San Mamés tumba al Madrid
El Athletic se alía con su público para superar a un líder carente de pegada y que llevaba 12 partidos invicto
Durante una semana, Bilbao agotó las estadísticas. Se buscaron datos para comprobar históricamente la magnitud de la derrota del Athletic ante el Barcelona (7-0 en el Camp Nou) y se rebuscó en los arcanos del club para encontrar otros que dignificaban su poder de reacción ante la adversidad. Todo un debate sociológico al que el Real Madrid asistió ajeno, demasiado confiado en el dato más revelador de la actualidad: su superioridad resultaba intachable en el campeonato -llevaba invicto 12 partidos- y su seguridad parecía indestructible.
Pero la estadística, sin saberlo, también afectaba al equipo blanco. A Casillas no se le da bien San Mamés. Como si aquel error de su debú, ante un libre directo de Julen Guerrero que se tragó por su inexperiencia, todavía le hurgara en la memoria. Y a los tres minutos recordó aquel momento con una salida a destiempo que facilitó el gol de Alkiza. No es que sus compañeros de defensa le ayudaran en la tarea, muy descolocados y lentos, pero sucumbió al ardor de la primera jugada.
Y al Madrid le costó encajar el golpe. Resulta que el conjunto corajudo, orgulloso y dolido que esperaba resultó que tenía un gol en el talego y la firme decisión de jugar al fútbol. Probablemente, no se habían visto en San Mamés tantos pases seguidos, sin demérito de la verticalidad, esa combinación del ayer y el hoy que se busca en el Athletic sin acabar de encontrarla.
El Madrid se acoquinó, conjugando un compendio de miedo y confusión que le hacía muy inofensivo. No tenía juego exterior porque Munitis se perdía en la inmensidad del campo y en la pequeñez de las trifulcas particulares y McManaman asomaba un aspecto fantasmagórico sin hallar jamás su lugar. Vicente del Bosque los cambió de sitio para cambiarles el paso, pero su cerrazón no se alteró.
Buena parte de culpa la tenía el susto del Madrid, que dejaba a Helguera muy alejado del corazón del partido y a Roberto Carlos demasiado preocupado de un debilísimo Joseba Etxeberria. Así perdía el Madrid un buen rematador y exhibía un mediano defensor.
El Athletic obtenía su mejor mérito no sólo en el gol de Alkiza o en un cabezazo espectacular de Urzaiz al larguero, sino en alterar el guión de un equipo acostumbrado a imponer sus credenciales. Intercambios de exteriores, intercambio de delanteros -ahora Raúl arriba, ahora Guti-. Un cierto descontrol que el Athletic aprovechó para controlar el juego, ceder el balón lo justo -en el centro del campo- y gratificar minuto a minuto su cambio de actitud.
El cuadro vasco ni siquiera acusó el contratiempo de la lesión de Urrutia, que le quitó tacto en el centro del campo, pero le aportó, con la salida de Felipe, una dosis necesaria de energía pulmonar.
Con Raúl vagabundeando y Guti desconectado, el Madrid sólo construyó, precisamente con ambos jugadores, una jugada en 45 minutos, pero Guti la malgastó con un tiro muy cruzado. El Athletic se construyó unas cuantas a base de raciocinio y una voracidad demoledora.
La segunda mitad era un examen de autoestima. El Madrid la afrontaba por el suelo y el Athletic por las nubes. Ambos necesitaban reordenar las ideas. El Madrid lo hizo dando un paso hacia adelante, con Helguera haciendo de sí mismo y Munitis entre líneas. Y el Athletic, con un paso atrás, es decir colocándose allí donde peor trabaja, en la defensa. Y Guti simuló un penalti que pudo confundir al árbitro y Morientes remató tres veces en el área pequeña, en la misma jugada, mientras la defensa rojiblanca miraba. Todo un síntoma. Pero el partido se rompió, perdió el compás y se embocó a la locura como criterio. Estuvo a punto de marcar Urzaiz y Raul falló un cabezazo incomprensible ante Lafuente. De los de archivar, porque no abundan precisamente en su repertorio.
Era el tiempo de Helguera. Puso el cuentakilómetros libre y midió el campio en diagonal. Pero, extrañamente, al Madrid le faltaba pegada, su argumento más peculiar, el que le ha salvado los muebles en los malos momentos y le ha infundido credibilidad en el juego.
Resuelta la locura, el Madrid se encaminó a un monólogo, al amparo de la necesidad y el hundimiento físico y psicológico del Athletic, más convencido de conservar que de indagar en la defensa del Madrid.
Era el tiempo del público y San Mamés no falló. Se había rendido al Athletic en la salida, a pesar de la goleada de Barcelona, y le adoró a la conclusión, una vez consumada su ansiada victoria sobre el Madrid. Cada cual hizo lo suyo y se suturó una herida. El Athletic fue otra cosa, pero San Mamés fue aquél de siempre.
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