Con 'Sigfrido' se alcanza la brillantez
El Festival de Música de Canarias tomó la delantera a algunas temporadas de ópera peninsulares en la planificación por entregas anuales de El anillo del Nibelungo, de Richard Wagner. La fiebre del anillo se instala en un cambio de tendencia de las preferencias wagnerianas por el público de hoy. Ángel Fernando Mayo, en una aguda y clarificadora introducción de 60 páginas a la Tetralogía para el Festival de Canarias, cita en una de las notas a pie de página una encuesta realizada en Bayreuth en la que se pone de manifiesto la considerable ventaja en estimación popular de El anillo del Nibelungo sobre Tristán e Isolda, la enorme distancia sobre Parsifal y Los maestros cantores y la abrumadora sobre el resto de los títulos. A las Tetralogías de Canarias y Bilbao se van a sumar en breve las de Madrid y A Coruña, también por entregas anuales. Pero, en fin, Canarias ha abierto el fuego.
Desconfianza
Ha abierto el fuego en una versión de concierto semiescenificada, y de qué manera. El oro del Rin y La walkyria alcanzaron, en ediciones anteriores del Festival de Canarias, sobresalientes cotas de calidad artística. El miedo, la desconfianza, se ceñían sobre Sigfrido. No era únicamente cuestión de superstición. Con Sigfrido normalmente llegan los problemas y pegan el patinazo hasta los teatros o festivales más prestigiosos. Bayreuth, por ejemplo, por citar la colina sagrada del wagnerismo, se estrelló en las dos últimas producciones de El anillo con este título. Las dificultades de Sigfrido se centran en encontrar un reparto vocal en condiciones y, en concreto, un tenor que salga vivo, o al menos airoso, en el reto del personaje que da título a la obra. ¿Lograría Jon Frederic West romper en Canarias el maleficio? Las dudas flotaban en el ambiente, pero se disiparon rápidamente en cuanto se dio el pistoletazo de salida.
Se disiparon con un arranque vocal fulminante en el primer acto. Por parte de West y más aún con Gerhard Siegel, un Mime de antología. En estilo, con mordiente, con poder. Con eso, y con la seguridad de una Sinfónica de Tenerife compacta y con sonido carnoso, dirigida por un Víctor Pablo Pérez atentísimo a que cada motivo, cada sección, cada escena llegase con transparencia y a la vez con brío a la sala; con todo eso, como decíamos, no es de extrañar que el primer acto fuese recibido en clima de júbilo y se empezase a acuñar una frase que se convertiría en un nuevo leit-motiv, el motivo conductor del público en función de coro: 'Ni en Bayreuth', se decía. En efecto, este Sigfrido, este Mime, eran muy superiores a los de Bayreuth del verano pasado y, además, estaban echando el resto. Lo cierto es que los alemanes que se habían desplazado al teatro Guimerá no daban crédito. Y los peninsulares tampoco. La única nota de prudencia la ponían los canarios.
La representación no decayó. Es más, tuvo un segundo acto primoroso, con un West crecido, con un Siegel inconmensurable y con un Oskar Hillebrandt, como Alberich, que no se quedaba a la zaga. Y también con el sello de prestancia de los finlandeses Esa Ruuttunen y Jyrki Korhonen como Wotan y Fafner, respectivamente, e incluso con la correcta aportación de Laura Alonso, la única española del reparto, como Pajarillo del bosque.
En el último acto se incorporaron las chicas: Birgitta Svenden como Erda y Nadine Secunde como Brunilda. Se integraron en el tono del conjunto aunque sin llegar al podio ocupado por West, Siegel y Hillebrandt.
La orquesta completaba una actuación de coraje, como queriendo demostrar que estos retos le van. Lectura equilibrada, intensa, a veces en contra de las limitaciones espaciales del escenario, con un sonido a punto de saturación pero, en cualquier caso, hermoso. Víctor Pablo, extenuado y radiante en los saludos finales, levantó con solidez un edificio sonoro lleno de encantamientos. El éxito, imagínenselo: apoteósico. Una locura. Y era Sigfrido, la jornada maldita de la Tetralogía, allí donde se estrellan los más grandes.
Músicos guasones
El marcador de El anillo refleja en Canarias un contundente tres a cero por ahora. Hay que redondearlo con El ocaso de los dioses. No se puede escapar de las manos este hito lírico. Por ello es comprensible que se atrase la última jornada un año más, al 2003, si no se puede contar en 2002 con West como Sigfrido. Si hay que esperar, se espera, pero que la fiesta no decaiga.
No se hablaba de otra cosa durante el fin de semana en Tenerife. Por ello el concierto del sábado, pensado para jóvenes, con las hermanas Katia y Marielle Labèque y un estupendo grupo instrumental -Massimo Spadano y Javier Morales (violines), Natalia Tchitch (viola), Manuel Fischer-Dieskau (violonchelo), Roberto Carrillo (contrabajo), Pascal Moragues (clarinete), Benoit Fromanger (flauta) y Sylvio Gualda (percusión)- haciendo una singular e informal versión de El carnaval de los animales, de Saint-Saëns, con textos de Alessandro Baricco, fue una delicia, un oasis después de la batalla, un concierto idóneo para una resaca, con unos músicos distendidos, divertidos, guasones y estupendos. Pero el impacto creado por Sigfrido no cesaba. Ver para creer. Tan cerca de África, tan lejos de Alemania, un Wagner tan vibrante. 'Ni en Bayreuth', seguía repitiendo el eco de valle en valle.
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