectual, moderna, dejaba embobado al visitante, atónito ante la avanzada televisión, muy por delante de los mezquinos balbuceos del paseo de La Habana madrileño. Suspendido el proyecto por la revolución, fui aplazando un retorno deseado, que hoy me parece imposible.
De aquellas tres rápidas y gratísimas estancias mantengo el recuerdo ligado a dos buenos amigos, que allí se habían exiliado, creo que voluntariamente: Alberto Fernández Mezquita y Francisco Mota, por cuyo intermedio pude visitar el barrio de Pancontimba, donde una negra voluminosa me recibió en el fondo de su bohío, presidido por un fastuoso aparato de televisión, como no conocíamos aún en España. Merced a una oportuna y valiosa recomendación, la negra me echó los caracoles, sobre el suelo de tierra. Allí soltó las vacías conchas, para interpretarlas, según quedaban dispuestas.
Pronosticó algunas cosas del pasado, aventuró una gran desgracia, que fue cierta, pero no hizo la menor alusión a lo que iba a tener lugar unos días después, para mis planes y para el largo futuro de la nación cubana. Fue mi contacto con la santería, súbitamente renovado ahora en la calle de Espoz y Mina, casi esquina a la carrera de San Jerónimo, entre velones polimorfos, ungüentos, bastoncillos aromáticos, collares, amuletos, estampas y lociones. Se admiten tarjetas de crédito -me informan con dulce cortesía criolla- y se sirve personalmente, por teléfono y a través de la página web consiguiente. En ocasiones previstas o concertadas tienen lugar misas colectivas o singulares, que valen, entre otras cosas, para establecer relación con los difuntos de cada cual. Mediando precio, muy moderado, es posible resguardarse del mal de ojo, brujerías y maldiciones, sistema quizá más eficaz, y desde luego económico, que enfangarse en pleitos, jurisdicciones, tasas y minutas. Adivinaciones a la carta de la baraja española, francesa o específica.
Un tipo de negocio espiritual que requiere, en todo tiempo y lugar, el indispensable requisito de la fe, que mueve montañas, aunque se revela escasamente eficaz para que nos toque la primitiva. Quizá la culpa sea nuestra y de nuestros pecados.
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