Una novillada de casta sorprendente
Debutó en Valdemorillo El Cubo (que ya es debutar) y dejó sorprendida a la afición. Por su casta, lo que son las cosas.
Propalan algunos voceros de la fiesta que los toros han perdido casta, de ahí que se caigan. Como si la casta tuviese que ver con la fortaleza. Una bucólica vaca lechera, si sana, no se cae nunca. Ni un perrito faldero. Ni tampoco la totalidad de los animales de la Creación, incluido el humano, salvo que esté chungo o se haya pasado de copas.
Puestos a precisar, es justo añadir que en la sorprendente novillada los dos primeros funos de la tarde, chicos y desmedrados ambos, padecían invalidez; de donde cabe deducir que, según la versiones aludidas, carecerían de casta. Son cuestiones opinables, naturalmente, aunque carece de objeto discutirlas pues esos dos inválidos y los cuatros fortachones que salieron después, acabaron en la hoguera por decisión política. Y se acabó la presente historia.
A los inválidos les hicieron toreo de distinto corte sus presuntos lidiadores. Reuniendo los pases a lo clásico el ya veterano Curro Sánchez, con el ejemplar que abrió plaza; pegapasista y pinturero el joven José Luis Triviño con el que saltó segundo al redondel.
La verdad es que cuando no hay toro en la arena, si el toreo se hace con excesiva teatralidad resulta ridículo. Intentaba Curro Sánchez ejecutar las suertes con las de parar, templar y mandar, y no conseguía motivar a la afición conspícua, precisamente por la falta de enemigo. Se ponía farruco José Luis Triviño frente al novillo claudicante y convulso, le amagaba bravatas, pegaba tripazos, tiraba al aire puñadas y, verlo, daba vergüenza ajena.
Le regalaron a Triviño la oreja del novillo, de todos modos. No por petición mayoritaria sino por capricho del inútil que presidiera, pues la pidieron dos docenas de espectadores, en medio de la total indiferencia de la plaza.
También le regalaron a Triviño la oreja del quinto novillo, que ya era distinto asunto: un cuajado ejemplar, colorao albardado bociblanco, con su fortaleza y su casta, y una nobleza brava apta para recrear las más exquisitas suertes de la tauromaquia. Triviño no llegó a tanto si bien voluntad no le faltó; lució en los derechazos más que en los naturales, recurrió a tirarse de rodillas, no le faltaron ayudados y aunque hubo menos petición que la vez anterior la oreja llegó otra vez a sus manos. Finalmente le sacaron a hombros por la puerta grande. Entiéndase: por la única puerta de la plaza.
El cuarto novillo causó sensación por su trapío y su bravura, y desarrolló además una boyantía de gran clase, que sirvió a Curro Sánchez para interpretar el mejor toreo de la función, principalmente en la modalidad del derechazo. Después lo estropeó alargando innecesariamente la faena, reiterando pases, intercalando molinetes o manoletinas, lo que se le ocurriera. Y además mató bastante mal.
La casta de la novillada se hizo especialmente recrecida para el lote de Javier Valverde, que sufrió numerosos achuchones, coladas y topetazos, pese a lo cual mantuvo siempre la cabeza serena y no renunció a dar la cara y el paso al frente. El sexto ejemplar, un llamativo jabonero chorreao, hondo y serio, añadió a los problemas de la casta la complicación de la mansedumbre y Javier Valverde derrochó voluntad intentando sacarle partido. No lució, claro, mas dejó patentes su vocación y sus cualidades toreras.
La tarde, que se presentaba fea, resultó gratificante. Bajó la niebla, hacía frío, llovió sin parar lo que llaman calabobos (o sea que nos calamos como bobos), y no es que a la gente le sentara como un veraneo en Mallorca, pero le compensó estar allí, al pie del cañón, disfrutando de las inesperadas emociones que trajeron unos novillos con trapío, casta y lo que hay que tener.
Babelia
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