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Columna
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Fusiones

El sino de Magdalena Álvarez es curioso: rechazada en Sevilla y criticada en Málaga, murmurada por el PP y cuestionada por parte del PSOE. Y todo por teorizar la necesidad de una institución financiera básica para asentar un modelo autonómico de crecimiento y desarrollo. Si firma que la futura sede de una caja única sea Sevilla, los malagueños se le echan encima; si rechaza la opción de la previa unificación de las cajas sevillanas, los sevillanos de poderío la ponen a caldo. Triste sino por intentar imponer, aunque a las bravas, un algo de racionalidad en el panorama de los ahorros y de los poderes económicos locales.

La polémica, por llamarla de alguna manera, acerca de la caja única está suponiendo un desgaste considerable para el PSOE y para el presidente de la Junta. Dicho deterioro arranca principalmente del propio partido que sustenta al Gobierno. Nadie puede entender, ya se ha escrito en estas mismas páginas, cómo dos militantes de base del PSOE pueden hacer peligrar la solidez y coherencia del llamado proyecto socialista andaluz. Nadie que haya participado en la historia política andaluza de los últimos años entenderá que una coalición de presidentes socialistas de caja, ex alcaldes hispalenses de tres partidos diferentes, dirigentes del PP y empresarios subvencionados puedan poner en solfa la Ley de Cajas y un proyecto de cohesión económica andaluza sin precedentes. Si los proyectos de fusión de la banca española hubieran tenido los avatares y el calendario que soporta hoy el proyecto de caja andaluza es indudable que sus mentores habrían sido el hazmerreír del mundo de la economía.

El asunto no es sólo económico, tiene otras variantes. El anecdotario cajero nos muestra la facilidad de algunas carreras financieras sólo con disponer del carné del partido en el momento oportuno; o cómo nuestros gloriosos empresarios, adalides de boquilla del liberalismo thatcheriano, no saben qué hacer sin su caja provinciana dispuesta a subvencionarles sus proyectos urbanísticos. Y sobre todo nos muestra la dificultad para construir una verdadera región cohesionada que supere los provincialismos que han atado a Andalucía al vagón de cola. Y es que en política una cosa son las palabras y otra los hechos.

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