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Columna
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Savater no es Sartre

Con motivo de la presentación de un libro suyo sobre Sartre, Bernard Henri Lévy ha comparado al filósofo francés con el Savater actual. Lévy tiene esa facilidad para las imágenes mediáticas que caracteriza al intelectual del momento actual, pero también la superficialidad que a menudo le tienta.

Savater no es Sartre porque es mucho mejor. En realidad no se entiende el interés de Lévy por rescatar a este último sino por esa especie de alambicado sofisticamiento propio de los intelectuales franceses. La posición intelectual de Sartre hoy nos parece lastrada por un océano de motivos criticables. Tardó en llegar a la política y vivió confortablemente en París durante la ocupación nazi. Fue glosador de Stalin y siempre empleó un doble rasero para juzgar comunismo y democracia. Entre las más insignes necedades que profirió figuran el haber asegurado que un ciudadano que votaba era un traidor en potencia, que De Gaulle era lo mismo que Hitler o que en la Cuba de Fidel había nacido la verdadera democracia. Pero lo peor fue su actitud de fondo: fue indiferente al resultado detestable e inhumano que para millones de personas pudieran tener sus ideas.

La actitud de Savater -su posición ante lo que sucede en el País Vasco- es muy otra. Siempre presente en la arena pública, ha dado frecuentes motivos para la discrepancia (por ejemplo, por su género de pacifismo o su defensa de la legalización de la droga). Pero ahora su talante frente a la tragedia del Norte es, sencillamente, admirable. Por supuesto, empieza por caracterizarle la valentía (¿la tuvo, de verdad, Sartre?). Además creo que se puede decir que su actitud tiene un carácter tribunicio, en el sentido de que defiende lo que otros no pueden expresar del mismo modo porque no tienen su proyección ni su capacidad. Y, además, lo hace con una transparente gratuidad: no pretende nada personal ni partidista. En fin, lo que dice nace de un pálpito por seres humanos concretos y reales y no de una voluntad de someterlos a sus concepciones. Muchas veces se ha dicho que ésa es la verdadera diferencia entre Sartre y Camus y lo que convertía en superior al segundo. Otra cosa es el contenido concreto de lo que dice. Creo que una de las comparaciones que se escapan a Lévy, que no entiende cosas españolas, es la más evidente: en todos esos rasgos a quien se parece realmente Savater es a Ernest Lluch. Sus posiciones políticas acerca de la cuestión vasca estaban en las antípodas pero las actitudes de fondo eran idénticas. Y el artículo en que el primero despidió del mundo de los vivos al segundo fue de los más bellos, inteligentes y emocionantes que han salido de su pluma, un ejemplo de lo que debe ser la unidad y la discrepancia de los intelectuales demócratas ante el problema más grave que tiene en la actualidad nuestro sistema político.

Eso no debiera ser olvidado nunca en el momento actual. Cualquier viajero por el País Vasco en el momento presente descubre un ambiente enloquecedor. Te puedes encontrar un compañero de cátedra que te descubre que otros hablan con él como un 'precadáver', por la posición que ha adoptado, o a un ex consejero del PNV que te recuerda que su libro que no pudiste presentar lo fue por quien ya ha sido asesinado (Lluch). Pues bien, a pesar de todo eso, no debiéramos dejar que se rompieran, a base de entrechocar palabras gruesas, los lazos que deben unir. No tiene sentido acusar de 'tontos útiles' a los que discrepan. Hoy en día da la sensación de que quien defendiera respecto del País Vasco el 'federalismo' de Maragall, la moción del Parlamento catalán o incluso la tesis subyacente en El acierto de España de Zaplana sería acusado de 'tonto útil' o, lo que es peor, de hijo de Arzalluz.

Hubo otro intelectual francés, distinto de Sartre, que supo estar casi siempre en contra del ambiente predominante y, al mismo tiempo, diseccionar con sutileza y frialdad la realidad y proponer fórmulas para resolverla. Vio, al final de su vida, sólo por un momento, el triunfo de sus ideas liberales, pero pronto el clima social le sobrepasó hacia el ultraliberalismo y la derecha dura. Se llamaba Raymond Aron y es probable que de su talante hoy debiéramos aprender cuantos, políticos y escritores, nos enfrentamos al problema vasco.

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